Epílogo

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Tres años después...

Kiara

Respiro el delicioso aroma del cerdo asado relleno de ciruelas, manzanas y hierbas, toda una delicia de la comida danesa.

Copos de nieve decoran el alféizar de la ventana y las brasas de la chimenea se alzan con ímpetu. Unas voces en la cocina me llevan a dirigirme hacia allá, encontrándome con mamá y la abuela, que parlotean mientras preparan la cena de Nochebuena.

—Huele delicioso. ¿Puedo probar?

La madre de mamá me tiende una cucharada de caramelo derretido y la degusto.

En estas fechas solemos viajar a Dinamarca y pasarla junto a mis abuelos y primos—quienes no llegarán hasta mañana, ya que su vuelo se retrasó a causa de una tormenta de nieve—y preparar un buffet de platos fríos y calientes, como arenque, albóndigas, paté caliente con champiñones y bacon, acompañados de aguardiente.

También tenemos la tradición de encender las velas del árbol de Navidad al terminar de cenar y dar vueltas alrededor con los suéteres de lana hechos por la abuelita, cogidos de la mano y cantando villancicos. Luego intercambiamos regalos y tomamos café y dulces junto a la chimenea.

La casa de mis abuelos maternos está ubicada en el centro de Copenhague a petición de ellos, argumentando que nunca los visitamos, excepto en estas fechas y que si les llega a pasar algo, están más cerca de la ayuda.

—Sabe mejor de lo que huele —dijo la abuela, esbozando una sonrisa mientras continúa amasando la masa para la tarta de ensueños.

La abuela es una mujer de sesenta años, con cabello canoso y algunas arrugas que se dejan entrever en la esquina de sus ojos. Tiene una sonrisa cálida y encantadora, aunque su carácter es único.

—Kiara, ¿podrías decirle a tu padre que vigile a Violet? —mamá gira hacia nosotras. Lleva un delantal blanco y guantes de cocina,y ha abierto y cerrado el horno unas tres veces.

A este paso, el cerdo nunca estará listo.

Sobre la meseta de granito hay distribuidos distintos condimentos y utensilios de cocina, desde una bolsa de harina y cebolla hasta unas tijeras especiales para cortar carne.

—Y también dile a tu abuelo que asegure su dentadura, no quiero repetir lo del año pasado —la abuela niega con la cabeza y Sarah y yo reímos a lo bajo.

El año pasado, durante la cena navideña, mientras mi abuelo masticaba el pato con lombarda, su dentadura postiza salió volando, cayendo en la ensalada de papas. No paramos de reírnos en toda la noche.

El abuelo lucía avergonzado mientras la abuela regañaba como a un niño pequeño. Ahora es una divertida anécdota que contaremos durante las siguientes generaciones.

Salgo de la cocina en dirección a la sala de descanso y me topó con una escena familiar. Papá y el padre de Aiden dan brincos sobre el sofá en forma de L cuando su equipo de fútbol favorito anota un gol.

La algarabía es crepitante; ambos llevan la camiseta del equipo y pantalones de pijama. A su alrededor hay bolsas de papitas y botellas vacías de cerveza.

Me agacho a recogerlas y las tiro en el cesto de basura, cruzándome de brazos frente a la pantalla.

—Mamá dice que cuides a Violet.

—Aiden y Aike están con ella. Salieron a dar un paseo, no deben tardar —dijo, echándome a un lado. Toma el control remoto y sube el volumen.

En ese momento entra el abuelo con nuevas bolsas de patatas en las manos y los hombres comienzan a vociferar una canción de fútbol.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora