Capítulo 31

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Kiara

Cuando eres llamado a la oficina del director, te preguntas automáticamente qué has hecho para que suceda. Así que, en el momento en el que escuché mi nombre por megafonía, pensé en todo.

Trago grueso.

Ser expulsada a semanas de graduarte no es bonito.

—Quiero que hagas el discurso de cierre para la graduación —dijo el director Park, posando los brazos sobre su enorme escritorio.

Mi reacción fue instantánea.

—Imposible. Estoy a cargo del baile y, sin mencionar, tengo que estudiar para los exámenes. No puedo asumir más responsabilidades de las que ya tengo.

—Tienes el récord académico más impecable de todo el instituto, lo que significa que no necesitas hacer el examen —me respondió—. He hablado con algunos de tus maestros y están a favor de exonerarte.

—¿En cuáles asignaturas? —me acomodo mejor en el sillón frente a su escritorio, de repente interesada en la conversación. Estamos hablando de una exoneración, no lo dejaré pasar.

—Química y matemáticas. Además, contarás con el cincuenta por ciento de la calificación de Artística por ser parte de las elaboraciones del mural durante el año.

—¿Y qué tendría que decir, exactamente, en el discurso?

El director Park separó los labios, formando una sonrisa cuadrada.

—Las vivencias con tus amigos y compañeros de clase, los retos que tuvieron que atravesar para llegar a estas últimas semanas y el trato de los maestros —enumeró, haciendo ademanes con las manos.

Arrugué las cejas y comprendí lo difícil que sería esta tarea.

—Es más, puedes pedir ayuda a los clubes de escritura y a la maestra de Lengua; te resultará útil.

—¿Por qué yo?

—¿Existe una mejor candidata? —eleva una ceja. Suspiro y tomo mi mochila del respaldar del asiento. —No lo tomes como una tarea, sino como una oportunidad.

Asentí y abandoné la oficina, asegurándome de cerrar bien la puerta para que el aire acondicionado no saliera.

Al dar algunos pasos, un toque en mi hombro captó mi curiosidad. Era una chica de pelo azul, con brazaletes en ambas muñecas y los dedos tatuados. Hoy lleva el pelo recogido en una coleta alta con mechones sueltos, alimentando su apariencia de chica ruda. La chaqueta de cuero es su vil armadura y sus pantalones son de esa misma tela rígida.

—Pero qué guapa vas hoy —halagué con picardía. Chicago rió.

—¿Todo bien? —preguntó, descolocándome. Entrecruzó los ojos y señaló la oficina del director. —Pregunto porque acabas de salir de la oficina del señor cara de papa.

Mi carcajada fue tan estruendosa que los pocos estudiantes que transitaban por los pasillos se detuvieron a contemplarnos. Avergonzada y aun riéndome, cubrí mi boca.

—¿Señor cara de papa?

Chicago asintió furtivamente, igual o peor que yo.

—La banda lo apodó así. Edward comentó su gran parecido con el personaje y desde entonces el apodo se ha mantenido. —Esbozó una sonrisa—. Ya sabes, la inteligencia lo persigue, pero él es más rápido.

La sonrisa de Chicago se desvaneció, uniendo los labios en un trazo. Sus ojos divagaron por el pasillo y volvieron a enfocarme, durante unos silenciosos segundos no dijo palabra y me preocupé.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora