Atlas: La Charla

28 4 2
                                    

    Se suponía que teníamos la ventaja, pero el ejército Maegor nos arrebató el factor sorpresa. Romina tomó la ventaja y se llevó su ejército, pero Toth y yo nos habíamos quedado en la retaguarda para frenar a las fuerzas enemigas. Peleé lo mejor que pude, pero estos imbéciles son demasiados. Ni siquiera cuando peleaba en las fuerzas de Maegor, me había sentido tan oprimido.

—¡Vete! —gritó Toth, él atravesó con su espada una gran bestia de casi cuatro metros. Sus colmillos ya estaban a punto de arrancarme la cabeza—. Son demasiados.

—Aún no, mientras que ellos estén... —No terminé la frase porque sentí una gran fuerza que me empujó contra un muro y perdí la conciencia.

Siento un gran golpe en el torso y me despierto lentamente.

—Denle otro —Escucho la voz de Maegor. De inmediato recibo un buen golpe en la cara que me pone alerta, intento responder, pero siento un gran ardor en las muñecas. Subo la cabeza y me encuentro suspendido en el techo—. Bienvenido, hijo de perra.

—¿Qué hago aquí? —pregunto forcejeando, pero el ardor a quemaduras vuelve—. Y tenemos la misma madre.

—¿Y crees que me importa? —pregunta levantándose de su silla—. Todavía sigues con vida porque necesito información.

—Vete a la mierda —Escupo sangre a sus zapatos. Pero sus matones toman mi cuerpo como saco de boxeo, los golpes por poco me dejan inconsciente, pero jalan mi cabellera y me vuelvo a despertar.

—¿Tu zorra de dios está con Seth? —pregunta, pero no digo nada—. Voy a tomar eso como un sí.

—¿Por qué mataste... a Olena? —pregunto con pocas fuerzas en mi interior.

—Porque era un estorbo más que una madre —respondo enojado—. ¿O me dirás lo contrario?

—Ella mantenía el... —Intento decir algo, pero recibo otro golpe, esta vez en las piernas.

—Mantenía el poder. Olena era una desgraciada que solo le importaba ella misma —exclama golpeándome las piernas con un mazo—. No le importaba sus hijos o su reino, solo cogía, tenía bastardos y mantenía este puto reino como un chiquero. Pero cómo ibas a saberlo, si estabas con esos malditos dioses de mierda —Él se afinca en el mazo—. No sé qué me decepcionó más, si tu matrimonio con la puta de los Godness o que compartiéramos la misma sangre.

—Te permito que hables toda la mierda que quieras, pero no hables mal de mi esposa —gruño iracundo.

—Disculpa —Él se hace el ofendido—, no sabía que molestaba al niño.

—Déjate de tonterías y libérame, tengamos una buena charla entre hermanos —hablo retador.

—No, gracias —Él se aleja y toma un arma familiar, de inmediato abro los ojos y me agito—. ¿La conoces? Es linda, una espada majestuosa que, para desgracia de muchos, su dueño es un maldito niño.

—¡Suéltala, fue entregada a mí! —exclamo rabioso, pero siento un golpe arrollador en la columna. Suelto gritos de dolor, pero nada se compara con la imagen de Maegor atravesándome el pecho con la espada que me dio mi madre Aryana.

—Salúdame a Olena de mi parte —dice Maegor en el oído, se aparta y la larga espada se queda en mi pecho, mientras que intento dar mi último aliento.

El Juego De Los Herederos (Saga Dioses Universales VI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora