Cumplió su promesa y volvió nuevamente a aquel burdel. Esa noche Gerard se había vestido con una pequeña falda, una camisa blanca de tirantes, unas medias, tacones y esta vez con un antifaz amarillo, mismo que había adoptado como parte del traje oficial de su personaje en ese burdel: Party Poison.
Frank llegó justo cuando acababa de salir a bailar, se miraba tan hermoso. La manera en cómo movía sus caderas, sus brazos y sus piernas en torno a ese tubo. Se veía sensacional. Podía ver como todos los tipos de aquel lugar estaban maravillados con esa belleza, pero esa noche sería de nueva cuenta suyo, ninguno de esos tipos se lo iba a ganar.
Y así fue, después de varios tragos, que ya no recordaba cuantos, tenía a Party Poison acorralado contra la pared, sus blancas y hermosas piernas rodeaban su cintura. Lo penetraba tan duro una y otra y otra vez.
Lo folló varias veces, pues ese hermoso chico sólo provocaba en él inmensas ganas de coger, lo encendía tanto.
El chico terminó prácticamente hecho una gelatina en sus brazos tras su tercera corrida. Se le notaba cansado. Se preguntó a cuántos se cogería en una sola noche, si con tres folladas continuas ya se encontraba en ese estado. Dejó una buena cantidad de billetes, mucho más que la vez anterior, y se despidió de él, aunque claro que volvería, siempre volvería a los brazos de esa hermosura en tanto continuara disponible en aquel burdel.
Si por él hubiese sido se habría quedado ahí a follarse de nuevo a ese chico, sentía que simplemente no podía cansarse, no con tal monumento frente a él.
Era una lástima que fuese una puta.
Un chico tan hermoso como ése bien era digno de convertirse en el esposo de cualquiera, incluso en el suyo. Podría mantenerlo, podría nunca más tener que trabajar en su vida y sólo dedicarse a complacerlo cada que llegara cansado del trabajo. Pensó que sería magnífico tener a Party disponible sólo para él, en su cama, con lencería costosa y coqueta y no con las pobres prendas que usaba.
Lo mejor sería despertar con él entre sus brazos y cogérselo también por la mañana, antes de ir a trabajar.
Era una lástima que fuese una puta.
Lo imaginó en su casa, follándolo en cada rincón de la misma. Incluso en su jacuzzi, entre las burbujas, escuchar esos deliciosos gemidos.
Aunque también se permitió pensar en su nombre, ¿cuál sería su verdadero nombre?. Le encantaría llamarlo por su nombre en tanto se lo coge fuerte, muy fuerte, y después venirse en su delicioso culito sin un preservativo de por medio. Pero no sólo pensaba en follar, también en abrazarlo, en respirar su dulce aroma a libros viejos que se escondía detrás de ese perfume barato a fresas que utilizaba en ese cochino burdel. Sería increíble tenerlo.
Era una lástima que fuese una puta.