45. Volé sin ti.

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No soportaba las despedidas en los aeropuertos. Tanta gente abrazándose y llorando. Lo entendía, pero no era algo que yo haría. Era un lugar repleto de recuerdos y nuevos planes. Un sitio en el que el pasado y el futuro se unían. Al menos eso era lo que pensaba antes, mientras caminaba de una terminal a otra buscándola. Según la pizarra su vuelo estaba en hora, así que continué caminando con la mayor naturalidad que pude.

Elena había decidido que nadie la acompañaría hoy. Eso era lo que me habían contado sus amigos cuando fui a su apartamento, y la verdad era que la idea de no despedidas era algo que le pegaba muchísimo. En ese sentido éramos bastantes parecidos, porque a pesar de las diferencias que ella siempre quiso marcar entre los dos, había muchas cosas que nos hacían iguales también. Era pura casualidad que estuviera a tiempo de verla antes de irse, porque ni siquiera me había querido decir la hora de su vuelo, datos que también me habían proporcionado sus amigos "por si por alguna casualidad me apetecía verla antes de que se fuera". No supe porque esa idea me pareció bien, independientemente de lo que haya pasado por mi cabeza, en aquel momento estaba atravesando un aeropuerto rezando porque aún no hubiera hecho el check in.

Llegué a los mostradores donde en la pantalla anunciaba el vuelo a Río de Janeiro de la aerolínea por la que viajaba. Busqué entre la gente que hacía cola. Eran bastantes personas, así que poniéndome en puntillas la pude ver detrás de un señor que sería el siguiente en ser atendido. Miraba fijamente hacia su pasaporte, estaba seguro de que estaría mirando su foto. Siempre decía que odiaba todas sus fotos en los documentos personales, y por su cara se podría decir que el pasaporte no sería la excepción. Aquello me hizo sonreír. A pesar de su expresión de desagrado había algo tierno en su aspecto.

Busqué entre todas las personas en aquella la cola la forma de acercarme para llegar hasta donde ella estaba. Fui pasando entre la gente e ignorando ciertas malas caras de quienes pensaron que me colaría. Justo cuando me acercaba a ella vi como el señor se dirigía hacia uno de los mostradores mientras ella daba un paso para ser la siguiente. Se encontraba de espalda a mí, llevaba audífonos puestos en sus oídos, lo cual explicaba que no hubiera escuchado como me acercaba. Tiré de uno de sus brazos para llamar su atención. Estaba demasiado cerca de ella cuando retiró los audífonos de sus oídos y se giró sobre si misma haciendo que su pelo picara en mi cara. Una ola de su olor me inundó.

- ¡Leo! –no sabía si fue una expresión o una pregunta- ¿Qué haces aquí?

- Recibir una hostia sin mano –le dije pasando mi mano sobre mi cara por donde había picado su pelo.

- Lo siento –me dijo imitando mi gesto al posar su mano sobre la mía.

Fue extremadamente rápido el roce de nuestras manos, pero aun así se sintió agradable, seguro. Hacía mucho tiempo que no nos tocábamos, ni siquiera nuestras manos. Escuchamos como de alguna de las personas detrás de los mostradores encargados de hacer el check in de su vuelo llamaban al siguiente. Elena miró en la dirección de donde venía aquella voz y luego volvió a mirarme.

- Tengo que ir –me dijo señalando hacia el mostrador libre.

- Claro. Te esperaré del otro lado.

Me dirigí fuera de la multitud para luego observarla a la distancia. Algo dentro de mí se sintió extraño al sentir que después de aquello ya no habría vuelta atrás. Elena se iría de aquella isla y con ello de mi vida sin fecha de retorno. Era una decisión más que medida y tomada, además de necesaria, pero eso no significaba que no pudiera doler. La vi agradecerle a la chica para luego buscarme con la mirada y dirigirse hacia donde yo me encontraba.

Bajó la mirada a sus pies mientras caminaba. Aquello también era otra de sus manías, mirar hacia el piso mientras camina hacia alguien que sabe que la está observando como hacía yo en aquel momento. Cuando llegó a mí me dedicó una de sus sonrisas nerviosas, de esas que sabía que yo le producía.

- Te lo chivaron estos, ¿cierto?

- ¿Quién más?

Intercambiamos sonrisas.

- ¿Qué hace aquí, Leo? –repitió su pregunta. Era la única pregunta que no podía responderle con claridad, más allá de solo recordarle aquella promesa que una vez le hice.

- Recuerdas el día del faro.

- Si –dijo ella y vi en su expresión como su mente volaba hacia aquel recuerdo.

- Te prometí que estaría hoy aquí. No haré el viaje contigo, pero aun así estoy aquí.

Vi como su garganta tragaba. Si para mí esto dolía, no quería imaginar lo que estaría pasando en su interior. Salir de su zona de confort y vivir algo que nunca se había dado la oportunidad de experimentar a pesar de desearlo. Y lo haría sola. En su momento pensé en hacer el viaje juntos, tal y como lo habíamos hablado una de nuestras noches, pero en el fondo sabía que no sería justo. Ella tenía razón cuando hablamos el otro día en el restaurante, aquello era algo que debía hacer solo ella. Esta es su historia y yo solo la podía apoyar... y esperar.

- ¿Río de Janeiro? –le dije tragando esta vez yo para deshacerme del nudo de emociones que se me había formado en mi garganta.

- Tiene playas –me contestó ella quitándole importancia.

- Una vez lo hablamos.

- Ya lo sé –me dijo como si fuera una niña pequeña a la que acaban de pillar diciendo una
mentira- De cierta forma es más fácil empezar por lugares de los que hemos hablado. Es como si a esos lugares pudiera llevar algo conocido, al menos en mi mente.

Aquello me hizo sonreír con ternura.

- ¿Seguiremos hablando? –no sabía porque hacia tantas preguntas. Supongo que necesitaba tener al menos una idea que hiciera que esta despedida no fuera tan incierta.

- Desde que nos conocemos siempre hemos hablado.

- Cuando estabas en Madrid no.

- Cuando estaba en Madrid estaba mal.

- Espero que esta vez cuando vuelvas a estar mal no te apartes de mí. Y que cuando estés lista
para regresar...

- ¿Cuándo esté lista para regresar qué? –insistió ella. Yo callé unos segundos.

- Esta incertidumbre es una mierda –dije intentando sonreír, para quitarle importancia al asunto.

- Es una mierda necesaria –dijo ella imitando mi sonrisa- Y quizás cuando regrese si sea nuestro
momento –sentí un alivio inexplicable en mi pecho- O quizás no, quizás ya cada uno esté en otra etapa –mi sonrisa desapareció- Sea como sea, yo no me quiero quedar con las ganas de saber quién soy realmente, quien soy sin ti, porque solo así algún día podremos ser los dos.

Un impulso hizo que estirara los brazos y la abrazara llevándola a mi pecho. Ahora sí que éramos de los que se despedían en el aeropuerto. Juntamos nuestras frentes, quedando nuestros rostros casi unidos.

- Te voy a echar de menos chico de al lado.

- Y yo a ti, chica de gustos hippies.

Nos besamos con delicadeza. A pesar de no saber cuándo nos volveríamos a encontrar o de qué forma, nuestros labios se encontraron con una paz y serenidad que ninguno de los dos teníamos en ese momento.

Estuvimos juntos un rato más, conversando de todo lo que nos ocurriría desde ese momento, o al menos lo que deseábamos que nos ocurriera, independientemente de lo realista o no de nuestros planes. No volvimos a conversar sobre nuestra historia pasada, sobre quienes habíamos sido estos meses, sobre nuestras inseguridades con nosotros mismos o con el otro. Solo nos centramos en quienes seríamos desde ese momento.

Al cabo de media hora nos despedimos y esta vez se sintió bien, correcto. Como se sienten esas cosas que sabemos que debemos hacer porque nos hacen crecer, nos hacen ser quienes estamos destinados a ser. Observé como se alejaba, observé como se giraba a mirarme, observé como me dedicaba una sonrisa.

Yo también le sonreí.

Más allá de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora