Extra 1.

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Narrador omnisciente

Hace más de 20 años atrás ...

Jessica ignoraba las llamadas de su esposo mientras se dirigía a la reunión de su generación, la primera desde que se graduaron.

Algunos presumirían sus títulos de médicos, abogados, arquitectos y más, mientras ella solo podría alardear de los millones de su marido, un empresario que la deja ir sola, como de costumbre.

Se sentía incompleta y desvalorizada al enfrentarse a sus antiguos compañeros, sabiendo que tendría que inventar una excusa sobre su ausencia y dejar a su hijo al cuidado de la servidumbre, quien lo mimaba como a un rey.

—Llegamos, señora.

Anunció el chófer mientras ingresaban al campus donde ella había estudiado.

Ajustó su anillo de compromiso nerviosamente y apretó con fuerza su bolso de marca, sintiendo una extraña sensación en el pecho, como si algo la alertara. Trató de disipar ese sentimiento forzándose a esbozar una sonrisa en su rostro.

El campus se extendía ante ella, con majestuosos edificios de piedra que resonaban con el eco de sus recuerdos de la preparatoria. El aire estaba impregnado con el perfume de las flores en floración, añadiendo un toque de nostalgia.

La noche estaba tranquila y serena, iluminada por luces tenues que destacaban los contornos de los edificios y los senderos apenas iluminados por faroles intermitentes.

Sin embargo, su corazón se precipitó latiendo con más fuerza a medida que estacionan.

—Gracias, manténgase atento que no creo que pase mucho tiempo aquí.

Dijo al conductor con un tono melancólico, mientras los recuerdos del pasado la embargaban, recordándole los años en aquel entorno académico donde se sentía como una ingenua enamorada de alguien que no la merecía.

Esperó a que el hombre se bajara y le abriera la puerta del carro con una mezcla de elegancia. Tomó su mano enguantada con un guante blanco y salió del auto con gracia y seguridad.

Alisó la falda de su conjunto rosado impecable, un elegante traje de diseñador que realzaba su figura con sutileza y refinamiento. Cada detalle, desde sus zapatos de tacón hasta su bolso de marca, emanaba una sofisticación innegable con su cabello que le caía por sobre sus hombros en unas hermosas ondas doradas.

Eso era en lo que se había convertido desde que se casó con Harold Robinsón y aunque a veces no le molestaba, quería ser más que un adorno que presumía ante sus amigos de traje que solo elogiaban su belleza.

Continuó su entrada con una elegancia imponente, atravesando el umbral de la reunión con la cabeza en alto y una mirada decidida. El eco de sus pasos resonaba en el vestíbulo silencioso mientras se acercaba al salón principal.

Entonces, justo en el momento en que sus ojos escudriñaban la habitación en busca de caras conocidas, su mirada se detuvo bruscamente en un hombre al que no había visto en años. Era aquel, el mismo hombre que una vez había llenado su corazón de esperanza y alegría, pero que luego lo había roto al seguir su vocación y convertirse en sacerdote.

Un torbellino de emociones la envolvió mientras continuaba caminando llamando la atención de los asistentes, sintiendo cómo el peso del pasado se cernía sobre ella. Apretó los labios con determinación, decidida a enfrentar sus sentimientos y mantener la compostura frente a aquel hombre que una vez significó tanto para ella.

Maldición, no esperaba que él asistiera, y ahora tenía que lidiar con su mirada fija en ella. Odiaba cómo, a pesar de la sotana larga y el crucifijo que colgaba de su cuello, era una tentación andante con su cabello castaño peinado hacia atrás, su barba perfilada y sus ojos marrones destellando con la cálida luz del lugar.

Mi vida, mis coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora