Existe una etapa previa al enamoramiento que se tiende a infravalorar. Es esa en la que conoces a la otra persona y vas desvistiendo todas sus capas, en la que vas quedando completamente expuesto para el otro. No es uno de los momentos que tendrán una fecha de aniversario, pasando a ser más importante el día en el que formalizas la relación que aquel en el que comenzaste a sonreír con la llegada de un mensaje o a emocionarte a la espera de una cita. Es ese en el que sientes aún cierta timidez. En el que vas mostrándote lentamente, siempre guardando algo para la próxima vez. En la que introduces a la persona en tu vida para que juntos decidan si esos dos mundos pueden coexistir, muchas veces con expectativas, otras con pocas, pero siempre dejándose sorprender.
No me consideraba una persona enamoradiza, todo lo contrario. Era más cuadrada que las casas que dibujábamos de niños, y lógicamente tanta estructura era difícil de doblegar, aún más si le sumabas lo poco que me dejaba conocer, el amor se convertía en una de las materias que tenía pendiente en la carrera de la vida. Yo no tenía entre mis planes sentirme atraída por nadie y creo que a estas alturas eso ya está más que claro.
Visto desde el exterior parecía increíble que dos personas tan diferentes pudieran encajar tan perfectamente, pero así fue. Leo tan abierto, tan hacia afuera, alguien que no se pensaba las cosas, no duda a la hora de ir detrás de lo que realmente quería. No le interesaba donde estuviera en un futuro, no era de su incumbencia lo que pudiera ocurrir mañana. Pero también poseía un aura de hombre responsable, capaz de tomar decisiones importantes. Se podría decir que tenía lo mejor de los dos extremos.
Y luego estaba yo, tan cerrada, tan hacia dentro. Para mí era imposible lanzarme sin pensar todas las posibles consecuencias de mis actos. Yo con mi tendencia a pensar en el futuro, al extremo de dejar ir oportunidades por el temor a lo que podría pasar. Yo que me sentía tan adulta, pero que en el fondo solo era una niña asustada por el que dirán, peor aún, por lo que yo misma me diría. Para ese entonces no era capaz de entender que la persona a la que mejor debía tratar, a la que más momentos y palabras bonitas le debía dedicar era a mí misma, porque solo conmigo estaría el resto de mi vida.
Me gustaba pensar que Leo supo encontrar en mí esa niña asustada que no se dejaba ver con facilidad. Supo tratarla para poco a poco ganársela.
Comenzó descubriendo todo mi horario de trabajo, por lo que la semana siguiente a nuestra primera cita se la pasó llegando quince minutos antes de que mis turnos terminaran, incluido los de la madrugada. Según él era pura coincidencia, coincidencia que permitía que todos los días fuera yo quien le sirviera el único trago que tenía ganas de tomarse y luego de que hiciéramos el cambio de turno o cerráramos el local me pudiera acompañar hasta mi apartamento. Así estuvo una semana entera, despidiéndonos al principio con un simple beso en la mejilla, luego con un abrazo que no llegaba a ser tan formal, pero tampoco al extremo de ser íntimo. Esos paseos, a pesar de ser cortos, nos servían para ir poniéndonos al día, para conocernos y entendernos un poco más. Fue ahí, durante esos paseos en los que entendí lo distintos que éramos, y aquella idea al menos al inicio no me resultó ser tan terrorífica, al contrario, lo entendí como dos personas completamente opuestas que podrían crear algo increíble juntos, o que al menos lo estaban intentando. Como dos universos que colisionan para formar toda una galaxia de posibilidades.
Así fue hasta el día que me tocó hacer la compra de la semana antes de regresar a casa, cuando íbamos los dos cargados de bolsas, lo cual le sirvió de excusa para pedirme subir a mi piso, todo por la desinteresada acción de ayudarme con tanto peso, por supuesto.
- ¡Bienvenido a mi hogar! –le dije cuando abrí la puerta y nos adentramos en el piso.
Sin tener que esperar ningún tipo de permiso Leo se adentró en la casa mirándolo todo. Llegó hasta la cocina y dejó las bolsas sobre la mesa.
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Más allá de ti
RomanceSolo amamos de verdad cuando el otro nos da libertad. La libertad es la herramienta para encontrarnos a nosotros mismos en los momentos de mayor incertidumbre.