33. Quiero.

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Había algo en el ambiente, estaba cargado de un aura cálida. Parecía increíble, pero se sentía como si hubieran logrado captar el olor marino, la brisa del mar. Todos los elementos de la naturaleza que nos rodeaban estaban, de una forma u otra, presentes en aquel salón. Aquello me gustaba. Se sentía como si yo misma estuviera allí, nuestras caminatas en la playa, nuestras noches sentados en la arena conversando de cualquier cosa, por más insignificante que fuera, los atardeceres compartidos. Se sentía como si los dos estuviéramos siempre allí, o al menos eso me transmitió a mi cuando puse un pie dentro de aquella habitación.

Lo observé deslumbrada y una sonrisa algo tímida se extendió en mi rostro. Estaba feliz de estar allí, estaba feliz de ver que tantos malos días habían dado semejante resultado, pero aun así había una presión en mi pecho que no lograba acallar. Intenté pensar que era el nerviosismo típico causado por la situación. Respiré hondo y me propuse calmarme.

Leo todavía se encontraba parado detrás de mí. Tan junto a mi cuerpo que podía sentir su calor. Estaba vestido con su chaquetilla blanca. Nunca lo había visto con aquella ropa y me gustaba mucho. Bajé mi mirada a nuestras manos aún unidas, luego miré su rostro, estaba sonriendo tanto como yo. Imaginé que él también estaría nervioso, aunque fuera imposible saberlo a ciencia cierta ya que su semblante de hombre seguro de sí mismo nunca se derrumbaba. Se podría decir que nosotros dos éramos como la noche y el día. En aquel momento de mi vida era como si estuviéramos en distintas galaxias. Pero aun así estábamos allí, parados uno junto al otro y con nuestras manos entrelazadas.

Llevándome de la mano me guio hasta la mesa que me había preparado. Me senté en una de las sillas. Destapó la botella de vino blanco que tenía en una cubitera junto a la mesa con hielo y sirvió nuestras copas. Destapó las tres campanas que había sobre la mesa para dejar al descubierto tres platos.

- Es una tontería, pero quería poder celebrar este día también contigo. Solo es un detalle, porque me imagino que a esta hora ya habrás cenado –podría haber jurado que en su voz sentí cierto nerviosismo.
Uno de los platos contenía dos rollitos de lenguado, el otro unos raviolis rellenos y por último el tercero era un postre, un mousse de chocolate. Disfrutamos de la comida y la bebida que Leo había preparado. Si aquello era una pequeña muestra de lo que podría ofrecer su cocina no tenía la menor duda de que tenía un futuro brillante ante él.

Estábamos sumidos en un silencio agradable, la complicidad entre los dos se extendía en el aire. Como si no tuviéramos necesidad de hablar para decirnos muchas cosas. Como si ambos quisiéramos mantener aquel silencio porque cualquier palabra podría romper el ambiente mágico que nos rodeaba. La oscuridad alrededor hacía que solo existiéramos nosotros dos, nosotros en el centro del mundo, mirándonos a los ojos, sonriendo tímidamente. Solo los dos.

- Te queda bien –dije lo más bajo que pude, casi en un susurro, por miedo a romper el hechizo que nos rodeaba.

- ¿Qué? –me preguntó él regresando de algún lugar perdido dentro de su mente.

- Que te queda bien –le repetí aclarando mi voz.
Leo miró hacia abajo para ver su chaquetilla. Al levantar su mirada hacia mí me encontré con una de sus sonrisas mientras negaba con la cabeza, su típica sonrisa coqueta, su típica falsa modestia, así era él.

- Eso eres tú que me vez con buenos ojos. Nadie puede lucir bien después de tantas horas detrás de los fogones y menos en una noche tan movidita como fue hoy.

- Venga ya. Como si nadie nunca te lo hubiera dicho.
Leo mantuvo su expresión con descaro.

- Si me lo dices tú vale más.

Sabía lo que tenía que decir en todo momento, era un chico listo y eso le sumaba a favor.

- Escucha Elena, sé que últimamente he estado intratable, pero es que todo esto ha sido demasiado.

Más allá de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora