Capítulo 38: Max

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No podía creer lo que acababa de hacer. Le había confesado a Serena todo lo que sentía por ella. Le había dicho que mi lobo Logan y yo estábamos dispuestos a sacrificarlo todo solo por estar con ella, sin saber que ella era nuestra mate.

○—Logan, no sé qué más decirle para que me crea —busco ayuda con mi lobo.

○—Nuestra mate es perfecta y nos ama —me dice Logan.

●—Chicos, Serena los ama —escucho a Katzi.

○—Sabes que tú también eres nuestra chica, ¿no, Katzi? —Logan pregunta.

●—Yo solo soy de Serena, pero eso no quiere decir que no los quiera, lobito.

Me miraba sin pronunciar una palabra. Yo no sabía qué pensar. ¿Realmente me amaba? Yo solo quería que ella fuera feliz, pero ¿podría ser egoísta y quererme a mí, aunque estuviera roto?

Se acercó a mí y me besó las lágrimas que caían por mis mejillas. Yo me estremecí al sentir sus labios sobre mi piel. Me abrazó por la cintura y le devolví el abrazo. Me sentí aliviado, ella me elegía, ella me abrazaba. Tal vez podríamos empezar de cero, pero entonces ella se puso de puntillas y me dio un dulce beso en los labios.

Mi corazón martilleaba a mil, era ella quien me besaba, no un beso robado, no uno por confusión, uno a mí, a Max, a su Sky. Me importaba poco, yo era de ella y no quería otra cosa en mi vida que no fuera estar a su lado. Un gruñido salió del fondo de mi garganta, ella se sorprendió un poco y aproveché para devolverle el beso.

Cautivado por el momento, deslicé mis manos con suavidad hacia su cintura, anclándola a mí. Quería sentir cada parte de ella, quería que supiera cuanto significaba para mí.

Cada caricia, cada movimiento de nuestros labios, era como una danza sincronizada, llena de pasión y ternura. Me perdí en la intensidad del beso, dejando que el mundo desapareciera a nuestro alrededor. El miedo y la incertidumbre se desvanecieron, reemplazados por una certeza reconfortante: estábamos destinados a estar juntos.

Decidido expresar la profundidad de mis sentimientos, me incliné ligeramente hacia ella, sintiendo el latir rápido de su corazón. Nuestros labios se encontraron nuevamente en un beso más apasionado. Esta vez, mi gruñido surgió de lo más profundo de mi ser, una expresión primitiva de la felicidad y no dejaría que nunca nos separaran de nuevo, no dejaría que se alejara de mi lado. O eso creía yo.

De pronto, la puerta se abrió de golpe y entró Tormenta, luciendo una sonrisa burlona en los labios.

— Lo siento, no, la verdad no lo siento —dijo Tormenta, mirándonos con una mezcla de diversión y fastidio—. Por culpa de ustedes, mi encuentro con mi lobo fue demasiado raro.

Me acurruqué más contra Serena, buscando esconderme en su cuello, como si fuera mi único refugio. Sentía que mis mejillas ardían de vergüenza y que mis ojos se humedecían de emoción. Ella me rodeó con sus brazos, protegiéndome. Solo quería que me viera ella, que me amara ella, que me consolara ella. Estábamos tan sorprendidos por lo que acababa de pasar, que no podíamos decir nada. Escucho como Tormenta se acercó al sofá y cogió el celular que había dejado allí.

— Bueno, ya que estoy aquí, les voy a dar un consejo gratis —continuó Tormenta, con una sonrisa maliciosa—. Mejor váyanse a casa antes de que otro venga a interrumpirlos. Y no se preocupen por mí, yo ya me voy. Tengo que arreglar las cosas con mi lobo, y creo que sé cómo hacerlo.

Tormenta nos guiñó un ojo y salió de la oficina, dejándonos solos de nuevo. Yo me limpié las lágrimas que aún me quedaban y la seguí abrazando, buscando su calor y su consuelo. Serena me acarició el pelo y me susurró al oído:

—Mío.

Sentí una explosión de emociones que me dejó sin palabras. Era como si un arco iris de colores se desplegara en mi pecho, llenándome de alegría, de amor, de paz. Era como si una melodía de notas se elevara en mi mente, haciéndome sentir euforia, pasión, armonía. Era como si un manjar de sabores se derritiera en mi boca, provocándome placer, deseo, satisfacción.

Ella me había reclamado como su mate, como su pareja, como su amor. Ella me había aceptado como era, con mis defectos, con mis miedos, con mis cicatrices. Ella me había hecho el hombre más feliz del mundo, con su sonrisa, con su mirada, con su voz.

No podía creer que fuera verdad, que fuera real, que fuera mía. Quería decirle lo mismo, quería hacerle sentir lo mismo, quería demostrarle lo mismo. Quería que supiera que yo también era suyo, que solo era suyo, que siempre sería suyo.

Levanté la cabeza y la miré a los ojos. Eran dos luceros que me iluminaban el alma, que me guiaban el camino, que me mostraban el destino. Eran dos espejos que reflejaban mi felicidad, mi devoción, mi gratitud. Eran dos ventanas que me invitaban a entrar, a quedarme, a vivir.

Le sonreí con todo el amor que sentía y le dije:

—Tú eres mía, Serena.

Ella me sonrió con la misma intensidad y me dijo:

—Te amo, Max..

Serena me miró con cariño y me dijo:

—Max, se está haciendo tarde. Creo que deberíamos regresar a casa.

Yo asentí con la cabeza y le di un último beso. No quería separarme de ella, pero sabía que tenía razón. Habíamos pasado mucho tiempo en la oficina, hablando y besándonos. Pero no podíamos quedarnos allí para siempre.

La noche había caído cuando salimos de la fortaleza. El cielo estaba lleno de estrellas, cada una brillando con una luz suave y tranquila. Nos tomamos de la mano, nuestros dedos entrelazados. Ambos estábamos felices, pero había una timidez en el aire que ninguno de los dos podía ignorar.

Caminamos juntos a través del bosque, la luna iluminando nuestro camino. Hablamos de lo hermosa que era la noche, de cómo las estrellas parecían brillar solo para nosotros. A los cinco minutos, llegamos a su casa.

Serena parecía sorprendida al ver lo limpia y ordenada que estaba la casa. Mientras ella había estado durmiendo, recuperándose de sus heridas, Tora me había obligado a limpiar y ordenar la casa. No es que me importara, cualquier cosa que pudiera hacer para distraerme de mi preocupación por Serena era bienvenida.

—¿Hiciste todo esto, Max?— preguntó Serena, mirándome con asombro.

Asentí, sintiendo cómo mis mejillas se calentaban. Serena sonrió, su rostro iluminándose.

—Gracias, Max. Significa mucho para mí.

Después de eso, preparé la cena para nosotros. Cenamos como siempre lo haciamos, pero se sentía diferente, yo era diferente, después de cenar, nos recostamos en el sofá, hablando de todo y de nada.

Finalmente, Serena se quedó dormida en el sofá. Con cuidado, la levanté en mis brazos y la llevé a la habitación. Ahora, no sabía si acostarme a su lado o dormir en el sofá o en la sala. Pero al final, decidí quedarme a su lado. Después de todo, ella era mi compañera, y ya habíamos compartido cama.

ALFA VENDIDO: CADENAS ROTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora