27. Efímero.

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Tony dijo que sí, por supuesto. En eso Leo tenía razón, él no me negaría nada de lo que le pidiera, ni a mí ni a ninguno de los que trabajamos en El Ego, de ahí la ventaja de que seamos una gran familia. El mismo domingo en la tarde lo llamé y ajustamos todo para que el turno no se quedara cojo con mi salida. Aun así, se alegró mucho cuando le conté el plan que teníamos para estos tres días. Así que allí estábamos el lunes en la mañana, en una autocaravana alquilada para nuestro viaje y un mapa de papel en las manos de Leo, porque sí, era un clásico.

Me confesó que había pasado la noche anterior organizándolo todo. Le pidió el vehículo a uno de los proveedores que hacía unos días le había contado que tenía una Van en la que se perdía por algún lugar remoto de España cada vez que tenía vacaciones, por lo que luego de un intercambio de palabras que llevó una cierta cantidad de dinero de por medio, el señor había decidido alquilárnosla unos días. De esta forma, sobre ruedas, Leo había preparado todo para que pasáramos los próximos tres días perdidos por cualquier lugar, ya que por lo visto no tenía pensado adelantarme ningún dato con respecto al plan.

- ¿Vamos a alguna playa? Lo presiento –le pregunté acomodándome en mi asiento y poniéndome el cinturón de seguridad.

- No serán solo playas, veremos todo lo que haya alrededor, pero sí, las playas se podrían decir que serán nuestra referencia. Pensé que te gustaría.

Mis mejillas se sonrojaron con aquella frase.

- Si me gusta. ¿Y se puede saber hacia que playas nos dirigimos?

- Esa es la parte sorpresa del viaje –dijo esto sonriéndome y tocando la punta de mi nariz con su dedo- Serán pocas, tenemos muy poco tiempo, pero algo es mejor que nada.

Sabía que no debía insistir porque era bastante terco y si había decidido no decirme nada no lo haría. Me centré en el camino mientras escuchábamos algo de música a la par que íbamos intercambiando palabras sobre cualquier tema. Me encantaba la sensación del aire fresco en mi cara producto a la ventanilla medio abierta. Se sentía liberador.

*****

La Playa Jardín en el Puerto de la Cruz era una de las más conocidas de toda la isla. Playa del Castillo, Playa del Charcón y Playa de Punta Brava se encontraban unidas por el paseo marítimo de Playa Jardín. Sus restaurantes, sus tiendas, su arena negra, pero sobre todo su vegetación era lo que la convertía en una de las mejores playas de la zona. Me encantaba la combinación de los colores de las flores que adornaban los muchos senderos que llevaban a la playa con el azul del mar. Habían ido en otras ocasiones a aquel lugar, pero era el hecho de estar allí con Leo el que hacía que aquella fuera una experiencia completamente distinta.

Habíamos aparcado el auto en uno de los aparcamientos de la ciudad, el más cercano a la playa que encontramos. Recorrimos todo el lugar tomados de la mano como si fuéramos extranjeros, ajenos en aquella isla que la visitaban por primera vez para quedar completamente enamorados de ella. Paseamos por sus calles, por algunos de sus bares y restaurantes (con un chef al lado no podría ser de otra forma) pero sobre todo por su playa y su magnífico paseo marítimo.

Debido a lo conocido que era aquel lugar había bastantes personas, sobre todo en aquellas fechas, pero nosotros lo disfrutamos como si no existiera ningún otro habitante en aquel sitio. El atardecer lo observamos sentados en el paseo, rodeados de flores y del olor tan característico del mar. Estaba sumida en el cielo y en sus muchos colores que se mezclaban como en una paleta de algún pintor experimentado, cuando sentí que Leo me extendía algo entre sus manos, llamando así mi atención. Bajé mi mirada para descubrir que el objeto que me pasaba era mi cámara.

- La tomé esta mañana mientras estabas en el baño –me dijo él.

La tomé y no pude evitar regalarle a Leo una sonrisa de boca cerrada, apreciando el detalle que era que aquel chico fuera tan atento con las cosas que sabía que me fascinaban.

- Pensé en tomarla, pero con el apuro la olvidé.

- Pues ya de eso me encargué yo.

No podría haber sido más oportuno, porque así pudimos inmortalizar aquel cielo extraordinario. Aquella foto es una de esas de las que aún a día de hoy mantengo y llevo conmigo a todas partes, porque fue el primer atardecer que no me hizo sentir la nostalgia de un final.

Los dos observamos la foto que había hecho durante unos minutos, hasta que sentí el roce de sus labios sobre mi mejilla. Su contacto fue muy sutil, pero no pude evitar mirarlo y regalarle una sonrisa. Parecía extraño, pero la sonrisa que Leo me dedicó no fue aquella a la que estaba acostumbrada, no fue la coqueta, ni la que escondía otras intenciones, ni siquiera la sonrisa juguetona de falsa modestia que me dedicaba cuando hablábamos sobre él o su vida. En su lugar me encontré con un gesto que no pude definir con palabras, pero que sabía que era sincero.

Aquella noche la pasamos encerrados en el poco espacio que nos brindaba la caravana. También a día de hoy mantengo las muchas fotos que nos hicimos aquella noche, en la cama. Cuando reviso las fotos de nuestro viaje encuentro muchísimas más fotos de nosotros dos desnudos haciendo el amor que de los lugares que visitamos. Creo que más que descubrir lugares, aquel viaje nos permitió descubrirnos a nosotros mismo. Fue nuestra forma de mantener vivos los recuerdos de nuestra experiencia, de nuestros besos, de nuestros gemidos, de lo que fuimos en aquella pequeña cama, entre aquellas sábanas. Pero lo más especial de esa primera noche fue lo que sentimos, como sin ser nada fuimos todo. Un sentimiento fugaz, efímero, que guardaría en mi memoria a pesar de los próximos días.

Más allá de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora