EPÍLOGO

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Recuerdo cuando me decidí a estudiar Marketing en la universidad

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Recuerdo cuando me decidí a estudiar Marketing en la universidad. Siempre supe que la Publicidad formaría parte de mi vida, porque desde pequeña era creativa e innovadora, y mis ideas encantaban a quienes las exponía. Tenía un enorme poder de persuasión sobre las personas, y eso, según mi padre, venía dado por mi carácter desinhibido y audaz.

También pensé que el día que comenzara a trabajar, lo haría en una gran empresa, que lideraría equipos de trabajo y que mis campañas llegarían lejos. Y lo hicieron, pero no del modo en que lo había planeado. Es curioso como las vueltas de la vida nos llevan por caminos insospechados, para acabar cumpliendo sueños muy distintos a los que un día imaginamos.

Después de que Francesco se presentara aquella Navidad en Chicago contándome sus planes, el universo obró en nuestro favor para que todo se diera según lo habíamos planeado.

Patrick jugó un papel muy importante en las relaciones que hizo con el transcurso de los meses, gracias a las cuales conoció no solo a uno, sino a varios de los dueños de restaurantes en Nueva York que le abrieron las puertas a la importación de sus productos vitivinícolas. Fueron épocas fructíferas en las que el dinero que invirtió se fue multiplicando y le dio la posibilidad de ampliar el mercado, incluso a Latinoamérica. Llegó a asociarse con importadores argentinos y chilenos, aquellos que cultivaban cepas de los mejores vinos franceses y que, junto con los italianos, coparon el mercado europeo y americano.

Mientras tanto, yo seguía trabajando en Double Creative Network y mi puesto como directora de Medios me dio la posibilidad de perfeccionarme, formarme y además crecer profesionalmente. Sin embargo, llegó un punto en el que me di cuenta de que ya no podía aspirar a más. Estaba orgullosa de mí misma, sí, pero también necesitaba un cambio.

Habíamos comprado un pequeño piso en Chicago en el que vivíamos con todas las comodidades, y que, además, consideramos una inversión. Éramos felices, no obstante, el ritmo de vida que llevábamos no era el ideal. Francesco comenzó a viajar con más asiduidad a Italia por negocios, y ya se sabe que cuando eres el dueño de tu propia empresa debes dedicarle más tiempo y energías de la habitual. Por ese mismo motivo, empezamos a tener problemas y nuestra relación tuvo su punto crítico después de tres años juntos. Si a eso le sumamos que habíamos decidido buscar un retoñito y mi cuerpo estaba decidido a llevarnos la contraria, la situación se volvió insostenible.

—No puedes irte ahora, Cesco. ¡Estoy ovulando! —protesté enfadada—. ¡Quieres tener hijos, pero no estás nunca en casa!

La discusión empezó cuando me dijo que debía partir en dos días, ya que tenía una reunión urgente en la hacienda.

—Taissa... Entiéndelo, por favor. ¡No puedo postergarlo! Es importante que me encuentre con los inversores franceses. ¡Te prometo que estaré aquí en cuanto me sea posible!

—¿Sabes qué? ¡Olvídalo! —grité dando un portazo que resonó en toda la casa.

Aquella noche me deshice en lágrimas, no solo por la frustración al ver que nuestros planes de paternidad se veían truncados, sino también por la impotencia de no poder hacer absolutamente nada al respecto. Aunque el médico nos había aconsejado seguir intentándolo por vías naturales antes de considerar la reproducción asistida, la tensión que experimentábamos debido a la presión que ambos nos imponíamos nos jugaba en contra.

Una Estrategia para ConquistarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora