Capítulo 8

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YooYeon Pov

Bajo la luz plateada de la luna, me aventuro hacia el cementerio de Pensilvania transformada en lobo, surco la oscuridad de la noche, deseando llegar antes de que el sol se esconda por completo.

Los exámenes escolares se aproximan, y la idea de fracasar y perder la oportunidad de asistir a la universidad me llena de motivación para estudiar arduamente.

Al adentrarme en Pensilvania, saludo a los guardias que patrullan las calles. Mi linaje es conocido aquí; mi abuelo es el líder de la manada, y tras la muerte de mi madre, mi padre ocupa un lugar importante. Aunque no me siento preparada para sucederlo, sé que debo estar lista cuando llegue ese momento.

Al llegar al cementerio, adquiero algunas flores y me dirijo hacia la tumba de mi madre. Deposito el ramo con reverencia y me siento frente a ella en silencio.

—Parece que me estás escuchando. Hay algo que necesito contarte —comienzo a hablarle, sabiendo que aunque no pueda oírme, su espíritu está presente en algún lugar—. Recuerdas a la chica de la que te hablé, aquella con la que tuve un desacuerdo pero luego nos reconciliamos? Ahora la considero una amiga. Ella y su círculo son personas de buen corazón, y aunque mi instinto me advierte de no confiar fácilmente, estoy aprendiendo a abrirme de nuevo.

Mi mente vuela a recuerdos compartidos con mi madre bajo la luz de la luna, cuando me enseñaba sobre las estrellas y el amor.


Flashback


—¿Ves esa luna? —me preguntaba, y yo asentía con emoción, apenas alcanzando a tocar el suelo con los pies—. Esa eres tú, tu luz y felicidad. Y cada estrella en el cielo son las personas que te aman.

—¿Y tú eres una de esas estrellas? —le preguntaba con temor.

—Por supuesto que sí, cariño. Te amo más que nada en este mundo. No sé qué sería de mí si algo te sucediera.

—Yo tampoco lo sé, mamá. Te amo mucho.

—Si algo me pasa, prométeme que seguirás adelante, que protegerás a tus estrellas —me decía, y yo le prometía con un fuerte abrazo.



Terminado el encuentro en el cementerio, me dispongo a regresar a casa. Sin embargo, un olor familiar en el aire me detiene en seco: el aroma del hijo mayor del asesino de mi madre.

Sin pensarlo, me lanzo hacia él con furia, pero su destreza y experiencia me superan. Antes de que la situación se complique, los guardias de Pensilvania intervienen y lo detienen, instándome a marcharme.

Camino, troto, y luego corro, mis pasos se vuelven una danza frenética con el viento nocturno. Mis ojos se empañan, pero no por miedo o tristeza, sino por la furia e impotencia que arde en mi pecho hacia el responsable de tanto dolor.

Me despojo de la camiseta destrozada quedando solo en mi top negro, limpio las lágrimas que surcan mis mejillas y prosigo mi carrera, con el eco de mis pasos resonando en las calles desiertas. Al divisar la ciudad en la distancia, reduzco la velocidad, sumergida en una maraña de emociones.

A medida que avanzo, una punzada de nostalgia me atraviesa el pecho, desatando una cascada de lágrimas que empañan mi visión. Decido detenerme, buscando refugio en la soledad de la madrugada. Sentada en una acera desierta, permito que el peso de mis emociones se desvanezca en el silencio de la noche, antes de regresar a casa con el alma más ligera.


SeoYeon Pov

Terminando mis estudios nocturnos, me estiro y me preparo para descansar. Aprovecho las noches para estudiar, así puedo disfrutar de un sueño reparador antes de los exámenes.

Los exámenes del instituto ya han comenzado, y dentro de dos días enfrentaré el primero, química. Observo mis apuntes revueltos, contrastándolos. Solo quedan dos hojas por revisar antes de poder descansar en paz.

La noche se cierne sobre mí en silencio. Solo interrumpido por el ladrido distante de un perro y el zumbido lejano de un automóvil. Adoro la noche y su quietud. Miro el reloj en mi teléfono, marcando las 3:27 a.m.

Me sumerjo en mis apuntes, resaltando las ideas clave en los párrafos. De repente, el ladrido de un perro se convierte en un coro persistente, despertando mi curiosidad.

Me levanto de mi escritorio y me acerco a la ventana que da a la calle. Busco la fuente de los ladridos, pero solo diviso la sombra de una persona sentada en la acera frente a mi hogar.

Movida por mi curiosidad, bajo las escaleras y observo a través del ventanal de la sala, pero nada más aparece. La persona cubre su rostro con las manos, despertando mi compasión y curiosidad, decidí acercarme para enterarme que se trataba de una chica, no tardé más tiempo en llegar hasta ella para ofrecerle mi ayuda.

—Disculpe, ¿se encuentra bien? —me acerco con cautela y toco su hombro desnudo, esperando no encontrarme con un alma desolada por el amor perdido. Ya he tenido que consolar a más de un desconocido con el corazón roto.

Ella levanta la cabeza, revelando ojos enrojecidos e hinchados por el llanto, su rostro ruborizado y su cabello negro ahora estaba corto hasta los hombros.

—¿¡YooYeon!? —Me siento a su lado rápidamente, colocando una mano sobre su pierna en un intento de consolarla—. ¿Estás bien? —ella asiente, aunque su semblante dice lo contrario—. No parece. Ven, vamos adentro. No querrás resfriarte aquí.

—No, SeoYeon, debo irme —dice con voz temblorosa.

—Insisto, te prepararé un té. Vamos. —Extiendo mi mano y ella la observa por un momento antes de aceptarla y seguirme a casa—. Espera en silencio aquí. Te traeré la taza enseguida.

Me dirijo a la cocina y preparo una taza de té caliente, esperando que ayude a calmar su pena.

—Toma. Subamos a mi habitación. No querrás que mis padres se enteren de que he traído a una extraña a casa —asiente, secándose las lágrimas, y toma la taza mientras me sigue escaleras arriba—. Siéntate en mi cama si lo prefieres.

Recojo las hojas esparcidas en mi escritorio y las ordeno, prometiéndome terminarlas al día siguiente. Me siento en mi silla mientras observo a la afligida YooYeon dar sorbos lentos al té.

Después de unos minutos, noto que solo está usando un top que revela gran parte de su piel, dejando al descubierto su marcado abdomen. Observo más de cerca sin que ella se dé cuenta y veo numerosas cicatrices, señales de un pasado tumultuoso del que prefiero no indagar. Decido no preguntar, no quiero remover viejas heridas.

Ella deja la taza vacía en el velador y, después de unos segundos de contemplación, rompe en llanto una vez más. Me levanto de mi asiento para sentarme junto a ella en la cama, apoyando nuestras espaldas contra el respaldo.

La abrazo con fuerza, sintiendo su cuerpo tenso al principio, pero luego corresponde al gesto con igual intensidad.

—Tranquila. Todo se resolverá. La vida es así, llena de caídas, pero también de oportunidades para levantarse más fuerte —suelto el abrazo y busco su mirada. La veo rota, algo que nunca hubiera imaginado en alguien que apenas conozco. Sus ojos, llenos de un dolor inexplicable, me intrigan.

Ella me regala una sonrisa melancólica y se acerca para abrazarme de nuevo. Nos quedamos así durante mucho tiempo, hasta que el agotamiento me vence y me quedo dormida entre sus brazos cálidos y protectores.

La Chica Misteriosa - YooSeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora