Capítulo 20

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Tul se detuvo cuando entró en la habitación donde Mew estaba durmiendo. Su respiración era tan extraña. No era como la de un humano, parecía más un perro moribundo. Preocupado, dejó el bol y el paño sobre la mesilla de noche y se sentó a su lado.

Colocó la mano sobre la ardiente mejilla. En el momento en que lo tocó, todo el cuerpo se volvió de un vívido azul. Jadeando, observó como la piel se volvía marmórea, mezclada con varias sombras de color azul. Las uñas se habían vuelto negras y dos pequeños cuernos sobresalían de la cima de la cabeza.

Saltando de la cama, frunció el ceño cuando la marca del doble arco y la flecha de Artemisa aparecieron sobre las heridas de la espalda.

Gruñía incluso dormido. Y cuando abrió los ojos para mirarlo, todo lo que pudo hacer fue no correr. Los ojos ya no eran plateados, eran de un luminoso rojo atravesado con líneas amarillas. Abrió la boca y siseó, mostrándole un par de aserrados colmillos.

—¿Bebé? —murmuró, buscando algún signo del hombre que amaba en la criatura que lo aterrorizaba.

Parpadeó como si lo viese por primera vez y se encogió sobre la cama.

Se acercó lentamente. Extendiendo la mano posó suavemente la palma contra la mejilla azul. Cerró los ojos y hociqueó la mano mientras parecía olfatearle la muñeca. Eso pareció calmarle. Le dijo algo en Atlante que no podía siquiera empezar a traducir.

—No entiendo —respondió en Atlante.

Akee-kara, akra.

Le apartó el pelo del rostro.

—¿Necesitas algo, dulzura?

Mew estaba intentando concentrarse, pero era imposible. Todo era confuso. Ni siquiera estaba seguro si estaba despierto o soñando. El dolor en la espalda parecía haber desaparecido. Y estaba cerca de sangre fresca, podía olerla y escuchar los latidos del corazón.

Ese sonido le hacía la boca agua.

Lamiéndose los labios, inhaló la esencia de la piel masculina que cubría las venas que quería atravesar...

Comida.

Se suponía que no podía hacerlo. Incluso en ese estado, recordaba las reglas que se había impuesto a sí mismo. No tenía permitido probar a los humanos. Estaba mal. Pero ahora mientras se estaba muriendo de hambre, no podía recordar porqué.

En todo lo que podía pensar era en saciar esa dolorosa necesidad.

Tiró del humano acercándolo, de forma que pudiera inhalar su cuello. Lamiendo la tierna piel de allí, acarició la piel con los colmillos, queriendo hundirlos profundamente. Sintió los escalofríos recorriéndolo mientras suspiraba de placer.

Le hablaba, pero no podía entender las palabras. Al menos no hasta que los labios tocaron los suyos. La dulzura de la boca tocó al hombre en su interior y mantuvo sometida a la bestia. Tul tembló cuando Mew volvió a la normalidad. La piel era otra vez dorada, los ojos llenos de esa hermosa calma plateada. Incluso así, había una ferocidad que le recordaba a un tigre apenas domesticado. Y cuando levantó la mano para tocarlo, vaciló.

—Estás herido, Mew. Deberías descansar.

Sacudió la cabeza como si intentara aclararla. Las ropas se desvanecieron. Y al volver a tomar posesión de su boca, no pudo seguir el hilo, razonamiento. Enlazó los dedos con los suyos y presionó la mano contra el pene erecto. Se sintió temblar mientras se frotaba contra su palma.

Dejó la mano allí para que pudiera tocarle. En un instante, estaba de lado en la cama y al siguiente, estaba sujeto debajo de él. Suspiró ante la maravillosa sensación del cuerpo desnudo tendido contra el suyo.

15 MewTulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora