Mew 19

130 19 3
                                    

10 de Abril, 9526 AC

Monte Olimpo

Mew no sabía por qué había acordado encontrarse con Artemisa. El sólo pensamiento de verla en ese momento era suficiente para ponerlo físicamente enfermo... si él pudiera enfermarse. Durante casi un año había estado limpiando el caos de Apolo. Había infinidad de Apolitas convirtiéndose en Daimons chupa almas a diario.

No es que los culpara realmente. Había sido un grupo pequeño de hombres los que la reina Atlante había enviado para asesinar a su hermana y su sobrino. Celosa por el hecho que Apolo ya no regresara a su cama, la reina Atlante vertió todo su veneno sobre Ryssa. En medio de la noche, los hombres de la reina habían entrado al dormitorio de Ryssa, asesinándola mientras estaba alimentando a Apollodorus.

Después que Apolo terminara de matar a Mew, el dios se volvió sobre la misma raza que había creado. Como los asesinos habían hecho parecer como si un animal hubiera desgarrado a Ryssa y Apollodorus, Apolo los maldijo a alimentarse unos de otros. Sólo la sangre Apolita podía sostenerlos ¿Qué es lo que había entre Apolo, Artemisa y la sangre?

Como si no fuera suficiente con la maldición, Apolo los había desterrado del sol, así no podría verlos nunca más ni recordar su traición. Y para no quedarse atrás, había condenado a la raza entera a morir lenta y dolorosamente en su cumpleaños veintisiete, la misma edad que Ryssa había tenido.

Dada la severidad con que los castigó, Mew podría haber pensado que el dios amó a su hermana Ryssa. Él lo sabía mejor. Apolo no era capaz de amar más de lo que Artemisa lo hacía. No era más que una demostración de poder. Una advertencia a quienes pensaran volverse contra él, decía que había destruido la Atlántida para vengarse de los Apolitas.

Estúpido bastardo. Y estúpida la gente por creer en sus mentiras.

Mew guardó silencio, no para proteger al dios, sino porque la patética arrogancia de Apolo lo divertía.

Por su propia estupidez el dios iba a ser deshecho. Incluso ahora la madre de Mew estaba sentada en su prisión planeando la muerte del dios... junto con la de Artemisa. Apenas había Apolo condenado a su pueblo, Apollymi había ido con Yibo, el condenado hijo de Apolo, y le había mostrado cómo eludir la muerte tomando las almas humanas dentro de los cuerpos Apolitas y así prolongar la vida.

Con razón Tong había rehusado decir el nombre de la diosa contra la que Mew debería luchar.

Su propia madre. Ella era la que dirigía el ejército Daimon que se estableció para su propia venganza. Debió haberlo sabido.

Pero entonces su revancha había sido más directa. Él cazó a todos quienes habían asesinado a su hermana y sobrino, aquellos que habían sobrevivido el ataque de su madre, y los había hecho desear nunca haber nacido con terminaciones nerviosas.

Ahora estaba en guerra con su madre.

Mew suspiró pesadamente.

—Un día, voy a matar a esos condenados Destinos.

Pero no sería hoy. Hoy se iba a encontrar con Artemisa para ver por qué había estado chillando y amenazando con matarlo todos estos pasados meses. Entre ella y su madre lo abrumaban, esta era la primera vez desde que había muerto que su cabeza estaba libre de su incesante acoso.

Sintió la ondulación de poder bajar por su columna lo que anunciaba su llegada. Se tensó ante la expectación de escuchar su malhumorada voz. Cuando ella no empezó a gritarle, giró su cabeza para encontrarla vacilante.

—¿Por qué estás nerviosa, Artemisa?

—Estás muy diferente ahora.

Él rio ante su agudo sentido de percepción. Él era diferente ahora. No más un sumiso esclavo, sino un enojado dios que sólo quería que lo dejaran en paz.

15 MewTulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora