Capítulo 7

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Cloud en multimedia

Kiara

―Todo está bien con esta bolita de pelos ―dijo la veterinaria mientras se quitaba los guantes de látex y apagaba la lámpara de luz a un costado― De igual forma, te indicaré algunos fármacos en caso de emergencia. El pobre pudo haber sufrido mucho allá afuera, y más vale prevenir que lamentar.

Asentí atenta a sus indicaciones, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a disiparse.

―Como eres primeriza en esto, puedo hacerte una lista de los alimentos que no puede consumir, de los mejores productos de higiene para él, y hablaré con mi secretaria para programar su próxima visita ―se giró hacia mí en su silla giratoria, sonriendo con amabilidad.

―Muchas gracias.

Eran pasadas las doce del mediodía y mi estómago rugía como un león. No había comido nada, me salté el desayuno para llegar temprano a la consulta y ser la primera, pero al parecer, otros pensaban igual, y terminé siendo la número cuatro. Largas horas de espera en la pequeña sala, donde Cloud se pasó durmiendo en mis piernas, moviendo la cola y jugando con un gato mayor a nuestro lado.

El consultorio estaba iluminado por grandes bombillas blancas. Las paredes estaban pintadas de un azul claro con rayas verdes, figuritas de animales adornaban el escritorio y en la esquinahabía un estante repleto de libros, más figuritas, peluches de animale y una camilla en el centro.

Bajé a Cloud de la camilla, él salió disparado hacia uno de los peluches. Lo mordió, arañó y limpió el piso con él hasta que se cansó. En ese momento, lo tomé en brazos y no lo dejé bajar.

Era un verdadero torbellino. Había estado en casa menos de dos días y ya había destrozado la alfombra de la sala de estar y mis pantuflas favoritas.

―Hemos terminado ―informó, despegando la vista del ordenador―. Ya lo he registrado en el sistema y para su siguiente consulta no tendrás más que dar tu nombre y ID.

Agradecí de nuevo y abandoné el lugar, no sin antes pagar.

La fría brisa nos recibió afuera. Ajusté la bolsa de papel en mi mano izquierda y con la derecha sujeté la correa del gato.

Decidimos parar a comer en una cafetería conocida del pueblo, a unas cuadras del parque donde lo encontré y a tres del instituto. Me senté en una de las mesas de afuera y jugué con Cloud mientras esperábamos nuestra comida.

Sentí una oleada de alegría al darme cuenta de que ya no estaría más sola en casa, ahora tendría compañía. Una pequeña bola de pelos se había robado mi corazón en tan solo unas horas y tenía la certeza de que se convertiría en mi mejor amigo.


.・゜゜・❥・゜゜・


El fin de semana pasó volando y en un pestañeo, ya me encontraba de vuelta a clases. Las horas se me hacían eternas, como de costumbre. Las palabrerías de los maestros me parecían innecesarias, y los adolescentes eufóricos no paraban de hablar sobre la fiesta del viernes. Un total fracaso para mi vida social y amorosa.

Aunque no del todo. Había algo en concreto que se robaba mi atención cada vez que pensaba en él, además de suspiros y tontas suposiciones.

El sobre blanco estaba guardado en la oscuridad del cajón de mi escritorio, esperando a ser abierto una vez más, a resolver el misterio que lo rodea y descubrir su remitente. El poema, escrito a mano con tinta y fina grafía, desbordaba emoción en verso. La hoja, arrugada, parecía haber sido empuñada una y otra vez, indecisa de qué plasmar sobre ella.

Dejé los audífonos de lado al escuchar la campana que indicaba la finalización del receso. Me levanté del banco y me dirigí al interior de la infraestructura, los pasillos se estaban desalojando y las puertas de los salones se cerraban.

Química es mi última clase, pero en vez de dirigirme al laboratorio, caminé hacia el único lugar del instituto donde podrían ayudarme.

Al llegar, recargué los brazos en el mostrador.

―Hola ―saludé― Disculpe, hace unos días estuve en la mesa del fondo terminando un trabajo de historia y, al salir, me percaté de que me faltaba el libro. Supuse que lo había dejado aquí, así que me preguntaba si algún estudiante lo vio y lo reportó.

―¿Podrías decirme con exactitud qué día? ―preguntó la mujer del otro lado.

Le di los detalles que necesitaba, viéndola teclear en el computador de la escuela, revisando el historial de los últimos libros que habían sido sacados de la biblioteca.

―Lo lamento, pero no he encontrado nada.

Sonrió sin mostrar los dientes. Cuando estaba a escasos metros del umbral de la puerta, me giré hacia ella.

―Recuerdo que había una mesa en específico, un grupo de siete personas, si no me equivoco, que vestían de negro y chaquetas de cuero. Las chicas llevaban el pelo en colores llamativos y...― la bibliotecaria me miró confundida al principio, luego, sus ojos se agrandaron de sorpresa al escucharme terminar. ―Hacían ruido, distraían a los demás y usted no hacía nada. Ese mismo día choqué con uno de ellos, tal vez se llevaron mi libro. ¿No se lo entregaron?

Negó otra vez.

Gruñí frustrada, no solo por el hecho de que ella negaba recordarlos, sino también por no querer ayudarme. El aire acondicionado estaba en su punto máximo y aun así sentía mi cuerpo en llamas. El estrés y la rabia se filtraban en mi ser.

Cansada, me di la vuelta, lista para irme, cuando la escuché hablar:

―Niña ―me llamó, su voz baja, temiendo a que nos escucharan, curioso porque estábamos solas―. Soy nueva en este empleo y no quiero que me echen, pero corren rumores. Aquel chico con el que chocaste es el hermano menor del líder de una banda de motociclistas del norte. Vinieron como estudiantes de intercambio debido a la situación en su región. Por eso no siguen las reglas, no usan el uniforme escolar, se saltan clases y pasan horas aquí, en la biblioteca.

Sin darme cuenta, ya estaba de regreso al mostrador. Pensamientos ilógicos rondaban mi cabeza, tenía la boca seca, las manos sudorosas y el pulso frenético.

¿Una banda de motociclistas dentro de la escuela?

¿El director lo permite?

―Si quieres, puedo conseguirte un nuevo libro de historia. Es más fácil que salir por ahí preguntando por el hermanito del chico.

En ese momento, escuché la campana sonar de nuevo: Quimica. 

―Anda, vete, de seguro ya has perdido clases. Y recuerda, no te acerques a ellos, mantente alejada de su banda y de cualquier cosa que los rodee. Es por tu bien ―dijo con tanta firmeza que, por un momento, me asusté.

Ella me advertia.

Pero el destino nos uniria. 

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora