La obra

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Me recosté en mi cama y dormí hasta que Rosa llegó, preferí no preguntar. Su cabello desaliñado, ropa arrugada y una sonrisa que podría haber partido su rostro en dos me dieron a entender que le había ido fenomenal.

Guardamos lo poco que aún teníamos fuera de las maletas, maquillaje, ropa, etc. Y nos fuimos a dormir temprano, nos esperaban días dónde las tendríamos que cuidar con nuestra propia vida, de ser necesario.

Al día siguiente a primera hora de la mañana, un carruaje nos llevo al pueblo más cercano, sin rastro alguno de caleb, lo cual se me hizo extraño. Lo deje pasar, aún tenía muchas cosas que pensar, y definitivamente el no ameritaba ser una.

Le sonreí a Rosa, se miraba inquieta. Sabía que ya se había acostumbrado a la tranquila vida de una bibliotecaria. Amaba los libros, el silencio y el aprendizaje. Allí tenía las tres cosas, casi un paraíso.
Me dolía el corazón por no poder quedarnos, pero no podía caer bajo ninguna tentación para no llegar a mi paraíso soñado.

La vida es efímera, así como la mayoría de las conexiones que hacemos al transitar por ella. No todo está hecho para quedarse, a veces solo necesitas disfrutarlo y atesorare los maravillosos recuerdos que haces.
Lo mismo con las personas, con tan solo un aprendizaje que te hayan dado, es suficiente para marcarte de por vida.

–Estoy feliz.–Dije rompiendo el hielo.–Por fin podré deshacerme de esta peluca.

Ella sonrió.–Pero te queda bien.–Se encogió de hombros.–Aunque el pelo corto no te queda nada mal. Ya sabes, era un poco grasioso verte algunos días con peluca y otros no.

Resople, divertida. Los baños eran toda una travesía cuando la llevaba puesta.–Estoy segura que en cuanto me baje del carruaje tendré que tirarla. Ha pasado por mucho.

Rosa asintió, su expresión había cambiado, ya no había rastro de su tristeza. El carruaje paro, el conchero nos ayudó a bajar las maletas y se despidió dejándome una carta de Caleb. Algo muy de el.
Transbordamos a una carroza la cual nos dejó en la estación de tren más cercana, a tres horas de ese pueblo. Para cuándo llegamos el sol ya había salido, compramos los boletos y esperamos una hora más a qué el tren llegase. Las personas en la estación vestían ropas modestas, el lugar en si era de lo más sencillo.

Un estilo más de campo. Incluso el acento era más sureño. Señal de que nos íbamos acercando cada vez más a la ciudad del fénix.
En cuanto el tren llegó, a diferencia de otras ciudades no se llenó. Por dentro parecía acogedor, algo hogareño. Incluso el menú lo era. Había más cereales, trigo y cebada.
Desayunamos y procedimos a dormir en nuestro camarote. Menos personas, menos asientos, igual a más privacidad.

El primer día no fue tan malo, ya estaba familiarizada con los protocolos de los ferrocarriles. Solo nos pusimos al día en cuanto a los chicos.

–Ya sabes, es atractivo y tosco y el hombre en realidad es muy explosivo.–Se quejo Rosa mientras tenía su nariz dentro de un libro de probabilidades.–En realidad es un descarado.–Sus mejillas se sonrojaron un poco. Su apariencia de fresa siempre me resultaba adorable.

–No puede ser tan malo.–Arquee una ceja.–¿O si?–Se escondió aún más dentro del grueso libro, evitando mi mirada buscadora.

–Es una larga historia.–Murmuro. Di una vuelta en mi asiento, estaba acostada, buscando una posición cómoda para seguir acostada lo que resta del día.

–Tengo todo el tiempo del mundo, hasta dentro de dos días.–Respondi perspicaz.

Resoplo.–Bien.–Contesto de mala gana.–Supongo que es un poco ya sabes.–Se encogió de hombros.–No se que me gusta de el.

conseguí un harem en un mundo blDonde viven las historias. Descúbrelo ahora