20. El día.

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Aquel era el día. Eso se repetía Ana con el fin de lograr llenarse de valor para enfrentar a un David que no era consciente de lo que se le venía encima. Pobre. Y era que la situación ya se había vuelto insostenible, o al menos en la cabeza de Ana, porque David seguía tan atento y dedicado a su prometida como siempre lo había sido, solo con ciertas tardanzas que según ella se hacían cada vez más seguidas y sin explicaciones razonables. Eso de que se había ido a tomar algo con los chicos un domingo después del pádel era algo muy, pero muy poco probable.

Por supuesto que todo aquello había terminado siendo una batalla campal en la que Ana le dedicaba malas caras o comentarios medios raros a David mientras él aguantaba el tirón como un campeón, según ella por el sentimiento de culpa que sentía, según nosotros porque el muy santo ni lo notaba.
El punto era que ya no aguataba más, y siendo sincera, nosotros tampoco. Así que llegados a este extremo Ana decidió plantarle cara al asunto, siempre guiada por consejos de una Lorena incapaz de comprometerse con nadie, un Marcos que pasaba por una situación romántica de la que no se atrevía ni a hablar y yo que, siendo sincera, creo que ya no hay necesidad de agregar nada más. Así de nefasto pintaba el asunto.

Decidió hacerse la simpática antes de enfrentarlo. Por lo visto lo leyó en algún libro donde el protagonista enfrentaba a su mujer sabrá dios porque y explicaba que era mejor dejarla desubicada al mostrarse primero agradable para luego reprocharle todo. Ella lo veía lógico, yo lo veía siniestro. Así que aplicando el factor sorpresa decidió prepárale una cena haciendo dote de sus habilidades de mujer del siglo pasado, de modo que cuando David entró por la puerta hambriento y exhausto por el trabajo fue recibido por una Ana amorosa que lo llenó de detalles y cariño.

- Estoy repleto –le dijo David terminándose el plato fuerte- No entiendo por qué no comes nada.

- No tengo mucho apetito últimamente.

- Esos son los nervios de la boda –afirmó él.

Ella intentó sonreír de manera natural, logrando que una mueca medio terrorífica se le dibujara en el rostro. Imagino que visto desde afuera, como un mero espectador, aquella escena parecía la típica en donde una mujer le prepara una cena a su marido, al cual quiere cargarse de manera silenciosa y sin dejar huellas.

Regresó al comedor llevando en la mano un tiramisú que le había preparado ella misma como postre para culminar la velada tan esperada. Aquella era la señal que se había impuesto ella misma para comenzar la contienda.

- Creo que no voy a poder con eso –le dijo David cuando ella colocó el plato frente a él.

- Pruébalo al menos, anda. No me hagas ese feo.

Él le dedicó una mirada llena de amor y se comió el postre evitando hacerle una mala acción a su chica, que había estado trabajando toda la tarde solo para que él disfrutara de una cena tan sabrosa.

- ¿Quién es ella? –David detuvo la cuchara a medio camino hacia su boca con el último trozo.

- ¿Qué dices Ana? No te entiendo.

- Es fácil la pregunta David ¿Quién es ella?

- ¿Quién es quién?

- La que te estás tirando, la que llevas casi un mes follándote. O bueno un mes creo yo, porque para joder cinco años de noviazgo y una futura boda más tiempo deben llevar.

- Pero te has vuelto loca, como puedes creer eso de mí –gritó anonadado por lo que estaba escuchando.

- Ya lo sé todo. Sé que te ves con alguien. Estoy segura de ello.

David se levantó de la silla como si tuviera un resorte bajo su cuerpo, se llevó las manos a la cabeza mientras daba círculos alrededor de la mesa del comedor.

Más allá de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora