36. El golpe de realidad.

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Marcos abandonó la habitación en la que todas estábamos junto a Ana. Necesitaba tomar un poco de aire, se estaba ahogando y no precisamente por la presencia de tantas mujeres en un espacio tan reducido como nos había dicho a nosotras. Su cabeza iba a todo ritmo. Desde que había visto a aquella chica no había vuelto a respirar con normalidad. Presentía que en cualquier momento podría encontrarse con Filipo y no estaba preparado para ese suceso.

No se habían visto desde la noche en la que tuvo aquella conversación conmigo al día siguiente. Ese día habían discutido, la conversación había tomado un tono bastante elevado. Exigencias, gritos, chillidos, en eso se había convertido aquella relación extramarital y no le gustaba.

Sabía que estaba mal. Aquello no tenía ni pies ni cabeza y él no estaba dispuesto a seguir aguantando la situación. La relación había tomado el típico frio-calor que hacía que Marcos quisiera salir pitando de allí, pero a su vez no pudiera desatarse del vínculo que lo unía a Filipo. Era algo que se planteaba desde mucho antes de aquel día, exactamente desde el momento en el que se dio cuenta de que nunca se cumpliría la promesa que él le había hecho sobre romper con su matrimonio y con la vida que tan infeliz le hacía. Una vida de engaños y mentira, solo por el temor del que dirán.

Marcos no estaba dispuesto a aguantar eso. Bastante le había costado con todo lo que había vivido cuando decidió aceptarse a él mismo, como para ahora tener que aguantar las inseguridades de un chulito ricachón que no era capaz de definirse a sí mismo. ¿Cómo alguien así sería capaz de mantener una relación estable con él? Aquel era el pensamiento del chico que era mi amigo desde la infancia, el de los buenos consejos, el más maduro del grupo, el que ejercía de padre siempre que hiciera falta. El problema era que para ese entonces aquel Marcos salía muy poco a la superficie.

Esa hebra invisible que le unía a Filipo provocaba que nuestro amigo se sumiera en la melancolía y la tristeza, haciendo locuras en nombre de promesas que ni tan siquiera él se creía. Otras veces había intentado alejarse de aquel mundo gris en el que se estaba inmiscuyendo sin lograr resultados, pero algo pasó aquel día que lo había hecho reaccionar. Ese día después de tanto llorar y sobrepensar, decidió cortar todo tipo de comunicación con Filipo.

La mañana siguiente había recibido un mensaje suyo pidiéndole perdón y otra oportunidad. Había algo de exigente y autoritario detrás de aquel lo siento, ese algo invisible dolió bastante. Fue como una tijera que cortó la venda que llevaba en los ojos. Ese chico nunca cambiaría. Estaba acostumbrado a tener todo lo que quisiera, y en el caso de no lograrlo, hacía una perreta como un niño pequeño para luego solucionarlo todo con aquel lo siento tan mediocre. Él no sería otro sus caprichos.

Después de aquella noche Filipo había intentado ponerse en contacto con él, pero al no lograrlo se apareció una mañana frente al edificio en el que vivíamos. Llamó al telefonillo del portal, yo trabajaba ese día así que fue Marcos quien atendió al llamado.

- ¡¡Marcos!! –dijo Filipo nada más que Marcos levantó el telefonillo. Por supuesto que reconoció su voz- Soy yo. Ábreme.

Marcos se mantuvo callado. Sintió como su mano temblaba y aumentaba la presión con la que sostenía el telefonillo.

- Sé que estás ahí Marcos. Te escucho respirar. Ábreme anda.

Nada.

- Venga Marcos, ábreme antes de que alguien me vea.

Volvió a esperar en vano.

- Joder Marcos. Tenemos que hablar. ¿Es qué no quieres que arreglemos las cosas? –dijo esta vez, pero al notar que no iba a conseguir nada le dijo bajando el tono para que nadie lo escuchara- Te extraño. ¿Tú no me echas de menos a mí?

Más allá de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora