Existen vínculos, como pequeñas conexiones que unen a las personas. A lo largo de nuestra vida vamos relacionándonos con todo tipo de personas que, por uno u otro motivo, la vida se encarga de ponernos en el camino. Con cada una de esas personas estrecharemos lazos, lazos que no tienen por qué ser muy profundos e intensos, simplemente son lazos, mejor conocidos como relaciones.
El saludo a aquel camarero que se encuentra al otro lado de la barra de la cafetería en la que todos los días pedimos un café antes de ir a trabajar. El primer abrazo que le dedica una madre a su bebé recién nacido. Los dos besos a modo de saludo que les damos a aquellos amigos con los que habíamos quedados o el beso de recién casados de una pareja el día de su boda. Todos y cada uno de ellos son únicos y especiales, lo cual a su vez los convierte en diferentes.
Cuando somos más jóvenes, sobre todo en la edad de la adolescencia, nos creemos la historia del verdadero amor, aquel que llegará a nuestra vida en el momento indicado. Depositamos todas nuestras esperanzas en la idea de que esa persona nos hará feliz, nos vendrá a completar, todo esto producto de nuestra poca experiencia en la vida. Por supuesto que aún somos muy jóvenes para entender que la vida es mucho más rica que eso, lo cual dudamos cuando comenzamos a toparnos con desencuentros amorosos. Pero el tiempo pasa y las relaciones van sucediendo unas a otros, formándonos a muchos una coraza que nos encierra cada vez más. Sin embargo otros no, otros simplemente continúan buscando a su amor, y muchas veces lo encuentras.
Es ese el vínculo, la conexión, aquel hilo rojo de la leyenda que está destinado a ser. Aquel que se estira, se tuerce, pero nunca se destruye. Pero volvemos nuevamente a las vueltas de la vida y a lo esplendida que es, ¿cuál es el precio que muchas veces estamos dispuesto a pagar por defender la falsa idea de que hay conexiones que se debe mantener invariables?
A mí particularmente no me gusta creer en esta leyenda japonesa. Me niego a pensar que solo exista una persona para cada uno. Me niego a atarme a alguien solo por el hecho de que así lo dicte el destino. En lugar de eso prefiero pensar que esas hebras nos unen a cada persona que conocemos a lo largo de la vida, que cada una de ellas le aportarán algo a nuestra existencia. Pero algo si debo reconocerle a esta historia, y es que siempre he creído que efectivamente esos vínculos durarán toda nuestra vida, solo que con el tiempo muchos de ellos varían llegando a disminuir el efecto que tienen sobre nosotros.
Bruno y yo tuvimos un hilo rojo, eso para mí es indiscutible, sobre todo porque no soy capaz de concebir mi vida sin su participación. A pesar del final de nuestra relación no puedo negar que estuviéramos destinados a encontrarnos en esta realidad. Destinados a vivir tantas cosas, tantos momentos que al final de nuestra historia se convirtieron en recuerdos, recuerdos que independientemente de que fueran buenos o malos, eran parte fundamental de quienes somos hoy.
Quizás nosotros no estuviéramos destinados a vivir el felices por siempre, pero esto no hizo que nuestro reencuentro fuera menos doloroso, porque repito, los vínculos disminuyen, pero aun así se mantienen sumergidos en el fondo de nuestro ser, a la espera de volver a hacer acto de presencia en nuestra realidad, en aquellos reencuentros que nos llevan a recorrer viejos momentos del pasado.
Aquel viernes fue ese día. Ese viernes puso punto y final a mi libro con Bruno. Parecería increíble decir que cuando lo vi con la chica no sentí rencor, odio o celos, pero era la verdad. Por el contrario, un sentimiento de liberación se sintió en mi pecho, como un rayo de luz invisible. Como si supiera que ya todo había terminado, pero que aún quedaba algo que necesitaba sanar. Que la aversión que me había guardado todos esos años se liberaba por fin. No sé explicar a ciencia cierta por qué sentí esto, solo puedo decir que lo viví así, sin más.
A pesar de ello viví un duelo algo intenso. Al llegar a casa lloré todos esos años, los abracé fuertemente y los deje ir. Los dejé ir junto a aquella caja beige que guardaba en el fondo de mi armario. Esa noche le dije adiós al fin a una relación destinada a ser, como muchas otras, un puente más en la vida que me llevaba a convertirme en quien estaba destinada a ser.
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Más allá de ti
RomanceSolo amamos de verdad cuando el otro nos da libertad. La libertad es la herramienta para encontrarnos a nosotros mismos en los momentos de mayor incertidumbre.