Capítulo 29

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Kiara

Aspiré el olor a esmalte de uñas, ocultando la sonrisa que amenazaba con aparecer.

Por alguna razón, siempre me han gustado los olores inusuales: gasolina, pintura, tierra mojada, esmalte de uñas. Pertenezco a ese ínfimo porcentaje de la población que disfruta de esos aromas, al igual que el del asfalto recién colocado.

La pedicurista masajea mis pies y no puedo evitar soltar un pequeño suspiro de satisfacción. Mientras tanto, la manicurista despliega ante mí una gama de colores. Me decido por un rosa pastel con pequeños detalles blancos y dejo caer la cabeza en el almohadón del sillón.

Las luces blancas iluminan el salón, plantas artificiales decoran la recepción y en el segundo piso, largos pasillos conducen a habitaciones de relajación. La señora Brown reservó esta cita para disfrutar un día entre chicas y lo agradecí más de lo que imaginé.

Necesitaba desconectarme de todo, aunque fuera solo por unas horas. Cuando mis ojos se encuentran con los de la madre de Jess, ella me mira divertida, arqueando una ceja.

Frunzo el ceño, intentando no reír.

Ella es, sin duda, la madre que siempre quise.

Tomo la mano de Jess, quien está a mi lado, con su rostro cubierto de una mascarilla de espinacas y enormes rodajas de pepino en los ojos. La imagen me hace pensar en Fiona, la de Shrek. Me devuelve la sonrisa, o lo intenta, porque sus labios también están cubiertos por una mascarilla.

Mi ropa habitual ha sido reemplazada por una bata blanca y pantuflas a juego. En este momento, me siento como la reina del mundo: una pedicurista, manicurista, aire acondicionado, la compañía de mujeres increíbles y una sala entera para nosotras. ¿Qué más podría pedir?

Una pequeña nevera en la esquina está repleta de bocadillos y bebidas y un mini bar con champán y copas vacías ocupa la parte superior. Estamos en el piso veinte y desde aquí, la vista de la ciudad es espectacular. Viajamos tres horas para llegar al estado vecino y tener este día maravilloso.

Cuando terminan conmigo, me acerco al centro de la habitación, donde nos espera un set de cosméticos sobre una mesa de cristal. Con mi móvil grabo un boomerang y lo subo a Instagram, etiquetando al spa. Luego, subo fotos de mis pies hundidos en agua burbujeante y mis uñas recién pintadas.

Las bolsas de compras reposan en el sofá frente al espejo de cuerpo completo, decorado con bombillas. Entre ellas, está mi vestido de graduación, envuelto en papel decorativo, junto con los accesorios y tacones. Me cruzo de brazos, recordando las palabras de Aiden.

Riquilla, solía llamarme, con ese tono burlón que siempre me sacaba de quicio.

—¿Disfrutas de la vista? —me pregunta la señora Brown.

—Sí, es hermosa.

Asiente, complacida con mi respuesta.

—Gracias... por todo, en serio. —Me giro hacia ella—. Me acogieron como si fuera una más de la familia y lo aprecio mucho.

—No nos debes nada, Kiara. Eres parte de nuestra familia. —Sus palabras me llegan al corazón y la abrazo, mientras Jess continúa disfrutando su facial.

El nudo en mi garganta se hace más grande.

—¿Quieres contarme algo? —pregunta con suavidad.

Suspiro y me siento en el sofá en forma de tacón gigante. Ella me sigue, dándome toda su atención.

—Usted sabe que mi relación con mis padres no es buena... peor es que ellos no lo ven. Están tan concentrados en sí mismos que no se dan cuenta de lo hundida que me siento. —Bajo la mirada—. Son obsesivos con el control. Si no hago lo que dicen, soy la peor hija del mundo.

—Es imposible complacer a todo el mundo, Kiara. No importa cuánto lo intentes, siempre habrá alguien que no esté conforme. —Acaricia mi mejilla—. Pero no puedes dejar que eso te consuma.

—Creo que nunca aprendí a amar. Mis padres nunca me enseñaron eso. Y ahora, me siento perdida.

—La vida nos sorprende de maneras inesperadas. Esa es la magia de vivir.

Sonrío, mirando el atardecer desde el ventanal. Pero todavía hay algo más que necesito sacar.

—También rompí con alguien... y no dejo de pensar en escribirle, en saber si está bien. Pero no quiero arruinarlo más.

—¿Es un mal chico?

Niego, luego asiento, después vuelvo a negar.

—No... es una gran persona. Pero lo juzgué antes de conocerlo de verdad. Gané su confianza y luego la rompí.

Su imagen se apodera de mi mente: esos ojos azules, el cabello oscuro, su voz suave cuando me hablaba de su familia, sus sueños. Me dedicó una canción. Me abrió su corazón.

—¿Crees que tengo una oportunidad de arreglar las cosas? —le pregunto.

—Primero, debes aclarar tus propios sentimientos. Respira, Kiara y no te ahogues en un vaso de agua. Segundo, acércate a tus padres. No hacer lo que ellos quieren no significa alejarte de ellos por completo. Significa aprender a escucharlos sin dejar que todo te afecte.

Sus palabras me tranquilizan. Sé que tiene razón, aunque el peso de la realidad sigue ahí, recordándome lo complicado que es manejar todas estas emociones a la vez.

—Y tercero... disfruta de estas semanas. Cuando tengas que enfrentarte a la vida adulta, desearás regresar a estos momentos.

Más tarde, cuando llegamos a casa, cenamos en silencio, agotadas pero felices. Después de la cena, Jess tiene la brillante idea de ver una película de terror a altas horas de la noche. Sin hacer ruido, conectamos el proyector y lanzamos algunas almohadas y mantas al piso.

Optamos por ver Horrorland. La película no es gran cosa, pero en las redes sociales no dejan de recomendarla, así que no podemos resistirnos. Para mí, no es nada terrorífica, pero Jess pasa toda la película escondida bajo las mantas, temblando como hoja.

Cuando termina, se queda observando la puerta entreabierta del baño.

—¿Jess? —la llamo, preocupada.

—Quiero hacer pis, pero no quiero ir sola. ¿Me acompañas?

Y ahí estoy, apoyada en el umbral del baño, esperando a mi mejor amiga. La oscuridad envuelve el pasillo y aunque para mí no tiene nada de especial, Jess parece aterrorizada.

—Qué absurdo —murmuro para mí misma.

Después de que sale, le pregunto:

—¿Te lavaste las manos?

—Por supuesto, sería muy antigénico no hacerlo.

Nos reímos suavemente y volvemos a la cama.

—Aún no sé cómo voy a vivir sin ti en la universidad —le digo, acostándome de lado.

Ella frunce el ceño, acentuando sus pecas, y sonríe.

—Sobreviviremos. Además, nos llamaremos todos los días. Haremos trampa en las tareas y seguiremos siendo mejores amigas por siempre.

Apoyo mi cabeza en su hombro.

—Te quiero, rubia.

—Yo también te quiero, enana. Ahora, intenta dormir y que no te lleven los del parque.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora