28. Mi guía en la oscuridad.

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Podría haberme adaptado fácilmente a este estilo de vida. Playa, sol, comida rica y Leo, sobre todo Leo. El despertar, solo los dos, en un espacio tan reducido como era la caravana aún es algo que no puedo superar.

Habíamos despertado con los primeros rayos del sol porque dejamos descubierta la claraboya que teníamos ubicada sobre la cama. Lo lógico sería pensar que gracias a mi habitual exceso de sueño me molestó el madrugar, pero no sería sincera. En realidad, aquella fue una de las pocas veces en las que me despertaba con la sensación de haber descansado completamente. Era la emoción del viaje. Parecía una niña pequeña despertando temprano para disfrutar sus días de vacaciones.

Intenté levantarme de la cama haciendo el menor ruido posible, pero el espacio era tan pequeño que solo con el hecho de salir de la cama ya había despertado al chico que dormía plácidamente a mi lado. El despertar de Leo fue más que bien venido, ya que si era por mi habría ayunado hasta que el chefito se despertara. Podría estar en una caravana en la otra punta de la isla, pero aun así no pensaba tocar absolutamente nada de la cocina a menos que fuera estrictamente necesario.

Desayunamos en una mesa plegable fuera de la caravana, para luego dar un paseo hasta la playa antes de que el sol tomará demasiada intensidad. El agua estaba cristalina y calmada. Había pocas personas a aquella hora, solo una familia que hacia castillos de arena con los niños, una pareja que paseaban un pequeño perro y una chica que se bañaba en la orilla de la playa.

Extendimos una toalla sobre la arena y nos sentamos sobre ella. Él solo llevaba un short, yo tenía puesto mi bikini. Estuvimos hablando un rato, conversaciones sin sentido ni rumbo, de esas de las que sientes que, a pesar del tema no ser nada del otro mundo, son especiales por la persona con las que las mantienes. Aquellos eran básicamente nuestros diálogos. Leo sacó de mi bolso de playa su móvil y unos auriculares que siempre llevaba con él, los conectó al teléfono y me extendió uno de ellos. Estuvimos escuchando música por un buen rato. Él se explayó mostrándome, o más bien luciéndome su buen repertorio musical. Aquí entre nos, sin que Leo se entere, tiene muy buen gusto para la música.

Intenté detener el impulso de darme un baño en la playa, pero supongo que a estas alturas de la historia ya todos sabrán que aquello era una misión fallida para mí, tuve que entrar al agua. Parece tonto, pero sentía que el mar era una forma de conectarme con mi padre. Me era extremadamente difícil estar disfrutando en la playa y no sentir el agua salada al menos en los pies. Era una necesidad tan grande que solo podría compararse con la necesidad que sentía de verlo, de abrazarlo y de decirle lo mucho que lo extraña y cuanto me había afectado su ausencia desde que era una niña.

Disfruté del impacto en mi cuerpo con el agua fría de esa hora de la mañana, mi piel se erizó con aquella sensación. Me bañé en solitario ya que Leo no se decidió a entrar. Para ese punto de nuestra relación (porque aunque aún no habíamos definido lo que teníamos, yo había decidido llamarlo relación sin especificar de qué tipo) supe que el mar no eran muy de su agrado, de hecho muchas de las veces en las que lograba que él se bañara, lo hacía solo por mí, para acompañarme. No lo sabía en ese entonces, pero ese tipo de detalles son algo a valorar en las personas, la acción de que alguien hiciera algo por ti solo por ver como lo disfrutas a pesar de que no fuera muy de su agrado vale oro, aunque desgraciadamente no lo sepamos ver en el momento en el que la persona lo hace.

Desde mi posición en solitario pude aprovechar para observarlo en la distancia. Era un hombre guapo, no podía evitar sentir cierto orgullo de que el chico que estaba en la orilla con gafas de sol y auriculares estuviera saliendo conmigo. En ese momento una especie de mujer avariciosa se apoderó de mí y un impulso hizo que me invadiera un deseo inmenso de poder llamarlo mi novio o mi pareja, como si aquella etiqueta supusiera algún tipo de mejora en nuestra relación. El ser humano tiende a ello, a etiquetarlo todo, poner nombres y establecer límites que impiden ser al otro. No nos damos cuenta que los vínculos más especiales y duraderos son aquellos que no controlamos. Yo también soy humana, así que puedo pecar, sobre todo cuando comienzo a salir del agua y noto que una chica que acababa de llegar a la playa con un grupo de chicas se acercaba a él y lo saludaba sumamente cariñosa.

Más allá de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora