—Entonces lo has vuelto a hacer. Es que... ¡De verdad!
Maurizio me da una colleja en la nuca, que por poco me hace enterrar la cara en el plato de espaguetis.
—Mauri, ¡ya!
—¿Qué parte no has entendido de acercar posiciones, Francesco?
—¿Has escuchado algo de lo que te he contado? —pregunto dejando los cubiertos de lado y reclinándome hacia atrás en la silla.
Hemos pasado prácticamente toda la tarde juntos y le he referido absolutamente todo lo ocurrido con Taissa desde nuestra conversación del sábado por la noche. Y eso ha sido después de descargar una buena parte del cabreo, jugando al calcio.
Afortunadamente, mi hermano es mi gran compañero de aventuras deportivas, no así Paolo, que detesta subirse a la elíptica o calzarse los botines para darle duro a la pelota. Él es más de otro tipo de ejercicios... Lo dejaremos ahí.
Maurizio y yo hemos sido parte de un grupo durante años, donde regularmente nos encontramos al menos una tarde a la semana en el club. Sin embargo, en caso de lesiones o compromisos laborales que nos impidan jugar, nos reorganizamos como buenos compañeros. Lorenzo es uno de esos integrantes, pero como últimamente está tan raro conmigo, he pasado de invitarlo. Hoy hemos trabajado cada uno en su despacho, aislados del mundo y casi sin dirigirnos la palabra. Sé que ha tenido una discusión con Gia, porque los he oído alzar la voz, aunque no he querido intervenir para no sembrar más discordia entre nosotros.
Después de mi penoso intento de reconciliación con Taissa y que me diera calabazas, decidí llamar a mi hermano para quedar. Y él accedió de buena gana, siempre lo hace cuando se trata de despejar la mente del trabajo o los estudios. Nos encontramos en el club, tuvimos nuestra hora y media de entrenamiento, y ahora estamos aquí, cenando en una terraza cerca de mi apartamento y analizando el tema en cuestión.
Sabía que me regañaría, era obvio que mi comportamiento lo sacaría de sus casillas y que me echaría la bronca. Algo me dice que Taissa se ha convertido en la consentida de la familia Moretti y yo en su verdugo.
—Por supuesto que te he escuchado —sentencia trayéndome otra vez a la realidad—. Cada maldita palabra que has pronunciado y cada excusa también.
—No son excusas.
—Cesco, voy a cantarte las cuarenta, porque esta situación ya me tiene un poco harto. —Me recoloco sobre la silla, me quito la servilleta de tela que descansa sobre mis piernas, y apoyando los codos sobre la mesa, me dispongo a escucharlo—. Estás acojonado.
El sonido de los cubiertos y el murmullo de la gente que nos rodea es lo único que percibo a mis espaldas.
—¿Es todo lo que vas a decirme?
—¿Quieres que te diga lo que quieres escuchar o mi humilde opinión? Si me has llamado para compartir la tarde y después la cena, es porque necesitas desahogarte. Expiar tus culpas. Sentirte mejor contigo mismo. Pero lo siento, no seré yo quien te regale los oídos, fratello.
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Una Estrategia para Conquistarte
ChickLitUn viaje a Milán. Una campaña de publicidad. Un ascenso prometedor. ¿Qué podría salir mal? Taissa es experta en Marketing y trabaja para una prestigiosa agencia de Chicago. Caótica, desordenada e impulsiva, se encuentra en el punto de mira de su jef...