Capítulo 3

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Kiara

La fría brisa choca contra mi cuerpo, estremeciéndome. Los murmullos de las personas se vuelven lejanos mientras las hojas de los arbustos se mueven al compás del viento, en una delicada danza que parece burlarse de mi incomodidad.

―Tenemos buenas noticias, hija ―dice papá, mientras llevo la copa de agua a mis labios y doy un largo sorbo.― Hablamos con el director Park y está de acuerdo en que mereces una de las becas del instituto. Está todo planeado. Irás a la universidad donde estudiamos tu madre y yo, y estudiarás derecho. Algún día trabajarás con nosotros en el bufete familiar y te harás cargo de él.

Las palabras caen sobre mí como una roca. Bajo la mirada al plato vacío frente a mí, tratando de procesar lo que acabo de escuchar. Siento un mareo repentino, una mezcla de asfixia y desconcierto.

El restaurante donde estamos es elegante, como todo lo que rodea a mis padres. Desde el segundo piso, puedo ver perfectamente las calles y los automóviles deslizándose por estas, asi como a los oficiales emitiendo multas  Estamos en la zona más exclusiva de la ciudad.

―Es lo mejor para ti, cariño ―comienza mamá, con ese tono― Eres fuerte e inteligente. Sabemos que estarás lista para llevar el negocio familiar. Serás una excelente abogada, Kiara.

Su entusiasmo choca con la opresión que siento. Miro a mi madre sonriente, mientras mi padre asiente con orgullo.

―Es que, yo... no quiero estudiar derecho ―murmuro, sintiendo que mis palabras se desvanecen en el aire― Estaba pensando en diseño gráfico, o tal vez diseño de interiores. Siempre me ha gustado crear, ustedes lo saben, ¿verdad? Eso es lo que quiero.

 Pero mis palabras parecen no hacer eco en ellos. Sus miradas siguen brillando con la misma emocion, como si lo que acabo de decir no importara. Ya tienen un plan y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo.

Un mesero se acerca, retira los platos vacíos y mamá pide una botella de vino para celebrar. Papá se levanta de la mesa para atender una llamada, dejándome sola con ella.

El silencio se instala entre nosotras. No tengo mucho que decirle. Nunca hemos sido cercanas; nuestras interacciones se limitan a los viajes familiares anuales y a algunas conversaciones superficiales. No sé si alguna vez me ha preguntado cómo me fue en la escuela. Solo tiene tiempo para su trabajo, sus viajes y su esposo.

―Deberías tener cuidado ―dice de repente, rompiendo el silencio.

La miro, desconcertada.

―¿Qué?

―Con los del Norte. Han llegado al pueblo y no se van a ir. A ellos les conviene que todo se unifique, gastar menos en infraestructura, aumentar impuestos. Los políticos solo piensan en su propio beneficio ―su voz se vuelve tensa, su frente se frunce con disgusto.

La observo por unos instantes. Sé que no la volveré a ver por un tiempo. Su cabello castaño, recogido en una trenza, su rostro redondo con leves arrugas. Somos tan parecidas físicamente. Tal vez demasiado. Aunque, en cuanto a carácter, soy mi padre: terca, obstinada, pero también leal.

―Tendré cuidado, mamá, no te preocupes.

Nos miramos a los ojos. Por un momento, parece que algo suave se dibuja en su expresión. Una sonrisa leve, pero sincera.

Papá regresa y la conversación cambia de rumbo. Hablan de su último viaje a Tennessee y de lo difícil que fue ganar el caso. De vez en cuando, me recuerdan lo importante que es que estudie derecho y que algún día trabaje con ellos. Yo asiento, sonrío y finjo. Alimentando su fantasía, que parece volverse mi realidad.

Cuando la tarde cae, mis padres se despiden con promesas de llamar y visitarme pronto. Me abrazan, me besan en la frente y se marchan al aeropuerto.

El cielo, pintado en tonos de naranja y rosa, parece un cuadro en movimiento. El viento frío me acompaña mientras camino de regreso a casa. Pateo algunas piedras y hojas caídas a cada paso, con las manos metidas en los bolsillos de mi abrigo.

Al llegar a casa, cierro la puerta con llave y dejo caer mi mochila en el sofá. Me preparo algo sencillo de cenar: macarrones con queso. Mientras la pasta se cuece, me quito el abrigo y el uniforme, quedándome en ropa interior negra. Sirvo la pasta en un plato, ceno en silencio y lavo los platos.

Después, me adentro en la ducha, dejo que el agua caliente alivie el peso que llevo encima. Me cepillo los dientes, desenredo mi cabello y humecto mi piel. Una rutina mecánica que, al menos, me da cierta paz.

Acostada sobre mi cama, con mi pijama puestoo me dejo llevar por el cansancio. Suena una notificación en el teléfono, luego otra. Con pereza, me estiro para alcanzarlo.

Mis ojos, aún somnolientos, se adaptan a la luz. No son mensajes de mis padres.

CUPIDO / CITA.COM ❤

Compatibilidad encontrada: 75%

Nombre: Charles Miller

Instituto: South High School

Charles Miller quiere ir al baile de San Valentín contigo.

¿Aceptas?

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora