Capítulo 30

1.9K 112 7
                                    

Kiara

Calor.

Es lo que siento mientras me muevo por la cancha de baloncesto, dando órdenes y midiendo los espacios. Como organizadora del baile de fin de año, tengo la responsabilidad de vigilar y cerciorarme de que todo salga perfecto. La presión me rodea, pero estoy decidida a hacerlo bien.

Verónica y dos chicas más se ofrecieron a ayudarme, así que estamos reunidas en las gradas. Sostengo una libreta de apuntes donde escribo la idea principal y las sugerencias que se nos ocurren en el camino. Descartamos algunas por el riesgo y el alto costo que demandan. Este baile debe ser memorable.

Planeamos un evento cliché con cabinas de fotos, mesas de bocadillos y ponche, ademas de una alfombra roja donde los estudiantes podrán posar y tomar fotos. Un escenario decorado con globos y finas telas; al menos eso es lo que tenemos en mente. Al final de la noche, se elegirá una reina y un rey, lo que añade un toque especial a la velada.

La empresa encargada de traer las mesas y decoraciones no tiene la mejor reputación. El año pasado, su temática vintage terminó en una tarde de té con adornos poco apropiados. Así que este año decidimos recibir todo dos días antes para asegurarnos de que sea lo correcto.

Diseñamos e imprimimos invitaciones para distribuir por el campus. Con un suspiro, pienso en cómo se siente invitar a alguien especial.

¿_____ me harías el honor de ir conmigo al baile de graduación?

En la rayita se escribe el nombre de la persona a la que deseo invitar, mientras que abajo dibujamos birretes y copas al aire. La mayoría de los chicos ya tienen a alguien con quien asistir.

Liam invitó a Jess con un ramo de flores, dentro del cual colocó la invitación. La llamó a mitad del pasillo y al girarse, se encontró con su novio de rodillas. Mi corazón se calienta al recordar ese momento; el amor que se desborda entre ellos es contagioso.

Lloro el resto del día, no de tristeza, sino de felicidad. Estoy feliz por Jess, porque después de tanto buscarlo, parece que ha encontrado a su príncipe azul.

No son los únicos con declaraciones originales. Otro chico se confesó a su mejor amiga. A diferencia de Liam, él esperó a su amada en la puerta del instituto con un enorme cartel y una caja de bombones. Cuando la chica saltó a abrazarlo, confesó que estaba cansada de esconder sus sentimientos. En medio de tantas historias de amor, me siento un poco fuera de lugar.

Nunca vi tanto amor correspondido como estas semanas, ni siquiera en San Valentín, cuando la gente parece esforzarse un poco más.

Establecemos las medidas para la cabina de fotos y una de las chicas propone lanzar fuegos artificiales a medianoche. La idea no me parece mala, pero tendré que planteárselo al director Park.

Una cartelera al pie de la entrada de la cancha anuncia el evento, al igual que los afiches pegados en los pasillos y en la biblioteca. Anoto los fuegos artificiales en bolígrafo negro, porque lo consideraremos; el rojo significa un rotundo no y el azul, sí. Levanto la vista y veo a Verónica arqueando una ceja.

—¿Tienen pareja para el baile? —pregunta una voz chillona.

—¡Sí! Mi novio me invitó esta mañana —responde una chica sentada en los escalones más bajos—. ¿Y ustedes?

—Prefiero ir sola —cruza los brazos Verónica, con una expresión de desdén—. Encima, tengo demasiadas cosas por las que ocuparme.

—Bienvenida al club —digo, conforme con lo que dice. Las chicas intercambian miradas, y entiendo a lo que se refieren.

En este instituto, los chismes tardan más en desaparecer que las botellas de vidrio en el planeta.

Cerramos las puertas y cada quien retoma sus clases o más bien repasos. Los exámenes finales están a la vuelta de la esquina y he faltado tanto que tendré que estudiar por mi cuenta. Con mi promedio, es difícil repetir curso, pero no quiero arriesgarme, más aún porque quiero aplicar para una beca.

Después de una extensa charla conmigo misma en la ducha, llegué a la conclusión de que nadie me haría más feliz que yo. Así que tomaré riesgos. Diseños de interiores, allá te voy.

Mi compañera de clase finaliza su análisis del tema y toma asiento. Las felicitaciones del maestro y el resto de los alumnos no tardan en llegar. Le sonrío levemente, es gratificante saber que mi ayuda sirvió.

Uno a uno presentan sus análisis y el resto opina al respecto. El tiempo llega a su fin y agradezco a Dios, porque escuchar tantas veces lo mismo cansa.

—Continuaremos la próxima clase —informa el maestro de Historia, colocándose sus anteojos—. Espero que los faltantes hayan aprendido de sus compañeros y lo hagan excelente. Recuerden completar el cuadernillo y realizar las actividades del libro. Mi repaso consistirá en actividades sobre temas pasados, así que al no hacerlas, corren el riesgo de no pasar el examen.

Un pelirrojo alza la mano, el maestro le concede la palabra.

—¿Cuánto vale el examen?

—La nota completa.

Cien puntos, fácil. Las caras de terror inundan el salón.

¿Es Historia realmente difícil? No entiendo a aquellas personas que odian esa asignatura. ¡Si es una de mis preferidas!

Más tarde, camino hacia el teatro ubicado en las afueras del instituto. El horario escolar ha terminado y me toca esperar a Jess para ir a casa. Normalmente me iría caminando, pero estoy hablando de su casa, que está más lejos que la mía. Si emprendo camino, llegaría en hora y media.

Como proyecto final del club de teatro, han asignado a sus integrantes la obra: El Fantasma de la Ópera, basada en la novela homónima de Gaston Leroux. Jess recibió el personaje principal, Christine Daaé.

Mi amiga quiere ser actriz profesional y está aplicando para estudiar actuación en una de las mejores academias del país. A veces, me pregunto si Jess y Liam estarán juntos para toda la vida. Fueron hechos el uno para el otro.

A medida que camino, visualizo una cabellera azul sentada entre un grupo sobre el césped. Chicago. Obligo a mis ojos a también ubicar una cabellera negra.

Las ansias de topármelo son grandes, pero el universo no pone de su parte. Este solo se acuerda de mí cuando está aburrido.

—Hola —dije al llegar a ellos, nerviosa. Las risas cesan. El grupo está completo, claro, a excepción de Aiden y unos chicos más que no reconozco.

Chicago es la menos sorprendida de todos, sonriendo amigable.

—Hola, ¿qué tal estás? —inicia la conversación.

—Pensábamos que ya no te veríamos aquí —dijo Brand, pasándole un brazo por los hombros a la peliazul. Zack carraspea.

—Estudio aquí —menciono lo obvio, mientras resguardo mis manos en el chaleco de lana. Ellos, como de costumbre, no visten uniforme y no sé qué más decir.

Edward rompe el hielo.

—Si buscas a Aiden, no está —eso veo, genio—. Y ya no lo estará.

—¿Cómo?

—Se ha ido. Ha salido de la banda y muy pronto del pueblo —suelta así, sin más. Demoro unos segundos en comprender lo que dijo. ¿Aiden se salio de la banda?

Mi estado de shock debió ser muy evidente, porque Chicago se suelta del brazo de su novio y corre a socorrerme.

—Creí que te lo había dicho y por eso rompieron —susurra para que solo nosotras podamos escuchar, aunque de todas formas los demás se enterarán. Son un grupo y no se ocultan nada. —No dio muchas explicaciones, solo que quería empezar de cero con su familia. Tampoco comentó el porqué de su ruptura.

No noté las lágrimas deslizándose por mis mejillas hasta que Chicago me abraza.

—Aún puedes hablar con él. Se irá la semana entrante.

—¿Sabes a dónde? —mi voz sale baja.

Agita la cabeza en señal de negación. Tomo un bocado de aire y me despido del grupo, sintiendo que el peso del mundo me aplasta.

En casa con el portátil sobre las piernas, entro a la página oficial de la universidad a la que aspiro aplicar y lo hago. Envío mi solicitud universitaria, sin volver la vista atrás.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora