Capítulo 28

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Kiara

—¿Helado de vainilla o de chocolate? —pregunta Jess asomándose por la puerta.

Estamos en su habitación, las cortinas corridas y el proyector encendido. Una comedia romántica se reproduce, pero mis ojos, hinchados y rojos, no le prestan atención. Jess no espera respuesta, simplemente se acerca con ambos y me tiende una cuchara. Hundo la cuchara en el chocolate sin mirar. El sabor explota en mi boca, pero no provoca nada.

A pesar de que la película es una de mis favoritas, sorprendentemente, no me emociona. No recito los diálogos como solía hacerlo, no río en los momentos esperados. Me siento anestesiada.

Mis párpados pesan, igual que mis hombros, agarrotados y tensos. Salí de casa de mis padres hace unas horas, con un bolso de ropa y mis cosas personales. Ni siquiera se molestaron en preguntar a dónde iba.

Llegué a casa de Jess llorando. Toqué el timbre y una de las trabajadoras me abrió inmediatamente. Subí las escaleras y encontré a Jess, medio dormida, dirigiéndose a la cocina. Me abrazó preocupada y me condujo a su habitación.

Hace unas horas, terminé con Aiden.

Mis padres se presentaron en el instituto, decididos a descubrir su identidad. No les tomó mucho. No habían pasado dos minutos cuando la capitana de las porristas lo soltó todo.

Hurgaron en mi habitación. Encontraron las cartas. Cabreados y decepcionados a partes iguales, las arrojaron sobre el sofá junto con la chaqueta de cuero que antes colgaba en el perchero. Mamá me gritó:

—¿En serio, Kiara? ¿Un pandillero? ¿Eso es lo que te mereces?

—¿Están decepcionados? —pregunté, mi voz temblando mientras bajaba la cabeza. Mis manos temblaban. Siempre quise hacerlos sentir orgullosos, pero sus expectativas siempre han sido imposibles, incluso para ellos mismos.

—¿Decepcionados? Esa no es la palabra adecuada —replicó Sarah, su tono cargado de enojo y desprecio—. ¿Tan difícil era seguir nuestras reglas?

—Terminarás con ese chico hoy mismo —dijo papá, su voz fría—. Y en cuanto apruebes los exámenes, volarás de regreso a Dinamarca. Despídete de tu vida aquí.

—¿Qué? No pueden hacerme esto. Por favor... papá... —intenté encontrar sus ojos, buscando algo de comprensión, pero no encontré nada en esos iris envejecidos—. No me alejen de mis amigos.

Sarah dio un paso hacia mí y con un empujón me hizo caer en el sofá, entre las cartas.

—Ni se te ocurra abrir la boca, Kiara —me espetó—. Nos sacrificamos para darte todo y así nos agradeces. ¿De todos los chicos buenos que hay, tuviste que elegir a un pandillero?

Las palabras de mi madre eran como cuchillas y solo podía pensar en Mark. Si hubiera sido él, estoy segura de que no habrían reaccionado así. Lo quieren como su yerno perfecto. Y una vez más, fallé en cumplir con sus expectativas. 

De repente, mamá perdió el control. Agarró las cartas y comenzó a romperlas. Papá intentó detenerla, pero ella no se detuvo. Algo dentro de mí explotó.

—¡Deténganse! —grité, poniéndome de pie. Mis padres se quedaron inmóviles, sorprendidos por mi arrebato—. ¡Ustedes entran en la categoría de los peores padres del mundo! ¡Injustos y egoístas! —mi voz temblaba, pero continué—. ¿Se han preocupado alguna vez por mí, más allá de sus malditas expectativas? Su deber es llenarme de amor, no de regalos caros y tarjetas de crédito.

Mi mirada se desvió hacia Cloud, mi gato, que se escondía asustado bajo el mueble. Cerré los ojos con fuerza, deseando que esto acabara.

—Su nombre es Aiden —continué, bajando la voz, tratando de controlar las lágrimas—, y me ha hecho la chica más feliz del mundo. Espero que algún día lo conozcan y vean la persona increíble que es.

Las semanas siguientes fueron un desastre. No podía concentrarme en clase, sentía que iba a reprobar. Las tareas más simples se volvían imposibles y el dolor de cabeza era constante. El instituto se convirtió en un lugar extraño. De repente, era popular. Me hablaban en los pasillos. La maestra de artística me asignó la organización del baile de fin de año y trabajé en los bocetos con Verónica y otras chicas. Pero no podía evitar sentirme vacía.

El padre de Jess  dirige una empresa de ciberseguridad y su madre lo ayuda con las finanzas. La rubia y su hermano serán quienes hereden todo. En casa, cuando intentaba ayudar, el servicio me quitaba los utensilios y me mandaba a descansar. Pasaba las horas en la terraza, escuchando música o diseñando en mi tableta.

En el instituto, el ambiente también había cambiado. Mi ruptura con Aiden se esparció como el fuego y ahora me miraban extraño, Incluso los maestros.

De alguna manera, me había convertido en la princesa del instituto.

Cartas en Febrero ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora