Capítulo 16

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Kiara

Realizo la última serie del ejercicio, sintiendo el sudor resbalando por mi frente. He estado haciendo cardio desde la mañana, llegando a un punto excesivo, pero no me detengo. La ansiedad recorre mis venas y la incertidumbre de qué va a pasar ahora me abruma.

No debí seguir el beso. Estuvo mal. ¿Cómo se lo explico a mi admirador secreto?

Es muy precipitado de mi parte, pero creo que me gusta. Me gusta mi admirador secreto, y eso me preocupa. ¡No sé quién es! ¡No sé su nombre ni en qué grado estudia! Pero me gusta con una intensidad preocupante.

Siento que de alguna forma lo he traicionado, así que, para aflojar el nudo en mi garganta, le escribo mensaje tras mensaje, detallando la salida y aceptando que seguí el beso, que no me aparté ni lo empujé. Mientras espero su respuesta, entro a la ducha y giro la manilla al lado derecho, deseando que el agua fría me haga olvidar todo.

Los maullidos y rasguños de Cloud se escuchan a través de la puerta, este gato no conoce la privacidad. Su carita se transforma en la de un felino abandonado cuando me alisto frente al tocador, ya sea en la mañana para ir al instituto, en mis escapadas con Jess o cuando voy al súper. Cloud es un niño caprichoso, y siempre aprovecho para regañarlo, aunque al final no puedo evitar llenarle la carita de besos.

Lavo mi cabello, jugando con la espuma que cae de mi cabeza. Masajeo mis brazos, cuello y pies, cumpliendo con mi rutina de skincare e hidratación. Al concluir, abro la puerta y me encuentro con una escena que ya esperaba.

Bola de pelos me observa con cara triste y orejas caídas.

―Eres un manipulador, hermoso y adorable gato. ―Lo apapacho. Su estado de ánimo cambia drásticamente, se acostó sobre su espalda, cierra los ojos mientras acaricio su barbilla y orejas. ―Te amo muchísimo, cosa hermosa.

Mi voz se vuelve más aguda a medida que le doy mimos. Cloud parece no querer soltarme, como si hubieran pasado años desde su última caricia, cuando en realidad solo fue hace menos de una hora.

―Codicioso, quieres tenerlo todo, ¿no es así? ―pregunto, acompañándolo en el suelo. La toalla se aferra a mi cuerpo. ―Insaciable. Por eso estás tan gordo y perezoso, es tu castigo mandado por Dios.

Lo cierto es que ha aumentado de peso en estos meses, ya sea por la cantidad de comida o la nueva marca de atún que le estoy dando. Aún no me adapto a leer los ingredientes y calorías de cada alimento. Mi error. También está el hecho de que al señorito no le gusta caminar como en las primeras semanas, ahora se la pasa durmiendo en el sofá o mordiendo los zapatos de papá, los cuales he tenido que comprar y fingir que son los mismos de antes.

Me cambio por unos shorts y una camiseta de tirantes, algo cómodo para el insoportable calor. Hoy fue un día tranquilo en la escuela, los maestros repartieron sus clases sin dejar tarea, excepto la maestra de Lengua Española, que asignó un artículo de opinión sobre un tema que afecte la sociedad actual. Aún sigo yendo a detención.

Estaba arreglando la habitación cuando escuché el tintineo de llaves abajo. Insegura, tomé mi móvil y descendí por las escaleras. Mamá y papá me esperaban en el umbral de la puerta principal con sus maletas.

―¿Mamá? ¿Papá? ¿Qué están haciendo aquí?

―¿Acaso tenemos prohibido visitar a nuestra hija? ―mamá me envuelve en sus brazos, y papá la sigue. Desconcertada, les acepto el abrazo.

―No, no, para nada.― excuso. ―Solo que es raro, pensé que estarían viajando por el mundo en algún caso importante.

―El caso importante fue de un homicidio y terminó hace días. Rechazamos el resto de ofertas para venir. ―dijo papá, empujando las maletas al pie de las escaleras. Está más viejo de lo que recordaba, y mamá parece más joven, con sus habituales trajes, tacones y zapatos de vestir.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora