Mew 16

73 20 6
                                    

25 de Junio, 9527 AC

Medianoche

Xiamara estaba de pie ante un viejo y nudoso roble que había crecido en la ladera de la montaña. Desde el principio de los tiempos, se asociaba a los árboles con los dioses. Las raíces se hundían profundamente en el corazón de la tierra extendiéndose hacia su centro con las ramas remontándose hacia el cielo.

Llevaban la vida de la tierra en su núcleo y cada árbol portaba un pedazo del espíritu universal que vinculaba a todos los mundos y a todas las criaturas.

Estaban compuestos de tres de los cuatro elementos básicos. Aire, agua y tierra. Y cuando se quemaban, se unían todos.

Pero la parte más importante de un árbol era que, cuando se mezclaba con sangre humana y con la suya, podía convocar a una de las criaturas más poderosas del universo.

Al Baraka.

Nutchapon.

Nadie sabía de dónde venía ni cuando había sido creado, engendrado o traído al mundo. Si era humano, demonio o de qué clase. Pero si un demonio necesitaba algo, él era el único con quien negociar.

Con el corazón acelerado, derramó en las raíces del árbol la sangre humana que una de las sacerdotisas de Apollymi había dado. Después se hizo un corte en su propia mano y susurro las palabras para llamar al negociador.

Te convoco con la voz y la sangre. Con el peso de la luna y la fuerza de la madera sagrada. Ven a mí, Oscuridad. Así dicen los dioses, que así sea.

Brilló un rayo y se levantó un pesado viento. Xiamara plegó las alas para que no se le dañaran con la tormenta.

Una niebla negra se arremolinaba levantándose de la tierra, espesa y pesada al enrollarse en el árbol.

Nutchapon era muy teatral.

Retrocedió un paso y vio que la niebla tomaba la forma del cuerpo de un hombre. Lentamente se solidificó en un par de ojos inhumanos. Uno era marrón oscuro y profundo y el otro de un verde vibrante. A partir de esos ojos se formó un rostro tan hermoso como cualquier hombre pudiera desear. El pelo negro reposaba sobre unos hombros anchos y musculosos. El poder inmisericorde y la intolerancia rezumaban de cada fibra del ser.

Estaba quieto sobre una rama alta, mirándola desde arriba. Un pantalón de cuero marrón oscuro y una capa marrón le camuflaban perfectamente con el árbol.

—Hermosa Caronte —dijo utilizando la lengua nativa de ella con una voz tan profunda que resonaba en sus huesos—. Dime por qué has venido en nombre de tu señora cuando sabes que no hago tratos para los dioses.

Xiamara dejó que sus alas batieran hacia atrás abriéndolas como signo de confianza. Aun teniéndolas pegadas al cuerpo, Nut podría arrancárselas si le apetecía.

—Porque amo a Apollymi y estoy aquí no en representación suya, sino para hacer un trato contigo para mí misma.

Arqueó una ceja ante sus palabras.

—¿Cómo es eso?

—Sé que no puedes tomar su vida o hacer tratos con ella. Así pues, vengo a ti como demonio libre, por mí misma y por mi propia voluntad para negociar contigo por lo que ella desea.

Se recostó contra el árbol con una rodilla doblada y cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Qué me ofreces, demonio?

—Mi alma. Mi vida. Lo que sea necesario para unir a Apollymi con su hijo. Lo que sea menos la vida o la libertad de uno de mis hijos.

Él entornó los ojos estudiando su oferta.

15 MewTulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora