37.

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Narrador omnisciente

Eliana apenas logró dormir un par de horas, mientras que Victoria parece haberse levantado con mucha energía pese a su crisis cardiaca.

—Levántate, dormilona... —la despiertan con besos en toda la cara.

—Basta, Vic —le pide —no deberías besarme y agitarte tanto.

—Ok, pero apresúrate que nos están esperando —le informa entre risas.

—¿Quienes? —le consultan con el cejo fruncido.

—¿Quienes crees, tontita? —le toma las mejillas, y ella la se sostiene de la muñeca para evitar que junte sus labios —nuestros padres. Los invité a desayunar para ponerlos al día con los preparativos de la boda.

—Victoria, no, no tenías que hacer eso —la regaña, levantándose de la cama —sabes que...

—¿Sé qué? —le cuestiona —escucha, si es por esa zorra de quinta, te perdono, de verdad, no me importa lo que haya pasado... —se le acerca y le acaricia la mejilla.

—Vic... no va haber boda —le asevera lo más dulce que puede.

—Eli, cariño, sé que las cosas están difíciles en este momento, pero tus padres están realmente emocionados por verte. Sería un gesto muy especial de nuestra parte ir juntas a desayunar con ellos. Además, podríamos aprovechar la ocasión para hablar sobre la boda y mostrarles lo comprometidas que estamos. Por favor, por mí, ¿puedes hacer este esfuerzo?

—De acuerdo, pero no mencionaremos nada de la boda...

—¿Por qué no, si es el evento más esperado del año? —le engancha su cintura con su mano y deja un beso en su cuello...

—Vic, no —le aparta su brazo y retrocede con evidente incomodidad.

—Antes te derretías en mis brazos cuando hacia eso ...

Evita herirla más y espera que el limite haya sido suficiente.

—Voy a tomar una ducha —carraspea Eliana antes de básicamente huir al baño.

Mientras tanto, del otro lado de la ciudad, Thomas Myers recibe a Jessica Robinsón.

—Buenos días ¿Cómo te encuentras? —la saluda y ella irrumpe en el lugar como si fuera la dueña.

—Ahórrate la cordialidad que si vine fue por mi príncipe y mi princesa.

—Claro, adelante su majestad —ironiza el cura.

—Hola, abuelita —la abraza Luca alegre y ella lo alza para llenarlo de besos mientras su hija se le acerca al hombre de sotana.

—No sé para que la invitaste —le reclama.

—Porque es tu madre y se tienen que llevar bien —le alega el padre.

—Ah si, ¿y porque no invitaste a mi papá? —le cuestiona la rubia cruzándose de brazos.

—Porque jamás hubiera aceptado una invitación mía ni a la iglesia.

—¿Es eso o la quieres impresionar con tus habilidades culinarias?

—Por supuesto que no, aleja los impuros pensamientos que yo soy un hombre de Dios y ella una mujer casada.

Ella le entrecierra los ojos, y se aparta para ir por su hijo.

—Vamos a lavarnos las manos, cariño —le pide Betsy al pequeño, quien obedece sin chistar.

Mientras tanto, Jessica y Thomas quedan sumidos en un incómodo silencio, donde el peso del pasado parece pesar más que nunca en sus hombros. Sus miradas se cruzan brevemente, pero ninguna de las dos encuentra las palabras adecuadas para romper la tensión que los envuelve.

Mi vida, mis coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora