El lunes El Ego abría sus puertas temprano en la mañana para ofrecer variados desayunos a todos los que gustaban de disfrutar de la playa antes de que el sol tuviera mayor intensidad. Ese lunes sería yo la encargada de tan orgullosa tarea según Tony, quien me había despertado una hora antes para hacerme saber que se ausentaría toda la mañana para asistir a un turno en el médico sin importancia, o eso me dijo cuándo intenté preocuparme preguntándole como estaba de salud.
Me estaba terminando de arreglar cuando me asomé a la habitación de Marcos.
- Usted señorito me debe una explicación ¿no crees? –le dije mientras encendía la luz y me lanzaba sobre su cama.
- Ahora no Elena, déjame dormir –me contestó tapándose la cabeza con las sábanas.
- Quien tiene buena noche no puede tener buen día –le solté mientras lo destapaba de cuerpo entero- ¿No me vas a contar quién es el amante bandido que ocupa todas tus desoladoras noches?
No me contestó, solo abrió un ojo mientras se tapaba la cara con las manos para protegerse de la luz.
- ¿No me vas a contar? –le pregunte haciendo una mueca que más que lástima daba risa- Pues si no me contestas tal vez la próxima vez que salga el tema delante de las chicas no sabré disimular.
- ¿Disimular dices? Si te tuve que dar patadas por debajo de la mesa para que cerraras la bocaza esa que tienes.
- Bueno quizás no supe disimular muy bien, pero lo importante es que nadie lo notó.
- Nadie lo notó no Lenita, nadie quiso notarlo. Así que ahora vete a trabajar y déjame en paz que vas a llegar tarde y de ese sueldo es que sobrevive esta familia.
Miré la hora en mi móvil y efectivamente se me había hecho tarde. Salí disparada escuchando de fondo la voz de Marcos que me gritaba que apagara la luz de la habitación, lo cual por supuesto no hice. Si no me iba a contar el cotilleo completo le aplicaría la guerra fría, así de simple.
Mientras me dirigía al bar recibí una llamada de mi madre desde Madrid, llevaba años viviendo allá mientras acompañaba a mi abuela. No era que estuviera enferma ni nada por el estilo, sino que un año después de que falleció mi abuelo mi madre decidió irse a vivir con ella porque decía que la peor enfermedad a la que se podía enfrentar una mujer como ella era a la soledad.
Estuvimos conversando sobre cómo había ido los últimos días, el trabajo, los amigos, el clima, si me alimento bien, en fin, esas cosas que preocupan a una madre, sobre todo cuando está lejos. Hablamos todo el camino hasta el bar.
A pesar de que Tony era el encargado de abrir y cerrar el local todos teníamos una llave para casos de emergencias. A ese nivel era la confianza que depositaba ese señor en todos nosotros. Entré y comencé a prepararlo todo para abrir al público, cuando llegó el cocinero de turno y a los pocos minutos entró Esther después de dejar a su hija en casa de los abuelos.
- ¿Cómo está la Lucí? ¿Emocionada por el verano?
- Esta incansable. Me queda una larga temporada por delante.
- Que linda –le dije mientras recordaba a la pequeña de risos dorados.
- Por cierto –llamó mi atención Esther- Tony me contó que el chico del restaurante de al lado vendrá hoy a recoger unos paquetes que le dejaron ayer. Por lo visto el otro día vino a pedirle que se encargara él de recibirlos porque no iba a estar por aquí.
- De acuerdo, estoy al tanto.
En su momento no pensé mucho en el tema del mandado del chico de al lado, como todos le decían. Me adentré de lleno en la faena y a pesar de que el día comenzaba tranquilo, sobre medio día ya el lugar estaba mucho más lleno. Era común que en aquella época del año no diéramos abasto en el trabajo, porque cuando Tony nos decía todo orgulloso que nuestro lugar era uno de los centros más elegido de la zona, no se equivocaba.
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Más allá de ti
RomanceSolo amamos de verdad cuando el otro nos da libertad. La libertad es la herramienta para encontrarnos a nosotros mismos en los momentos de mayor incertidumbre.