Capítulo 1 :Max

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— ¡Esto no puede estar pasando!— gritaba mi madre mientras veía que ninguna de las monlies se abría al salir la luna.

Nuestras preciosas flores que nos salvaban la vida, que nos curaban de las heridas del mortal veneno de la plata, que nos consolaban cuando nuestro compañero eterno nos dejaba o nos rechazaba. ¿Qué haríamos sin ellas?

— Madre, por favor, cálmate. Tal vez solo sea un retraso. Quizás abrirán en un rato— la verdad no creía en lo que decía.

Cada vez menos abrían y muchas ya estaban marchitándose. Sentía un nudo en la garganta y un vacío en el pecho.

Estoy más que seguro de que esto es un castigo de la luna y cómo no castigarnos con todo lo que la manada ha hecho. Soy el hijo del alfa, su sucesor, pero ahora él está en el hospital de la manada con heridas terribles hechas por balas de plata, y no hay ninguna monlie que podamos usar para curarlo. ¿Qué pasaría si él muere? ¿Qué pasaría si yo tengo que asumir su lugar? ¿Qué pasaría si la luna nos abandona para siempre?

Mi padre y su beta han estado sembrando el terror fuera y dentro de la manada, han hecho de esta la más poderosa y también la más odiada. Han matado, torturado y violado a inocentes, han traicionado a sus aliados y enemigos, han desafiado a la luna con sus actos impíos.

Muchos de los lobos y sus familias se han ido a otras manadas, yo he intentado de todo para ayudarles a salir de este infierno que se ha convertido mi hogar. He arriesgado mi vida, he mentido, he desobedecido, he hecho lo que sea necesario para salvar a los que puedo.De cachorro admiraba y amaba a mi padre, era un lobo de color azabache, era de gran tamaño al ser un alfa, era un líder justo y bondadoso, era mi héroe. No sé en qué momento se convirtió en eso, en ese ser cruel y despiadado, en ese monstruo que me repugna y me aterra, pero aún así no quiero que se vaya, aún no quiero perderlo. Sé que soy un débil, sé que debería odiarlo con toda mi alma, sé que debería desear su sufrimiento con todo lo que me ha hecho y hecho a la manada, pero no puedo.

—Vamos, quiero estar con él hasta el final —suplicó mi madre, con lágrimas en los ojos.

Yo sabía que mi padre aún estaba vivo, ella todavía lo sentía por el vínculo que compartían como mates, pero era más que obvio que su vida se estaba apagando. Yo también lo sentía, el dolor de su agonía, el vacío de su ausencia. Él era mi padre, mi alfa, mi héroe. Y ahora lo estaba perdiendo.

Llegamos al hospital y en la entrada estaba el beta, llamando la atención a la compañera del delta mientras ella lloraba. Ni a mi padre ni al beta les gustaba la debilidad y supongo que ella debía estar así porque su compañero había resultado herido.

—Ya cierra la boca y deja de llorar, Bris – le gritó el beta con un odio evidente. — Él ya murió, tus lágrimas de mier... no lo van a traer de vuelta. Ve a casa, recoge tus pertenencias, que ahora me perteneces. —Y le dio una bofetada que la hizo caer al suelo.

Me quedé helado por las palabras y el gesto tan cruel. ¿Cómo habíamos llegado a este trato y cómo era que Bris ahora le pertenecía a Droch? Mientras Bris se iba a su casa, cojeando y sangrando me acerqué al beta, pidiéndole que me explicara la situación de los heridos: ocho lobos en total. Dos de ellos ya estaban recuperados, sus heridas eran normales y con nuestro poder de sanación ya estarían curados para la mañana. Tres de ellos estaban siendo operados, ya que sus heridas eran más profundas y tardarían uno o dos días en estar del todo bien. Dos fallecidos, entre ellos el delta. Y mi padre, que a duras penas resistía el veneno de la plata.

La manada WhiteMoon se había defendido. Fue mi manada, fueron los lobos de mi padre, los que decidieron invadir, secuestrar y ultrajar a las hembras, sin importar si fueran mayores o unas crías.

Entré donde se encontraba mi padre y lo que recibí, como siempre, fueron sus palabras hirientes. Sobre todo, que era tan inútil que no había conseguido ninguna flor para curarlo. Rió amargamente, mirándome con desprecio. Mi madre entró y su mirada se ablandó un poco.

—Mujer, ya deja de llorar, ya estaré bien, Droch ha ido por una bruja para que me ayude —le dijo, sosteniendo su rostro.Él la amaba, pero creo que mi madre ya no. Era solo el vínculo que los mantenía juntos. Ella me miró con una mezcla de pena y determinación. Sabía el porqué. Ninguno de los dos habíamos podido calmar el deseo de poder de mi padre. Luego miró la ventana.

—Sé que es tarde, sé que es cruel —dijo mi madre, mientras una lágrima caía sobre su mejilla.

—Mi luna, tranquila, estoy seguro de que el inútil de mi hijo y mi beta podrán vengarnos mientras me recupero.

—Padre, te prometo cuidar bien de esta manada, mientras te curas.

—Me importa poco esa promesa. – interrumpio mi padre —Yo quiero que acabes con la manada WhiteMoon —tosió un poco.

Era un hecho que el veneno de la plata estaba acabando con él. — Max, júrame que acabarás con todos. No dejarás ni un cachorro vivo en esa manada. Quiero que la extingas.

Miré horrorizado a mi padre. No iba a prometerle eso. Sentí el miedo y la inseguridad en mi pecho. ¿Qué haría si él me obligaba? ¿Qué haría si mi madre me abandonaba?

—Padre, lo siento, eso no... —iba a decirle más, pero mi madre tomó mi mano, llamando mi atención. Ella se separó de mi padre y lo vio. Realmente lo vio. Y empezó a decir:

—Sé que es tarde para esto, sé que esto no compensa lo que he dejado pasar, pero ya no más —se paró erguida, tomó aire y creo que fuerza, porque apretaba más fuerte mi mano.

—YO, DAYANA KING, LUNA DE LA MANADA SILVERCLAWS, TE RECHAZO, TORIK WARRIK, ALFA DE LA MANADA SILVERCLAWS, COMO MI MATE Y COMPAÑERO DE VIDA.

En ese momento, mi padre dio un grito desgarrador, mirando cómo su mate lo acababa de rechazar. Esto debía de doler más de lo normal, ya que ellos habían sido compañeros por más de 60 años. Seguía sin creerlo. Alternaba mi vista entre mi madre y mi padre. En eso, vi el llanto silencioso de ella.

—Te amé desde el momento que la Luna nos emparejó, y dejé de hacerlo cuando te regodeabas del daño que hacías a TU MANADA, A TU CACHORRO. Pensé que podías cambiar, pero no. Las flores monlie no eran para ti —sentenció mi madre.

—Maldita, te di todo — lo decía mientras sus ojos se iban cerrando.— ¿Por qué? ¿Ahora?

—Porque no vas a contaminar más a mi hijo. Porque no vas a seguir siendo el monstruo que eres. Porque no te mereces mi amor ni mi lealtad.

Y con eso, él se fue. Su corazón se detuvo y su cuerpo se quedó inerte. Su rostro reflejaba el dolor, la rabia y la incredulidad. El vínculo se rompió y mi madre se desplomó. Yo la abracé, sintiendo el vacío y la confusión. Él era mi padre, mi alfa. Y ahora lo había perdido.

ALFA VENDIDO: CADENAS ROTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora