24.

8.3K 661 34
                                    

Betsy

Eli se recuesta de espaldas en mi pecho mientras la rodeo con mis brazos y la aprieto con alegría. El agua, que apenas alcanza nuestras caderas, sigue siendo cálida, y disfrutamos del suave masaje corporal proporcionado por las burbujas del jacuzzi.

—Ha sido una noche mágica, gracias, mi pequeña abejita —dice, y le beso la mejilla.

Ahora, un silencio envuelve el ambiente, solo interrumpido por el suave murmullo del jacuzzi. Hace apenas unos minutos, nos sumergíamos en el agua, coreando y bailando al ritmo de las canciones clásicas de Disney, como si retrocediéramos en el tiempo a nuestra adolescencia, cuando nuestras únicas preocupaciones eran mantenernos al día en la escuela y dominar todas las coreografías del equipo de porristas.

—Lo fue —le respondo con otro beso antes de levantarnos.

Pero como toda magia tiene su final, esta también llega a su fin, así que nos disponemos a ir a la habitación a ponernos nuestra ropa y recoger nuestras cosas.

—Adelántate —me pide mientras se queda monitoreando su teléfono, seguramente para responder algunos mensajes de felicitaciones que le llegaron después de la medianoche, uno en especial.

Salgo de la habitación, pero me quedo a un lado de la columna de la puerta sintiéndome estúpida.

—Gracias, amor —le responde a Victoria, y el término es una patada en el pecho—. Eh, sí, me he quedado dormida y no escuché el teléfono hasta ahora que me levanté al baño —miente claramente nerviosa—. Que sí, Victoria —se exaspera—. Vale, disfruta de Milán por mí...

No se lo digas, no se lo digas...

Ruega mi subconsciente cuando hace una pausa, y presiento con el pecho adolorido que le va a decir que la ama después de haber pasado la noche conmigo.

No lo hace. Creo que le colgó y retomo mi camino cuando sé que viene detrás de mí.

Ella la ama, no lo ha dicho, pero lo sé. Temo que Eli esté simplemente confundida con mi regreso, y temo que el peso de su arrepentimiento sea mayor de lo que espera. Digo, dos años de relación no son algo que se pueda desechar fácilmente por mí.

Medito mientras subo a su auto.

—¿Todo bien, abejita? —me pregunta cuando me alcanza y me ve con la mirada perdida. En ese momento, intento esbozar una sonrisa y le asiento.

—Solo un poco cansada, eso es todo —le respondo, y se inclina para tomar mi mentón y juntar nuestros labios, a lo que no puedo resistirme.

—¿Sería muy obvio si mañana llego con flores y un pastel o un gran desayuno? —Le pregunto, y ella niega divertida.

—¿Qué son esas cursilerías, Betsabeth? —se mofa.

—Cierto —ironizo—. Mejor te regalo otro dibujo mío desnuda.

—¿Otra cita para que te retrate como Dios te trajo al mundo? —me hace reír.

—Conste que tú lo pediste, no yo —le respondo.

—Eres tremenda, abejita —me vuelve a besar, y entre miradas coquetas, me deja ir hacia mi motocicleta, que me esperaba estacionada.

Minutos después, estoy en casa, y me sorprendo al ver las luces apagadas, excepto la del balcón, que está encendida y el ventanal abierto. Sin embargo, paso directo al cuarto de mi hijo y suspiro aliviada al ver que duerme como un ángel, abrazando a su peluche Lotso, al que todavía le percibo mi aroma cuando me acerco para dejar un beso en su mejilla.

Mi vida, mis coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora