XIX - Juego y dominancia

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Capítulo diecinueve

Juego y dominancia

—Bueno, ahora que todo está listo y nos sacamos las fotos, me voy —dice Máximo y me da un beso en la frente—. No perviertas mucho a mi amigo.

—Gracioso —le respondo, y me siento avergonzada de solo recordar lo que su amigo me hizo.

—Cualquier cosa que pase me llamas a mí o a mis padres —le pide Máximo a Juan. El cual ni siquiera se toma la molestia de responder.

Una vez que quedamos a solas empieza a sentirse la tensión. Por lo que amablemente me acerco a él.

—¿Quieres que ya cenemos? —le pregunto, y me aparto para caminar en dirección a la cocina, algo nerviosa.

—No —dice y se me acerca al punto de dejarme contra la nevera. Sin embargo, no habla.

—¿Quieres darte una ducha? —pregunto para qué el silencio no se sienta tan pesado, pero segura de que estoy temblando como una gelatina.

—No —vuelve a decir y pongo los ojos en blanco sin poder evitarlo. ¿Será lo único que diga hoy? ¿Y por qué está tan cerca de mí de nuevo?

—Bien. ¿Y qué quieres? —pregunto con menos paciencia, me intimida, aun así, me molesta más que no hable.

—¿Estás ansiosa? —me pregunta y siento que se me va a salir el corazón.

Claro que estoy ansiosa, porque tengo a un chico casi encima de mí. ¿Cómo no estarlo? Además, hoy se ve especialmente lindo. Esos ojos oscuros... Como si su iris fuera un agujero negro que está tratando de arrastrarme.

—¿Tomaste la pastilla para la ansiedad? —me pregunta y niego con la cabeza.

No sé si tragar saliva o esperar a que se aparte, siento que cualquier cosa que haga va a provocar que se enoje conmigo. Sin embargo, y para mi sorpresa, él me besa. ¿Qué está haciendo? No logro rechazarlo, me aferro a su boca como si mi existencia dependiera de ello. Dejo que su lengua entre y la acaricio con la mía. Danzan como si de una bachata se tratara, y antes de poder darme cuenta de que me está mirando. Noto como la humedad en mí empieza a hacerse presente. Él no se detiene, por el contrario, me sorprendo cuando coloca una de sus piernas entre las mías y después de asegurarse de que las tengo separadas, acerca su mano y me roza las medias hasta llegar a la mitad de mi cuerpo. Baja sin siquiera preguntar y su mano entra cuál araña en una cueva, dentro de mis bragas. Uno de sus dedos se introduce en mí y recién ahí noto como me mira. Parece una bestia, no hay emoción en su accionar, parece mecánico. Sin embargo, lo disfruto y aunque suelta mi boca para concentrarse en lo que su mano me está haciendo, me aferro a su cuello con los brazos y apoyo mi cabeza en su torso, y aunque tiene la camisa del colegio puesta, siento la tensión en sus músculos.

—Relájate —me ordena y me doy cuenta de que estoy apretandolo con demasiada fuerza, y la fatiga de tensar los músculos de mis brazos y piernas llega a cobrar factura. ¿Cómo es posible que a él no le duela?

Otro de sus dedos entra y me quedo sin aire al sentir el cambio de temperatura entre los dos. Voy a volverme loca, necesito distraerme haciendo algo. Bajo una de mis manos para tratar de acariciarlo, pero rápidamente la sube sobre mi cabeza.

—No —escucho que dice por lo bajo y aprieta mis dos muñecas, las cuales sostiene con su brazo y tras el movimiento repetitivo de su pulgar en mi zona más sensible, siento cómo es imposible contener la electricidad que me produce. No tengo miedo, solo desearía que esto tardara más tiempo. Aun así, no noto en que momento vuelve a besarme y me corro como si mi cuerpo explotara desde mi entrepierna hasta la punta de mis dedos. Una sensación apabulladora se apodera de mi cabeza y pierdo las fuerzas en las piernas. Él me sostiene y aunque dura un instante, ya que me repongo enseguida, lo agradezco internamente. Cuando puedo estar en pie él se aparta y como si hubiera sido algo de rutina va y se lava las manos para después secarlas. Y finalmente, mientras yo sigo pensando en que es lo que acabamos de hacer, él se pone a hacer la tarea.

¿Qué mierd*?

—¿Qué fue eso? —pregunto acercándome a él, bastante molesta. Aunque muy relajada por la sensación que aún flota en mi mente.

—Ayuda —dice y comienza la tarea de matemáticas, pero aparto el libro.

No voy a dejarlo en paz hasta saber que se supone que estamos haciendo.

—Toma —me indica y me pasa su móvil. Veo un artículo donde dice que existen diez buenas maneras de sacarse el estrés para no depender de los medicamentos, ya que tienen efectos adversos.

Yoga...

Meditación...

Orgasm*s...

—¿Qué? —miro la pantalla sorprendida.

«Para mitigar el estrés, está comprobado que los osgasm*s son beneficiosos debido a las hormonas que son segregadas durante la masturb*ción...»

—¿Qué se supone que es esto? —pregunto más confundida que antes.

—Maxi dice que las pastillas te dan sueño. Lo mejor es intentar con métodos naturales —me explica y me quedo pasmada.

—¿Me estás haciendo el favor de hacerme llegar para que no tenga ansiedad? —pregunto con ironía y él sin verme responde que sí.

Y mientras que por mi cabeza pasan miles de razones por las que debería echarlo de mi casa, solamente me voy a mi cuarto y me doy una ducha, me cambio la ropa y regreso al comedor donde él sigue haciendo la tarea. No sé si es estúpido o muy listo.

Me siento a su lado y en silencio hago mi tarea mientras pienso en cómo se supone que debo tomar sus palabras.

¿Acaso Máximo le contó que somos amigos con derechos?

¿Él quiere lo mismo y no sabe cómo explicarlo?

—¿Tienes hambre? —me pregunta y lo miro sin caer en la cuenta que tengo el lápiz entre el labio y la nariz. Suelo hacer eso cuando escribo, si es que estoy pensando. Lo quito y me pongo de pie para calentar la comida que hizo Rosita para la cena y dejó en la nevera. 

Autora: Osaku

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