Mew 06

64 16 0
                                    

13 de Febrero, 9528 A.C.

Mew pasó a través del centro del pueblo en su camino hacia el estadio para ver la última obra. Entrando al mercado, hizo una pausa, cuando vislumbró una sombra por la esquina de su ojo. Giró rápidamente hacia ello, sólo para ver nada. Inseguro de si era Artemisa siguiéndolo, se evadió detrás de un pequeño grupo de personas.

Se sintió tan hueco por dentro. Tan usado. Honestamente, no quería volverla a ver otra vez. El mero pensamiento de ella, asentaba su ira en fuego y, sin embargo, había también una tristeza tan profunda ante la pérdida de lo que pudo haber sido entre los dos, que casi lo hizo caer de rodillas.

No quería ser usado nunca más. Ni siquiera por amor.

¿Por qué no? Ya has sido utilizado por todo lo demás.

Apretó los dientes ante la brutal verdad en la que no quería pensar.

—Abuela, nos está engañando.

La voz del niño atrajo su atención hacia la mesa cercana. Había una mujer de trenzado cabello encanecido, mezclado con negros mechones. Sus ojos eran de un blanco lechoso y estaba parada con una mano sobre el hombro del niño. No mayor de siete u ocho años, tenía cabello oscuro y un rostro tan inocente que era conmovedor. Aunque sus ropas estaban raídas, ambos iban bañados y limpios.

El vendedor levantó la mano hacia él como si fuera a golpearlo.

Retrocediendo, la cara del niño perdió todo color.

—¿Merus? —su abuela susurró. —¿Qué está sucediendo?

—N-nada, abuela. Estaba equivocado.

Mew no supo por qué, pero el temor del niño lo atravesó como una daga. Cómo se atrevía el hombre a tomar ventaja de la anciana y su carga, cuando era obvio que ninguno de los dos tenía mucho en este mundo.

Antes de pensarlo mejor, dio un paso adelante.

—Tienes que darles por lo que han pagado.

El hombre empezó a discutir hasta que se fijó en la extrema altura de Mew, quien era una cabeza más alto que él. Aunque Mew era delgado, era lo suficientemente musculoso para intimidar. Afortunadamente, el vendedor no tenía idea que Mew no sabía nada sobre lucha. Los ojos del hombre se ensancharon ante la calidad de la ropa que vestía-un chitón real que Ryssa había insistido que vistiera siempre que se aventurara hacia las Obras.

—No los estaba engañando, mi Señor.

Mew miró abajo hacia el niño, quien lo miró boquiabierto ante su altura.

—¿Qué es lo que viste, niño?

Merus tragó antes de doblar su dedo a Mew.

Suavizando su cara para no asustar al niño más de lo que ya estaba, Mew se inclinó.

El niño susurró fuerte en su oído.

—Él tenía su pulgar en la balanza. Mi YaYa me dijo que siempre le dijera cuando hicieran eso. Dice que es hacer trampa.

—Así es —Mew lo acarició en el brazo antes de enderezarse a mirar al vendedor. — ¿Cuánta harina estabais comprando, Merus?

—Tres libras.

—Entonces observaré cómo son medidas de nuevo.

La cara del vendedor se tornó en un rojo vivo mientras vertía la harina y le mostraba que estaba en verdad por debajo de la marca. Maldiciendo por lo bajo, el vendedor añadió más hasta que alcanzó el peso correcto. Había malicia en su mirada hacia Merus una vez que reselló el saco y lo extendió al niño.

15 MewTulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora