54.

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Betsy

Llegamos a la escuela y desde dentro de mi auto puedo escuchar la algarabía de los niños. Eli se baja primero mientras apago el motor. Algunos pequeños se acercan curiosos a mi vehículo, haciéndome sonreír mientras me quito los anteojos negros que protegían mis ojos del sol. Sin embargo, esa sonrisa se desvanece cuando veo a mi pequeño todo lleno de tierra y despeinado al lado de su maestra.

Su elegante traje, que generalmente está impecable, está ahora desalineado y un poco desordenado. La camisa blanca está ligeramente arrugada y se asoma por debajo del chaleco color azul marino, que está un poco desabrochado. Los pantalones grises oscuros muestran manchas de tierra en las rodillas, con un raspón que me hace fruncir el ceño al verlo.

Es Eli quien se acerca y permite que Luca se le cuelgue del cuello cuando le extiende sus brazos, empezando a llorar en su hombro, y no hay algo más angustiante que escuchar su llanto.

—¿Qué pasó? —le pregunto a la maestra, esperando que solo haya sido un exceso de diversión, aunque su cara me contradice.

La maestra mira con preocupación y suspira antes de responder.

—Señora Robinsón, lamento tener que informarle que su hijo se acaba de pelear con otro compañerito —me dice con tono apesadumbrado—. Me temo que tendrá que acompañarnos a la dirección.

—¿Está diciéndome que mi hijo, que bendice hasta a una planta, se acaba de ir a los golpes con otro niño?

—Sí, así es. Yo también estoy muy sorprendida porque siempre ha tenido un buen comportamiento.

Me quedo atónita ante la noticia, tratando de procesar lo que acabo de escuchar.

—¿Qué pasó, cariño? —le pregunta Eli, acariciando su mejilla al mismo tiempo que limpia sus lágrimas —¿Por qué le pegaste?

—¡Lo invité a la piscina para que conociera mi mansión y me dijo que su mamá ya no lo dejaba juntarse conmigo porque la mía era una zorra cualquiera! —cuenta entre sollozos, las lágrimas resbalando por sus mejillas, mientras señala acusatoriamente hacia el frente, donde está el otro niño siendo atendido por una mujer cuarentona que asumo y es la madre.

A pasos lentos, pero firmes y con la mandíbula apretada, me dirijo hacia ellos mientras Eliana sigue consolando a Luca.

—¿Se puede saber cuál es el problema? —pregunto, enfrentando la mirada fulminante de la mujer.

—¡Que su hijo atacó al mío —me responde elevando la voz.

—¿Es cierto que su hijo dijo que yo era una zorra cualquiera? -—e pregunto directamente sin necesidad de gritar ya que no estamos en un mercado.

—Yo solo le digo la verdad, y si mi hijo lo repite, no es nuestra culpa si a usted le ofende.

—Ay, qué lindo, no sabía que aquí estudiaban loritos —ironizo, arremangándome las mangas—. ¿No cree que debería cuidar más lo que dice delante de su hijo? Además, usted no me conoce, así que no sé por qué me insulta.

—Ya todas las madres de familia la conocemos, así que mejor preocúpese por su hijo, que quién sabe que cosas esta aprendiendo —me responde con un tono desafiante.

—Mire, señora, no se a que se refiera, pero no estoy aquí para discutir con usted —respondo con firmeza—. Mi hijo ha sido educado para respetar a los demás y no espero menos de los suyos. Pero si sigue permitiendo que su hijo repita ese tipo de comentarios irrespetuosos, podría haber problemas mayores.

La otra madre aprieta los puños, visiblemente molesta. Eliana interviene suavemente, tratando de calmar las aguas.

—Por favor, podemos resolver esto de manera civilizada —dice, intentando ser conciliadora.

Mi vida, mis coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora