Capítulo 9

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Kiara

—¡¿Te lo puedes creer!? ¡Porque yo no! —chilla Jess del otro lado de la línea.

Tanteo el aguacate y lo echo en el carrito que arrastro al siguiente pasillo, sin dejar de escuchar el chisme.

—No sé por qué te sorprendes. Escuché por ahí que los padres de Nadia sobornaron al director para promoverla como capitana de las porristas.

—No eres chismosa, ¿eh? —ríe.

Me encojo de hombros, como si pudiera verme.

—El chisme viene a mí.

Me detengo en el pasillo de limpieza y observo las hileras de estantes que me rodean. Camino por entre ellas, deteniéndome a agarrar un quita pelusa para los muebles, un nuevo aromatizador, servilletas de papel y suavizante de lavanda.

Los desolados corredores me invitan a explorarlos y a comprar productos innecesarios. Me siento complacida al ver el carrito hasta el tope y más aún cuando son mis padres quienes cubren los gastos.

—¡Ah! —me quito un auricular por el escandaloso grito. Se escucha el grifo de agua, una puerta que se cierra y pasos alejándose. Luego vuelve a hablar— Casi se me olvidaba: Justin quiere que vayas a su boda. Dice que eres como otra hermana pequeña para él, que te aprecia mucho y bla, bla, bla.

—¿Ya tienen fecha? ¡Qué rápido!

—Sí que lo es. Al parecer, están muy enamorados —suspira—. Ojalá yo encontrara a mi alma gemela.

—¡Si me tienes a mí, mensa! —recrimino, ofendida. Somos como uña y mugre, es imposible que no me considere su media naranja.

—Claro que eres mi alma gemela, pero no de esa manera. Me refiero a algo más íntimo. Una persona que se preocupe por mí fuera del amor fraternal; más bien, por el amor desbordado, ese que te ciega por momentos y revolotea tu estómago.

Analizo sus palabras mientras estoy en la fila para pagar. La típica musiquita de supermercado me aleja de la conversación.

Cientos de imágenes aparecen en la pantalla, con denigrantes titulares encabezando los periódicos.

—South High School ha sufrido diversos ataques esta madrugada: destrucción total de los casilleros, laboratorio, salones de estudios, registros estudiantiles carbonizados, piscina contaminada. Pero tengan por seguro que no nos quedaremos de brazos cruzados. Los responsables pagarán por sus acciones. Reconstruiremos la escuela y los mantendremos al tanto, mientras las clases están suspendidas hasta nuevo aviso. Buenos días —se despide el alcalde, padre de Mark.

Puedo ver con claridad cómo los rostros de las personas se transforman por la rabia y el desacuerdo, porque todos en aquel lugar sabemos quiénes son los responsables de tal atrocidad. La pregunta es: ¿por qué lo hicieron? 

—No creo que el amor sea nuestra mayor preocupación en este momento.

Jess hace un sonido con la boca, indicándome que continúe.

—¿Has visto las noticias? ¡Hay una banda de delincuentes en la escuela y la han destruido! —digo, exasperada, ganándome malas miradas de la gente que camina a mi alrededor.

—No sé si recuerdas que te chocaste con ellos en la biblioteca —le había contado sobre la desastrosa noche que tuve por San Valentín: la llegada de la misteriosa carta, la sensación de sentirme observada y la amenaza de la bibliotecaria.

—No fue nada del otro mundo.

—Por mí, que vuelvan a destruir la escuela cada vez que quieran. Yo feliz. ¡No más clases, deberes y maestros! ¡El paraíso, mi reina!

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora