Capítulo 32

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Kiara

De pie en el pasillo, observo la espalda de Aiden desaparecer, mi furia crece y retomo el paso. En cuestión de segundos, estoy frente a Mark quien ha salido de la oficina del director. Al verme, su sonrisa se borra como si no quisiera enfrentar lo que está por venir.

Airada, le golpeo el pecho y grito.

—¿¡Es que todos los hombres se han vuelto locos, o qué!? —abofeteo su pecho con fuerza—. Joder y yo que pensé que nosotras las mujeres éramos las complicadas.

Suelto un soplido. Mi flequillo vuela, manteniéndose alejado de mi campo de visión.

Tomo su muñeca y lo arrastro hasta afuera del campus.

—Tú —lo señalo. Mi dedo índice se clava en su pecho mientras doy un paso hacia él y él retrocede—. ¿Qué hiciste? ¿Qué hiciste para que Aiden te lastimara de ese modo? ¿Y por qué no te defendiste?

Mark parece un desastre. Su perfecto y engominado cabello es un nido que cualquier pájaro podría confundir y utilizar como hogar. Bajo su nariz, un pequeño rastro de sangre seca cubre el camino y parte de su labio superior. La chaqueta de su uniforme está arrugada y apenas puede mantener abierto el ojo izquierdo, que se ha tornado de un morado oscuro.

Como el idiota que es, se sienta al pie de las escaleras de entrada y acaricia su nariz.

—El chico pega fuerte —bromea, sonriendo.

Paciencia, Dios, murmuro mientras sacudo la cabeza. A pesar de la situación, me siento a su lado.

—Deberías estar lloriqueando, no vacilando.

—Calma, Kiara, que solo tendrás que soportarme hoy. Ya no estaré en el pueblo —se despoja de su chaqueta, quedándose en una camisa blanca de la cual desabotona los dos primeros botones. Pasa la mano por su pelo y estira las piernas—. Una prestigiosa universidad me aceptó, podré estudiar a la vez que juego fútbol.

—Eso es bueno, Mark —comento—. Me alegro por ti.

Nuestras miradas se conectan y me transporto a cuando éramos niños, jugando hasta el anochecer y merendando bizcocho de chocolate en el porche de su casa. Sus ojos verdes, llenos de calidez, me hacen sentir una mezcla de nostalgia y confusión.

—Me enteré de que Aiden y su banda fueron los que destruyeron la escuela a principios de año. Sé que tú también lo sabías —agrega, sin mostrar emoción—. No pienso delatarlos, así que tomé justicia por mano propia. Pinché los neumáticos de su moto y rayé la pintura, sellando con mi inicial. ¿A que no fue buena idea?

—No lo fue. —Lo miro, intentando contener mi risa.

—A mí me gustó. —Su tono se vuelve más ligero—. Solo intentaba impresionar a la chica que me gusta. Como le atraen los chicos malos, pensé que tal vez podría comportarme como uno.

Ahora soy yo quien aparta la mirada. No había considerado que esto pudiera ser algo serio para él.

El que me molestará cada día por los pasillos, sus comentarios e invitaciones, sus coquetas sonrisas... En mi cabeza no existe un mundo donde Mark y yo pudiéramos estar juntos, pero aquí estoy, escuchando su confesión.

—Mark... —empiezo, pero él levanta un dedo, cortando mis palabras.

—Ya sé lo que dirás, Kiara —dice con voz cansada. Su ojo se hincha cada vez más y el tono morado se transforma en un parche visible—. Puedes ofrecerme tu amistad, pero no tu corazón, ya que le pertenece a otro.

En el silencio del rechazo, me atrevo a bromear.

—Oye, que yo no me he ofrecido a darte mi amistad.

Mark ríe suavemente, y su risa aligera un poco la tensión.

—¿Quieres que te acompañe a la enfermería? —niega. Cierra los ojos y ladea la cabeza—. Que si te mueres, luego me acusarán de asesino.

No recibo respuesta más que pausadas respiraciones. Le doy un pequeño toque en el hombro, pasando la mano frente a su cara y suelto un suspiro.

—¿Tienes cita para el baile? —pregunta de la nada.

La pregunta me sorprende y tardo un momento en procesarla.

—Para ese día, no estarás en el pueblo —respondo, como si temiera que fuera una invitación. Él gruñe y se levanta con un ligero tambaleo.

Me incorporo para ayudarlo, pero él da un paso atrás, su típica sonrisita surca de sus labios. Contraigo las cejas al verlo extender la mano.

—Empecemos de cero. Hola, soy Mark. —Repite las mismas palabras de cuando nos conocimos.

—Hola, Mark, yo soy Kiara. —Acepto su mano, sintiendo una extraña mezcla de emociones.


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Una nueva cancion traspasa mi móvil. La enérgica melodía invade mi cuerpo y canto el coro en voz baja.

Tengo la última hora libre, así que me siento en las mesas exteriores del instituto. Subrayo las líneas o párrafos de importancia y marco las páginas del libro con post-it dependiendo de lo que amerite. Cuando Run the World (Girls) de Beyoncé se filtra en mis oídos, un desconocido aparece en mi campo de visión.

Ocupa un asiento con toda la confianza del mundo frente a mí, estirando el brazo hasta alcanzar uno de mis libros abiertos sobre la mesa. Comienza a leer en voz alta lo que he subrayado con resaltador verde.

¿Y este de dónde salió?

Es un chico alto y tan flaco como un grillo. Mala referencia. Su cabello es de un castaño claro peinado hacia arriba y tiene ojos verdes. Viste un uniforme totalmente diferente al mío, en colores rojos y negros.

Sus ojos lucen perezosos.

—¿Mi padre les obliga a hacer esto? —pregunta.

—¿Tu padre? —replico, confusa. El desconocido asiente.

—El director Park es mi padre, padrastro —corrige. Su muñeca izquierda está adornada con un costoso reloj que estoy segura de que no sabe usar—. Qué maleducado soy. Me llamo Charles Miller, tu cita de San Valentín.

Abro los ojos como platos. ¿Charles Miller? ¿Tengo delante al capullo que me plantó en la fiesta de San Valentín?

—Cancelaste nuestra cita —le reprocho.

—Sí, y lo siento —tuerce los labios—. Esa noche, un grupo de encapuchados me detuvo en el estacionamiento, me amenazaron y obligaron a cancelar nuestra cita. Tampoco tenía muchos ánimos de conocerte.

—¿Cómo me reconociste? —cuestiono, intrigada.

—Digamos que eres una chica bastante controversial en los institutos. Todos te conocen por ser la que se metió con el capitán del equipo de fútbol de tu escuela y luego liarte con el líder de una banda de motociclistas del pueblo. Pelearte con la capitana de las porritas... Eres una leyenda.

Me paso las manos por la cara, agotada.

—Igual tengo que irme, Park me atrapa y me delata con mi madre por escaparme del instituto. Un gusto, princesa del instituto.

Inclina la cabeza en despedida y yo apenas sonrío. Busco entre el montón de apuntes y lápices una hoja en blanco y un bolígrafo de tinta negra. Inspirada, escribo el dichoso discurso y algo más.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora