Capítulo dieciséis
El Juego de las escondidas
La película sigue, pero pasa un tiempo y noto que Juan no regresa del baño. Decido acercarme para preguntarle si se siente bien. Mientras camino por el pasillo, lo veo parado frente al dormitorio de mi hermana. La puerta está abierta y, sin pensarlo, decido cerrarla. Solo el hecho de pasar por ese lugar resulta doloroso.
—¿Qué haces aquí? —pregunto con lágrimas en los ojos.
—Estaba abierta —dice y lo miro enojada, no quiero hacerlo, no es su culpa como me estoy sintiendo, pero no puedo evitarlo.
En ese momento ella vuelve a mi mente.
—¿Qué haces? —le pregunté, pero ella siguió arreglándose—. Papá y mamá dijeron que no puedes salir.
—Volveré antes de que regresen. Tú deberías ir a dormir —me dijo mi hermana. Me di la vuelta y salí de su dormitorio—. No cierres la puerta y si necesitas algo solo llámame.
Ese día...
Esa conversación...
Esa decisión estúpida...
—¿Laura? —escucho que me hablan. ¿Quién es? —. Reacciona.
Veo a Juan, parece preocupado, cierro los ojos y al volver a abrirlos vuelvo a verlo. Es él, ¿qué hace aquí? Entonces recuerdo que se quedaría conmigo esta noche hasta que máximo pueda regresar.
—¿Por qué eres tan lindo? —pregunto, segura de que son los efectos de la pastilla los que me hacen decir esa tontería y para mi sorpresa, él sonríe. No se nota porque apenas lo hace, pero yo, que conozco sus gestos a la perfección, lo veo.
—Debes extrañarla mucho —dice y caigo en la cuenta de que estamos frente al dormitorio de mi hermana. Lo abrazo con fuerza y empiezo a llorar.
—Es mi culpa, ella murió por mi culpa —repito una y otra vez sin detenerme a tomar aire. Me duele el pech*, pero no me importa—. Si yo la hubiera detenido, ella no habría muerto. Si les hubiera avisado a mis padres que se escapó, su cuarto hoy no estaría vacío.
—Son tonterías —dice Juan de manera severa y me suelto.
—¿Tú qué sabes? —pregunto furiosa y noto que él también parece enojado.
—Nadie sabía lo que iba a pasar —espeta y me vuelve a abrazar, aunque no quiero que lo haga. Él no puede entender mi dolor—. Deja de ser necia. Ella no querría verte sufrir así.
Hace más de un año que estoy con psicólogos, psiquiatras, nutricionistas, pediatras, clínicos, y demás, y aunque muchos dijeron las mismas palabras, nunca me pareció que tuvieran peso sobre mí.
¿Por qué él es diferente?
No sé cómo llegamos al sofá, pero él sigue abrazándome sin decir nada. Solo me sostiene con suavidad como si creyera que ejerciendo un poco de fuerza me fuera a romper. Sonrío al pensar en eso y él toma mi mentón y me levanta el rostro para que lo mire.
¿Qué va a decir ahora?
Me besa, sin una palabra de por medio. Siento como ese beso me calienta los labios y entibia mi cuerpo rígido por el frío y por el dolor. Es inesperadamente reconfortante, por lo que en vez de apartarlo me acerco más, quiero más de él en este momento. Siento cómo su lengua me acaricia por dentro y unos escalofríos me invaden.
¿Por qué me siento así?
No hace bromas ni me da explicaciones. Él solo se aferra a mi boca como si lo único que pudiera hacer es devorarme. Me consume las fuerzas y siento cómo mi cuerpo se debilita. Un beso... Solo es un beso, como el que Máximo me dio ayer, pero esta vez me sofoca. Me nubla la mente y un montón de preguntas empiezan a pasar por mi cabeza.
Quiero dejarlo, apartarlo y preguntarle por qué me besa, pero temo que si lo hago todo termine por lo que sigo. No dejo que se aleje de mí. No sé ni cuánto tiempo pasa cuando mete sus manos bajo mi polera y sus pulgares me acarician por encima del brasier. Mis pez*nes se ponen duros con el contacto y un cosquilleo me invade.
¿Por qué me hace esto?
Siento que me quema la garganta, no recuerdo cuando fue mi última inspiración y cuando suelta mi boca inhalo como si tuviera que sumergirme bajo el agua. Dispuesta a aguantar mucho más.
—No pienses —me pide.
¿A caso me ha dado una orden?
Sonó como eso, sin embargo, mi mente no puede pensar en nada más. ¿Cómo hace para conseguir lo que quiere de mí? ¿A caso me ha hechizado?
Regresa a mi boca, y me muerde el labio mientras me acaricia con su lengua. No sé cuándo quedó desnudo mi torso, pero él baja con besos por mi cuello mientras que por momentos me relame la oreja.
¿Qué intenta hacer?
Siento cómo sus manos bajan hasta mis pantalones, los cuales seden ante su contacto y tras rozar mi hueso pélvico, baja por mi monte de venus hasta llegar a mí entre pierna. No sé qué va a hacer, ni como sabe que es eso lo que mi cuerpo necesita en este momento.
¿No se suponía que él era virgen?
¿En qué momento el chico más apático del salón de clases se convirtió en un experto al tocarme? ¿Cómo es posible que sus dedos se sientan como mantequilla derritiéndose sobre mi piel y mi mente decida que necesito más de esa sensación? ¿Esto es normal? ¿Así se suponía que debía sentirme con Máximo? ¿Por qué Juan es distinto?
No, no es eso. Es diferente porque ellos son opuestos. Actúan de maneras completamente opuestas cuando están conmigo y yo hago lo mismo. Máximo siempre me tiene cerca, en cambio, Juan... Es la primera vez que me deja acercarme a él y lo hace de esta manera que, aunque sé que, no es la mejor quiero que siga.
¿Será posible que dos personas puedan quedarse en un instante y volverlo eterno?
¿Si él se aparta de mí, nunca volveré a sentirme así?
¿Qué hago si jamás vuelve a tocarme como lo está haciendo ahora?
¿Podré encontrar a alguien que me haga sentir de este modo en el futuro?
Autora: Osaku
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Juegos peligrosos - El comienzo
RomanceTodos fuimos inexpertos, alguien nos enseñó lo que sabemos. Y en este caso, una joven será la que colocará en el tablero las fichas para empezar el juego. Laura, una joven que tras la muerte de su hermana y un problema de salud que podría ofrecerle...