7. Realidades paralelas.

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Estábamos a jueves en la noche. Habían pasado tres días desde mi momento cósmico con el chico de al lado. Y digo cósmico porque sentía que lo ocurrido había sido en una realidad paralela muy lejana a la que habito generalmente. Una en la que era más que una chica cargada de inseguridades del pasado. Yo no era muy abierta con las personas que apenas conocía, bueno yo no era muy abierta con las personas en general, pero lo que quería decir era que me costaba entrar en confianza o seguirles el ritmo a los chicos como Leo.

Sabía que no lo conocía de nada y que juzgarlo sin conocimiento de causa podría resultar injusto, pero era solo recordar su sonrisa descarada para saber todo lo que necesitaba sobre él. A la vista estaba que era el tipo de chicos sin formalidades ni ataduras, de esos que dormían meses en una cama improvisada en el fondo de su negocio solo para alcanzar sus sueños. Sería la clase de chico que se lanzaría al vacío sin necesidad de saber que había en el fondo. El típico que sería capaz de arrastrarme con él a ese vacío para el que no estaba para nada preparada.

Tampoco le había contado a nadie sobre mi momento en su restaurante. Ya bastante tenía con intentar entenderme a mí misma como para encima someterme a los interrogatorios que me harían los demás si superan que pisé el terreno que se encontraba junto a El Ego.

A pesar de que aquel día no pegué ojo en toda la noche repasando mentalmente los acontecimientos y pensando en lo que podría haber pasado si hubiera aceptado su invitación, poco a poco me fui habituando a mi estado natural de neutralidad en el que solo me permitía recordar a Leo en las noches. ¿Habría aceptado su invitación si nos hubiéramos vuelto a encontrar? Tal vez ni siquiera volviera a tocar el tema cuando nos volviéramos a encontrar.

Las noches eran esos momentos oscuros en los que nos dedicamos un poquito de tiempo a nosotros mismos, ese tiempo en el que el hilo de nuestros pensamientos se desataba sin que pudiéramos detenerlos. Quizás para muchos fuera un momento de paz, pero para otros era el espacio en el que resurgían nuestros más grandes demonios, esos que acallábamos durante el día gracias al ruido de la rutina.

Leo aquel día no representó nada en absoluto, ni siquiera un gran deseo físico o conexión mística. Leo aquel día representó lo desconocido, el mundo que había más allá de mis amigos, mi trabajo y mi terracita con vistas al mar en la que me encontraba en ese momento. La forma tan simple en la que conseguí seguirle el coqueteo, un coqueteo algo tonto, pero para nada distintivo de mí, me hizo darme cuenta todo el tiempo que había pasado desde la última vez que me había permitido a mí misma tener un "tonteo", aceptar un piropo o sentir que a alguien le apetecía conocerme. Ese día descubrí lo alto que estaban las murallas que había construido hace tres años y que habían ido creciendo sin interrupción a lo largo del tiempo.

Aquel día no fue más que un avance. Un adelanto de lo que sería mi vida los siguientes meses. Un anticipo de lo que simbolizaría Leo en mi historia, más allá de una pasión, una atracción o un gran amor. Leo sería el yo que había dentro de mí y que nunca me permitía sentir, hasta que, de una forma u otra, me enseñó a liberar.

*****

- ¿Con quién te escribes? –le preguntó Ana a Lorena sentada a la mesa frente a ella mirándola fijamente.

- Con alguien –respuesta escueta.

- ¿Con un tío? –insistió Ana.

- Claro que con un tío. ¿Cuándo en la vida la has visto poner esa cara de bobaina por una conversación que no involucre un hombre? –la molestó Marcos, pero para su decepción Lorena no entró al trapo.

- ¡¡Eeeh!! Tierra llamando a Lorena. ¿Hay alguien dentro de esa cabecita? –le preguntó Ana mientras movía su mano frente a su cara.

- Estoy hablando con un tío que conocí el otro día en un café. ¿Contentos?

Más allá de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora