41. Destino.

9 6 0
                                    

Llevaba poco más de dos semanas en Madrid y al menos ya no lloraba con cada atardecer.

Lo mejor que tenía el hecho de estar allí era que sabía que tanto mi madre como mi abuela no me preguntarían que me pasaba. Las dos sabían que si había llegado con mochila en hombro y sin avisar era porque algo grande había ocurrido, pero que no ganarían nada haciéndome hablar sobre ello.

El calor en Madrid era asfixiante, pero era una ciudad increíble. Siempre me lo había parecido. Era una ciudad en la que me podía dar el gusto de soñar. Soñar que era una persona distinta a quien era verdaderamente. Cada vez que me asomaba al balcón y respiraba sentía como si aquel aire me llenara de vida, de oportunidades. Al menos hasta que mi mente regresaba a aquella isla, a aquella playa que ya nunca se sentiría igual.

Había estado asumiendo que yo lo había dejado, ahora tenía que acarrear con las consecuencias. Me lo repetía como un mantra para grabarlo en mi subconsciente. No había nada más que hacer. Estaba resultando un tanto difícil debido a los mensajes que me mandaba.

Leo:
Tal vez no dije las cosas de la mejor forma. No te estaba rechazando, simplemente creo que hay cosas que tenemos que aclarar cada uno con uno mismo antes de plantearnos un nosotros. Solo quiero hablar las cosas. Llámame por favor.

Leo:
Espero que todo esté bien. Quiero saber de ti.

Leo:
Elena te he estado llamando y no me contestas. Solo necesito saber si estás bien, por favor.

Leo:
Supe de ti por las chicas. No te molestes con ellas, casi las tuve que obligar a hablar. Contéstame el teléfono, necesitamos hablar.

Leo:
Solo quiero aclarar las cosas. No me gustaría que estuviéramos mal por gusto.

Leo:
Lo siento Elena.

Era obvio que mi repentina huida lo había dejado preocupado. No había contestado a nada. No podía. Me temblaban las manos cada vez que lo intentaba y regresaba a la espirar autodestructiva del día en el que hablamos por última vez. Ahora mismo me ocurría. Aun así, me llené de valor y comencé a teclear.

Elena:
Ojalá estuvieras aquí.

Leí el mensaje. Estuve a punto de enviarlo, pero algo me lo impedía. Me invadía una sensación vergüenza que me hacía parecer más que ridícula. Ya había tenido suficiente aquella tarde. No iba a insistirle para que arregláramos lo nuestro a alguien que no estaba dispuesto a intentarlo. Con alguien que se había conformado tan rápido con romper lo nuestro.

Lo nuestro sabía a poco, así que borré el mensaje.

*****

Estaba sentada en el sofá mirando la tele. Realmente no tenía ni idea de lo que estaba pasando en la pantalla porque mi mente estaba a kilómetros de distancia de aquella habitación. No fui consciente del momento en el que mi abuela llegó y se sentó a mi lado hasta que escuché que decía algo.

- ¿Cómo dices? –le pregunté.

- ¿Qué si piensas salir hoy? Hace una tarde preciosa.

- Y un calor horroroso. No me apetece salir de casa.

- Ya, si se te ve muy interesada en el documental sobre los chimpancés en el África profunda.

- Claro –dije con la cabeza apoyada sobre uno de mis brazos.

- ¿Cómo estás hoy?

- Bien –la miré extrañada- ¿Por qué lo preguntas? –pregunté volviendo mi mirada hacia la tele.

Más allá de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora