Capítulo 27

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Aiden

Hoy es un año más desde la muerte de mamá. 

El tiempo ha pasado y su lápida, que siempre manteníamos limpia, ahora luce descuidada y sucia. Hojas secas se acumulan sobre el cemento, y las flores de visitas pasadas yacen marchitas.

Papá cae de rodillas detrás de mí y me da unas palmaditas en la espalda, un gesto tan familiar como doloroso.

Quiero romper con la costumbre de llorar cada vez que la visitamos, pero me es imposible. Tomás y yo seguimos cargando la culpa de su partida.

Él, por darle la espalda.

Yo, por huir ante la primera adversidad.

El pasado es un recordatorio constante de nuestros errores y si lo miramos con rabia o arrepentimiento, solo nos hundimos más. Necesitamos aprender a mirar atrás con amor y comprensión.

"En lugar de lamentarnos, debemos aceptar y abrazar cada una de nuestras versiones, buenas o malas. Todas nos han formado". Kiara me dijo esto una noche, recostada en mi pecho.

Recuerdo aquella noche en que la invité a cenar en casa. Aceptó encantada y conoció a papá, entablando conversación con Aike. Aunque él estaba nervioso, sobre todo después de aquel tropiezo a principios de año, pronto se sintió en confianza. A mitad de la cena, confesó algo que me hizo regañarlo después, pero Kiara, como siempre, calmó la situación con una sonrisa.

Su presencia en mi vida ha sido magica. Aparecía en casa sin previo aviso, ayudando con los quehaceres, la comid o simplemente embriagándome con su mera compañía.

Esa misma noche, mientras estaba en mi cama y ella en mi escritorio hojeando un libro, me preguntó:

—¿Cómo es que te las arreglabas para entrar a mi condominio y dejarme las cartas?

Sonreí, juguetón.

—Soborné al guardia con un par de dólares —Kiara abrió los ojos sorprendida y formó una pequeña "O" con sus labios.

Frunció el ceño, fingiendo molestia.

—¿Y cómo terminaste aquella vez en detención? ¿Golpeaste a alguien? —bromeó, contagiándome su sonrisa.

—Nada de eso —dije, negando con la cabeza—. Solo le levanté la voz a un maestro.

De vuelta al cementerio, Tomás acomoda flores frescas junto a la tumba y Aike sacude la tierra. El atardecer nos envuelve, transformándonos en sombras de colores.

A lo lejos, veo a una joven pareja llorando desconsolada sobre el césped mojado. Un hombre mayor, sentado en una lápida, conversa con los restos de su esposa, acompañado por un pastor alemán. No somos los únicos que sufren hoy.

Llegamos en el coche de papá, después de clases. Dejamos el lugar limpio. Mi hermano menor es el primero en hablar, notando mi voz entrecortada.

—Hola, mamá —dijo, apartándose el cabello oscuro de la frente. Aike y yo no nos parecemos en nada físicamente, ni siquiera en carácter. Él es todo papá, mientras yo me parezco más a mamá.

—Hacía tiempo que no veníamos, pero no es culpa nuestra. Estos días han sido complicados.

Aike se toma un momento para decir en voz baja:

—Sabes, mamá... hay una chica que me gusta. Se llama Violet. Creo que te habría contado sobre ella si estuvieras aquí. Me siento tan tonto, porque me rechazó y no sé cómo manejarlo. A veces pienso en cómo me habrías aconsejado...—Le paso un brazo por los hombros . Lo veo tan dolido que no puedo evitar sentir rabia.

—¿Qué hicimos para merecer esto? —me preguntó ese día, sollozando en la sala de estar. Sus lágrimas mojaban mi camiseta, pero no me importaba. Mi hermano menor estaba con el corazón roto y eso era más importante que cualquier tela manchada.

—Quizás mis consejos no fueron los mejores —le dije bromeando, intentando aligerar el momento. Recordé cuando me rogó que lo ayudara a redactar una carta para Violet. A pesar de todo, estoy seguro de que mi hermano está en buenas manos.

Los minutos pasan, y Aike se toma su tiempo para relatar su semana. Ya más tranquilo, llega mi turno de hablar.

Respiro hondo y tras unos segundos de silencio, me decido a compartir lo que me ha dado felicidad en los últimos meses.

—Te habría gustado conocerla, mamá. Kiara me ha hecho pensar mucho en lo que quiero para mi vida. Me hace feliz y sé que habrías querido verme así. Tal vez la recuerdes. Es la chica que me decías que fuera a hablarle cuando la veías jugando en el jardín. Resulta que ahora somos novios.

Sonrío, recordando su rostro. Solo pensar en ella me retuerce el estómago.

—La amo y esttoy seguro de que te habría caído bien. Las cosas con papá han mejorado. Ya no discutimos, llego más temprano a casa y estoy pensando en salir de la banda.

Respiro profundo y continúo.

—No te enojes, pero esta no es la vida que quiero. Quiero algo mejor para mí. Sé lo importante que era la banda para ti, pero no puedo seguir cargando con este peso. Estoy mejorando mis notas y pienso postularme para una beca universitaria. Quiero graduarme, ser alguien, salir de este pueblo.

Dejo un beso sobre su nombre y mientras nos alejamos del cementerio, acerco a Aike y revuelvo su cabello.

Subimos al coche y papá, que nos había dado privacidad, nos observa desde el retrovisor. Le hago un gesto, y por primera vez en mucho tiempo, me devuelve una sonrisa. O al menos un intento de sonrisa.

Al llegar a casa, me quito la camiseta y los pantalones, disfrutando de la ventaja de vivir con dos hombres: caminar en bóxers y dejar la ropa por todas partes sin que a nadie le importe.

Para la cena, Tomás ordena una pizza grande con borde de queso, pepperoni y tocineta. Aike, por su parte, pide una de vegetales porque, según él, es vegetariano. Por ahora.

—Busco mis raíces, quién sabe si en mi vida pasada era vegetariano.

—O un mono —le respondo.

Entre risas y bromas, entra una llamada. Contesto sin dudar, pero lo que escucho me deja helado.

—Aiden, no puedo seguir con esto. Lo siento, pero terminamos.

Y, en ese momento, mi mundo se desmorona.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora