Capítulo 5

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Kiara

Ya es viernes por la noche, San Valentín. 

La semana había pasado con lentitud y pesadez; fue una de esas veces en las que quieres que todo acabe, que ocurra sin mucho misterio. Los días eran eternos y las horas infinitas.

La incertidumbre de tener una cita con un completo desconocido del campus y estar encerrada en una cancha de basketball con un grupo de adolescentes hormonales no me resultaba para nada agradable, lo contrario, era asqueante e incómodo.

Tenía la constante sensación de que no pertenecía a mi generación, que era diferente al resto y que solo Jess me conocía del todo, aunque a veces, en mis noches de insomnio, donde mis pensamientos tomaban el control, llegaba a pensar que no era así.

Quedamos en que me pasaría a recoger alrededor de las seis o siete, dándome tiempo necesario para arreglarme y a ella para estar con su familia. En clase de historia, cuando esperábamos a la maestra, me contó que Justin, su hermano mayor, se iba a casar con su novia. Se había enterado el martes por la mañana al despertar y encontrar a la pareja en el comedor junto a sus padres. Salieron a celebrarlo en familia, por eso se ausentó.

Frente al espejo, me pruebo varios vestidos por encima de la ropa, indecisa. Las opciones son limitadas, mi armario está repleto de ropa, pero no la adecuada para asistir a una fiesta.Tiro sobre el sillón al lado del espejo los tres vestidos.

El primero era primaveral y de suave tela. Blanco, con flores rosadas, verdes y azules que lo adornaban. Constaba de una cinturilla al igual que los otros dos.

El segundo, lila, más sencillo que el resto. Bordados en el área del escote, de largas mangas, brillitos resaltan sobre la tela al tener contacto con la luz.

El tercero y último me lo regaló madre en las navidades pasadas. Turquesa, hombros descubiertos, con una pequeña abertura en el muslo derecho. Trenzados alrededor de la cintura.

Al salir del baño, opto por la tercera opción. Me visto, acomodo el vestido, seco mi cabello hasta devolverlo a su forma original; lindas y rebeldes ondas. Paso un poco de polvo por mi rostro, máscara de pestañas, rubor y brillo de labios.

Me regalo una sonrisa a través del espejo, satisfecha con el resultado.Una bocina de auto se escucha afuera: Jess. Doy un último vistazo a mi reflejo, tomo la pequeña cartera sobre la cama y bajo las escaleras.

Un coche blanco descapotado espera parqueado. Cruzo el porche, haciendo resonar la vieja madera en cada paso. Abro la puerta del copiloto y me adentro en el vehículo.Una sonriente rubia me recibe.

—¿Estás lista para la mejor noche de tu vida? —enarco una ceja. El coche se pone en marcha.

—¿No dijiste eso hace unos años, donde fuimos sin ser invitadas a una fiesta clandestina que organizaron los de último año? ¿Donde se hizo una redada y tuvimos que correr por nuestras vidas?

—Esta es la excepción, amiga. Confía en mí.

Sonrió. Ella me guiña el ojo.

La brisa golpea nuestros cuerpos con violencia, el cabello pica en mi rostro en incómodos movimientos. El cielo está cubierto por un manto negro sobre nuestras cabezas. Relajo mi cuerpo en el asiento, enfocándome en el constante sonido que producen los neumáticos en el asfalto, sin querer reparar en lo que me espera en la fiesta.

En el trayecto, Jess encendió la radio y dejó reproducir la primera emisora que apareció. Una enérgica y pegajosa melodía sonó del otro lado. Mi amiga mueve la cabeza de un lado al otro, sin soltar el volante. Saco mi teléfono del bolso y comienzo a grabar sus locuras.

El movimiento de su cabeza se hace cada vez más rápido, haciendo volar sus amarillos mechones. Golpea el volante al compás de la música y canta a todo pulmón o más bien balbucea la canción, río a carcajadas.

Giro el ángulo del video y encuadro los coches en movimiento, sus luces parpadeantes, los altos edificios y los semáforos en rojo que se salta Jess con mis protestas.

Todo queda guardado en aquel video de más de dos minutos, capturando nuestra esencia, lo que somos y tal vez lo que dejemos de ser cuando entremos a la universidad y tengamos que separarnos.

—¡Nos ibas a matar! —reclamo mientras cruzamos el estacionamiento del insti. Habíamos llegado.

—Nos hacía falta un poco de adrenalina—entrelaza su brazo derecho con el mío— Nuestras vidas se han vuelto muy monótonas. ¡Salgamos de la rutina, chica! Somos adolescentes, tenemos el derecho de pasarla bien.

—No creo que digas lo mismo cuando te multen por las altas velocidades en las que andas. Ah, y por cruzarte los semáforos en rojo. Por personas como tú, otras mueren a diario.

Jess iba vestida más sencilla de lo que esperaba: unos vaqueros, un top rojo de mangas transparentes y unos converse blancos. Ver su ropa me hace sentir estúpida.

El estacionamiento está repleto de carros, jeeps y motocicletas. Desde aquí se puede escuchar la música y los gritos provenientes de la fiesta. En vez de ir por los pasillos, llegar al área de natación y los baños como lo haríamos normalmente, cruzamos todo el campus y la cancha de fútbol hasta llegar a las puertas traseras de los camerinos de las porristas, donde Jess toca la puerta con raros golpeteos.

El polideportivo está decorado con corazones en distintos tamaños, globos pegados en el techo y pared, confeti rojo desparramado por el suelo, una mesa de dulces felices y todo tipo de bebidas alcohólicas.

Me doy un recorrido por el sitio sin saber qué hacer. Entrelazo las manos frente a mí y me siento sobre la primera fila de gradas.

Las personas a mi alrededor se divierten, saltan y bailan al ritmo de la música. Me encanta la música, me gusta bailar, pero no en estas circunstancias, donde cualquier puberto pervertido puede acercarse y sobrepasarse. No quiero pasar por eso.

Y me fijo en el detalle de que soy la única chica de la fiesta que lleva vestido. Estúpida, otra vez. La rubia había desaparecido de mi vista, me dijo antes de irse que se dirigía al baño, su cita estaba por llegar. 

También se registró en esa tonta app y tuvo la suerte de que tuviera un alto porcentaje de compatibilidad con su compañero de clases de ciencias. Me comentó que era un chico lindo, dulce y atento, le pasaba los apuntes cuando no asistía a clases y curiosamente siempre terminaban en el mismo grupo cuando tenían que entregar algún proyecto, además de que estaba en el club de música de la escuela.

Reviso las notificaciones del teléfono, nerviosa y un tanto emocionada. Iba a ser mi primera cita y sin importar dónde estaba, cómo iba vestida o quién era mi acompañante , pretendía pasarla bien y olvidarme de todo por un momento. Un mensaje nuevo aparece en la pantalla. Mi corazón se acelera.

CUPIDO/CITA.COM ❤Charles Miller ha cancelado su cita.

Mis dedos tiemblan y el nudo en mi garganta crece. La decepción me invade como un manto frío que no esperaba. Me levanto de golpe de la grada, guardo el teléfono en el bolso y camino hacia la salida. No quiero estar más aquí.

La música, las risas y el bullicio quedan atrás mientras cruzo el campus a paso rápido.

Al salir del edificio principal, el aire fresco me golpea la cara y me despeja la mente. Me siento en los escalones de la entrada del insti, flexionando las piernas hacia delante.

La puerta se escucha abrirse a mis espaldas, lo ignoro, pensando que es algún borracho que ha salido a vomitar o fumar. Una sombra se alza sobre mí, acompañada de una respiración pausada, algo que se deja caer a mi costado.

Miro por el rabillo del ojo y veo una mano enguantada en cuero asomarse. Cuando giro la cabeza, no hay nadie, solo un sobre blanco. Las palabras que leo en él me desconciertan.

De: Tu admirador secreto.

Para: Kiara.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora