Capítulo 12

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Kiara

Tecleo la pantalla de mi móvil, revisando las visualizaciones de mi último post en Instagram. Una foto mía con Cloud salta a la vista: su cuerpo esponjoso se acurruca bajo mi mentón, mientras sus ojos curiosos miran hacia la cámara. Hay algo reconfortante en esa imagen. Las siguientes tres fotos son desde otros ángulos.

Reviso los comentarios, me gustas y sonrío al ver que he ganado nuevos seguidores. Pero mientras mi dedo se desliza por la pantalla, mi mirada sigue buscando algo: un mensaje en particular. Tres horas han pasado desde su último texto. 

La ansiedad burbujea en mi pecho. No sé cuándo exactamente comencé a sentir esta necesidad, pero ahora me encuentro esperando con impaciencia su mensaje en mi bandeja de entrada.

Nunca pensé que estaría tan pendiente de un chico y menos de uno a quien nunca he visto. Repiqueteo las uñas contra la mesa de metal, el olor a comida recalentada y el asfixiante calor del comedor me hacen sentir aún más incómoda.

La pareja de tortolos llega a la mesa.

―¿Serás muerto de hambre? ¡Me has robado la hamburguesa! Esto no te lo perdono, Liam. ¡Jamás! ― protesta Jess, empujando la bandeja de comida hacia él.

Arqueo la ceja, observando la escena con una mezcla de diversión y distancia.

―Tranquila, se le pasará luego de unos besos ―me guiña un ojo mientras se lleva una papa frita a la boca.

Jess, siempre tan fácil de sonrojar, golpea a Liam en la espalda, aunque él sonríe pícaro. Me río al ver cómo el rostro de mi amiga se torna cada vez más rojo y Liam se une a mis carcajadas. Jess, ahora escondida tras sus manos, intenta parecer ofendida, pero incluso ella se quiebra y comienza a reír también.

―Los odio. Son de lo peor.

―Gracias ―decimos al unísono, todavía riendo.

Mientras ellos bromean, mi mente divaga. He estado ausente en las clases durante la última semana por pura vagancia. Las noches se me han escapado viendo programas de cocina hasta altas horas y al día siguiente despertaba cuando el sol ya estaba en lo alto. Me acostumbré a ese ritmo desordenado y ahora me siento desajustada.

El regreso a clases fue un alivio inesperado. Aunque el campus está en obras, con pilas de arena, camiones de construcción y zonas cerradas con cintas de seguridad, al menos es algo. El rumor de que una pandilla del Norte atacó la escuela corre como pólvora, pero nadie sabe realmente por qué o quiénes fueron. A veces me pregunto si de verdad fue así, o si solo es otra historia exagerada que los estudiantes se inventan para distraerse.

Los constructores trabajan en turnos nocturnos para no interrumpir el horario escolar y los guardias de seguridad revisan las mochilas de estudiantes y maestros. Todo esto me hace sentir como si estuviéramos en una película distópica, con reglas cada vez más estrictas. El director parece aprovechar cualquier oportunidad para sancionar a los que no siguen las normas.

―Tenemos planes, qué pena ―anuncia Jess con una sonrisa sacarina―. Kiara y yo tendremos un fin de semana de chicas, y no necesitamos de ti.

―Que rápido me reemplazas ―bromea Liam, llevándose una mano al pecho como si estuviera dolido.

―Acostúmbrate ―respondo con indiferencia, encogiéndome de hombros.

Jess empieza a hablar con entusiasmo sobre la boda de su hermano y el vestido que llevará. Su emoción es contagiosa, pero cuando nuestros ojos se encuentran, me pregunta si ya he comprado el mío. 

Claro que lo hice, más por insistencia de ella que por iniciativa propia. Después de la fiesta de San Valentín, metí todos mis vestidos en una bolsa y los arrinconé en lo alto del armario. No tenía planes de comprar otro, pero Jess no me dejó en paz hasta que lo hice.

El sonido de una notificación interrumpe mis pensamientos.

Mr. Misterioso: 

¿Me extrañaste?

Desapareciste. Pensé que te había pasado algo.

Respiro hondo, mis dedos flotan sobre la pantalla antes de responder.

Qué va, estaba resolviendo unos asuntos. ¿Qué tal va tu día? ¿Algo nuevo?

Normal. Ya extrañaba estar en clases.

¿Hacemos llamada más tarde? Quiero escucharte. Tu voz se ha convertido en mi sonido favorito, Kiara. Me gustas mucho.

Mi corazón da un vuelco. ¿Qué quiere decir con esto? Ya llevamos tiempo hablando, compartiendo secretos y emociones. Pero nunca lo he visto. Nunca se ha mostrado. La frustración se acumula en mi pecho.

Entonces, ¿por qué no te muestras? Podemos intentarlo, ¿no? Quiero verte.

Su respuesta tarda en llegar, como si él mismo estuviera dudando. Repico las uñas sobre la mesa de nuevo, la ansiedad vuelve.

Hablamos luego.

Coloco el móvil sobre la mesa con fuerza, frustrada. Algo no encaja. No sé si debería seguir esperando o si debería dejarlo pasar. Hay algo en él que no es auténtico, lo presiento. Quiero descubrir quién es realmente. Sacar a relucir cada faceta hasta encontrar a la persona detrás de las palabras.

El receso termina y caminamos de regreso al aula, agarradas a ambos brazos de Liam, quien bromea diciendo que transporta a dos reinas. Aunque sus palabras me sacan una sonrisa, mi mente sigue en otra galaxia. 

Durante la clase, me entran ganas de ir al baño. Dudo si pedir permiso, pero finalmente lo hago.

―Profe, ¿puedo ir al baño?

La maestra me da el permiso, y salgo corriendo hacia el baño. Una vez ahí, cierro el pestillo, poniendo el seguro en rojo. Justo cuando termino, escucho la puerta abrirse y las risas familiares de las porristas llenan el espacio. Nadia y sus amigas. 

―Mark es un buen pretendiente ―comenta Nadia, y mi estómago se tensa al escuchar su nombre.

―Lástima que tenga novia ―responde la pelinegra, pintándose los labios frente al espejo.

―Te lo regalo si quieres ―dice con indiferencia―. No me sirve.

Mis pies se mueven solos y antes de darme cuenta, ya estoy frente al espejo, mirando mi reflejo junto al de ellas. Mi cabello trenzado, mi rostro apenas maquillado. Mi uniforme perfectamente ordenado. Todo esta en su lugar. 

―¿Se te perdió algo? ―Nadia me mira con desdén― Piérdete.

La pelinegra se me acerca y me agarra del hombro.

―¿Eres Kiara, la novia de Mark? ¡Tía, si eres famosa! Las chicas mueren por ser tú.

―Claro, ―interviene Dania―. Admítelo, estás con Mark por su dinero.

Doy un paso al frente, sintiendo el calor subiendo por mi cuerpo.

―¿Tú qué sabes de mí?

―No necesito conocerte para saber lo que eres. Aprovechadora.

Mi mano se mueve antes de que lo pueda procesar. Un golpe seco resuena en el baño y el rostro de la capitana de las porristas se gira con la fuerza de mi cachetada. Las demás chicas me miran, boquiabiertas. El silencio pesa en el aire.

―No te atrevas a hablar así de mí ―dijo con una voz que apenas reconozco.

Pero entonces, Dania reacciona. Sus manos se hunden en mi cabello y sin pensarlo, yo hago lo mismo con el suyo. La empujo contra la pared, escucho su quejido mientras le jalo el cabello con fuerza y siento sus uñas clavándose en mis brazos, luego su boca mordiéndome con furia. Grito, pero no me detengo.

Una porrista sale corriendo en busca de ayuda y la pelea sigue.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora