Ni en mis sueños más locos hubiera fantaseado con vivir una noche tan mágica.
Todo comenzó cuando, después de una breve siesta abrazados en la cama y de compartir una ducha en su espectacular baño, Francesco me entregó la bolsa que había sacado previamente del armario. En su interior, encontré otro precioso vestido tipo cóctel: negro, con estampado en tonos azul imperial y naranja intenso. Casi me caigo de espaldas al verlo, y más aún cuando me lo probé y me contemplé frente al espejo. Sus ojos marrones me admiraron por detrás y el beso que me dejó en el cuello mientras me abrazaba, consiguieron emocionarme hasta la médula.
«Estás preciosa», repitió como un mantra y sus palabras decían mucho más de lo que significaban. Porque para Francesco, siempre lo fui. Según sus palabras susurradas al oído y tras uno de los mejores polvos de mi vida, preciosa era poca cosa para expresar lo que sentía al verme. Desnuda o vestida, yo era su mayor anhelo.
Después de arreglarnos para la ocasión, optamos por coger un taxi hasta el restaurante. No quedaba muy lejos de su apartamento, pero a él no le agradaba la idea de que los zapatos me apretaran durante la caminata, y aseguró que así estaríamos más cómodos.
Al llegar me sorprendió con un menú degustación que disfrutamos mientras conversábamos a la luz de las velas, rodeados de un ambiente íntimo que propició un acercamiento. Sí, ya habíamos compartido fluidos en su cama y nos habíamos dicho cosas bonitas al oído, pero nos quedaban confesiones pendientes.
Después de la cena, recorrimos la ciudad tomados de la mano. Nos detuvimos a escuchar a una banda que interpretaba baladas clásicas italianas, acompañados por un violín y un violonchelo, deleitando tanto a adultos como a niños. Quedamos absortos por la música serena y la suave brisa de verano que nos envolvía, hasta que decidimos concluir nuestra excursión en la gelateria que tanto le gusta a Francesco. Pasadas las doce de la noche, regresamos a su piso, llenamos la bañera con agua templada y sales con aroma a malva rosa, y nos sumergimos para disfrutar de un momento único, rodeados del suave olor a flores y de una noche estrellada como pocas he visto en mi vida.
Quizá por mantenerme al margen de todo lo que ocurría fuera de nuestra burbuja, o por las ganas de hacer del momento algo especial, reconocí frente a Cesco que no quería volver a Chicago y que la idea me revolvía las tripas.
—No hablemos de eso ahora, por favor —me pidió acariciando mis pechos por encima del agua calentita repleta de espuma, mordisqueando el lóbulo de mi oreja con un roce de dientes.
—Llegará el momento en que tengamos que decirnos adiós.
—Lo sé, pero imaginemos por un momento que no estamos separados por miles de kilómetros y que nos veremos a diario.
—¿Y qué harías conmigo cada uno de esos días? —pregunté siguiéndole el juego como una niña.
—Te llevaría a trabajar por las mañanas antes de ir a la oficina, y después te buscaría para comer juntos. Por las noches te haría el amor sin descanso, cada noche en una postura distinta. Y al amanecer desayunaríamos juntos.
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Una Estrategia para Conquistarte
ChickLitUn viaje a Milán. Una campaña de publicidad. Un ascenso prometedor. ¿Qué podría salir mal? Taissa es experta en Marketing y trabaja para una prestigiosa agencia de Chicago. Caótica, desordenada e impulsiva, se encuentra en el punto de mira de su jef...