CAPÍTULO 23

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Los rayos de sol me dan en la cara y consiguen despertarme, pese a la horrible resaca que acosa mis sienes sin tregua

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Los rayos de sol me dan en la cara y consiguen despertarme, pese a la horrible resaca que acosa mis sienes sin tregua. No reconozco la habitación en la que me encuentro, pero comienzo a tener flashes de la noche anterior.

Enfoco la vista un poco más a mi alrededor y descubro que estoy sola. No hay rastro de Cesco por ninguna parte, ni de su ropa, por lo que deduzco que ha salido a desayunar con su familia.

¡Menudo espectáculo habré protagonizado! Recuerdo haber estado tan a gusto con Martina y con Bianca conversando durante la reunión de amigos y primos de los Moretti, que no calculamos la cantidad de copas de vino que fueron vaciándose. Llegó un momento en que los mayores se retiraron y nos dejaron a los jóvenes solos. ¡Y menos mal! Porque se me pondría roja la cara de vergüenza si los padres o los abuelos de Francesco hubieran sido testigos de mi descontrol.

La música empezó a sonar, Martina y yo nos pusimos a hacer el tonto. Bianca anunció que se iba con Paolo a una fiesta de no sé qué, y de ahí en adelante, ya no soy capaz de recordar nada.

Me incorporo en la cama con la mano puesta en la frente y diviso encima de la mesilla un ibuprofeno y un vaso de agua. Francesco. Lo quiero con todo mi corazón. Sonrío y me tomo la pastilla, bebiéndome toda el agua casi sin respirar.

Unos minutos después, aprovecho para darme una ducha que me despierte, lavarme los dientes y vestirme con la misma ropa que traje ayer. Prescindo de las bragas. Me niego a repetirlas, así que me las meto en el bolsillo del pantalón corto.

Una vez adecentada y sintiéndome un poco mejor, me dispongo a encontrarme con el resto. Salgo de la enorme casa que, por cierto, es una barbaridad de bonita. Construida íntegramente en madera y piedra, al igual que la bodega, tiene un aire antiguo mezclado con el moderno, que le da un estilo muy particular. La campiña que nos rodea reviste el ambiente que parece ser sacado de una película. El trinar de los pájaros, la brisa golpeando las ramas de los árboles, el lago azul de fondo...

Como imaginaba, el desayuno se desarrolla en el patio, a la sombra de la parra. Una gran mesa repleta de gente que habla en italiano, dulces, pan de campo, mermelada, mantequilla, fruta y aroma a café recién hecho, me llama como el canto de una sirena.

Cuando me aproximo, todos se alegran de verme. Todos menos uno. Francesco luce una cara de funeral que disimula malamente para que nadie se percate de su enfado. Excepto yo, que le conozco mejor que nadie.

«Respira Taissa», me insto a mí misma forzando una sonrisa, mientras Giuseppe me invita a sentarme en el único sitio que queda libre, justo enfrente del susodicho.

—¿Qué tal has dormido, mi niña? —pregunta Fiorella con su característico tono de voz maternal.

—Muy bien, gracias. Deberías haberme despertado.

—¡Para nada! Hoy es domingo y, por lo tanto, no hay horarios.

Asiento, sin saber muy bien qué decir. Francesco me mira fijamente y Maurizio lo observa a él, frunciendo el ceño. Entiendo que esté cabreado, a saber en qué estado me ha llevado anoche a la cama. ¿Me habrá visto así su familia y por eso se ha enfadado? Pero Martina no estaba mucho mejor que yo... La busco con los ojos y me la encuentro sentada al lado de Mauri, sonriendo como si nada pasara y dejándome aún más desconcertada.

Una Estrategia para ConquistarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora