Lo llamaban el chico de al lado, digo lo llamaban porque a pesar de que todos en El Ego lo conocían yo nunca había notado su presencia. Ahora miro atrás y no logro entender como después de casi un año trabajando en la misma calle nunca lo había visto. Era de estatura mediana, uno de esos chicos que tenían la piel morena, ese moreno que solo puede ser provocarlo el sol. Su pelo era oscuro y despeinado y su nombre era Leo, y no, no era Leo de Leonardo, era simplemente Leo. Entró una tarde de sábado en la que habíamos acabado de hacer el cambio de turno y sabía que me esperaba una noche movidita. Esther estaba tomándole el pedido a una de las mesas que se encontraban en la terraza mientras yo secaba unos vasos en la barra. Cuando sonó la campanilla de la puerta indicando que alguien había acabado de entrar alcé la vista y lo vi, con un pantalón algo sucio y un pulóver blanco con un letrero que por más que intento no logro recordar que decía. Se acercó a la barra y me saludó.
- Hola. ¿Está Tony? Necesito verle –me preguntó sonriendo.
- Si está en su oficina. Lo puedo llamar si quieres.
- No gracias, sé dónde queda –me dijo mientras se encaminaba apurado a la oficina, sin darme tiempo a penas a contestarle.
Y eso fue todo. No hubo chispas, ni fuegos artificiales en el aire, ni siquiera tuvimos una conversación entretenida. Solo esas simples líneas que acabas de leer aquí arriba. Tampoco creas que me enamoré a primera vista (te darás cuenta que no hubo tiempo como para recibir el flechazo de cupido). Eso fue lo más especial de nuestra historia, y supongo que de muchas personas más que han pasado por la misma situación, las mejores cosas son las que no se buscan, las que no se esperan. En mi caso no pensé que alguien pudiera atraerme, sobre todo en ese tiempo en el que yo me sentía tan en paz, o al menos eso creía cuando había ruido en mi cabeza y no podía centrarme en nada más profundo que la realidad superficial. Pero no fue esa tarde. Esa tarde solo fue el chico de al lado preguntando por mi jefe. Y fue tan simple que ni siquiera noté cuando se fue.
- ¿Qué quería el chico de al lado? –me preguntó Esther.
- ¿Quién?
- ¿El chico de al lado? ¿El del restaurante nuevo?
- ¿Qué chico de qué restaurante?
- ¿El muchacho que entró hace un rato? ¿En qué mundo vives Elena? –me dijo perdiendo la paciencia.
- ¿¡Ese chico tiene un restaurante!? -pregunté alucinada- ¿Pero qué edad tiene? –inquirí para mí misma pensativa.
- ¡Eeeeh! –escuchamos decir mientras sonaba la campana de la puerta, y no necesito girarme para saber de quién provenía ese berrido medio animal.
- ¿Qué pasa? ¿Qué hacéis? –nos preguntó Marcos.
- ¡Trabajar! ¿Te suena de algo ese verbo? –le contesté.
- Pues no, la verdad es que no –me respondió con gesto pensativo.
- Te puedes creer que esta no conoce al chico de al lado –le dijo Esther con total sorpresa mientras me señalaba.
- ¡Nooo! ¿Cómo no lo vas a conocer si lleva casi un año viniendo a la remodelación de su restaurante? –me dijo medio pasmado.
- ¿Por qué todo el mundo sabe que tiene un restaurante? –pregunté asombrada.
- En serio, con eso es con lo que te quedas, con que tiene un restaurante –me riñó Esther dándome por perdida.
- Cuidado con esta que en cuanto escucha que alguien cocina se vuelve loca –le dijo Marcos a Esther señalándome burlón.
- ¿Qué dices? Si ni siquiera retuve su cara –me molesté.
- Ya, ya... ya caerás.
Algo que había olvidado contar sobre Marcos, siempre pensamos que era medio pitonisa, porque si, caí. Caí de lleno y sin paracaídas, pero supongo que es un poco adelantarse a los acontecimientos y que eso no mola. Lo verdaderamente interesante es el recorrido, todo el proceso. Mi proceso fue largo y no empieza precisamente aquí, tampoco empieza con el alquiler del apartamento o con mi llegada al equipo de El Ego. En realidad comenzó varios años atrás, una mañana confusa y algo borrosa, pero sobre todo resacosa. Esa mañana con la que muchas mujeres sueñas desde que son apenas unas niñas. Esa que te dará la oportunidad de lucir un espectacular vestido de princesa. Esa mañana en la que te unirás en cuerpo y alma a otra persona por el resto de tu vida y de la que tendrán, cuando sean muy viejitos, un millón de fotos y recuerdos para contarles a los nietos. Esa mañana era el día de mi boda, uno de los días que más marcó mi vida y no precisamente por los gratos recuerdos que pensé reunir de ella.
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Más allá de ti
RomanceSolo amamos de verdad cuando el otro nos da libertad. La libertad es la herramienta para encontrarnos a nosotros mismos en los momentos de mayor incertidumbre.