LXXVI - Juego tóxico

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Capítulo setenta y seis

Pasan unos días, en el colegio todo sigue como si nada. Jere, Cris y yo nos sentamos juntos, mientras que Máximo lo hace con Cintia y sus amigas. Me parece bien, es una buena forma de no tener que ver a Cintia. Cuando no está con él se vuelve un poco malvada y centra su atención en molestarme.

—Disculpe —dice una voz conocida en la puerta, miro con atención y expectante.

—¿Tienes una nota por llegar tarde? —pregunta el profesor y él le dice que sí.

—Sí —dice él, serio como siempre y se la entrega.

Jere se cambia de asiento y se pasa al lado de Cristóbal. Juan le da las gracias en silencio y se sienta a mi lado. Estoy feliz de al fin poder verle. La clase continúa por media hora más y cuando los profesores cambian Juan me envía una nota. La leo y sonrío. Me pongo de pie y pido permiso para ir al baño. Después de que me lo dan sin siquiera pedirme explicación, me marcho. Cinco minutos después Juan entra al baño de mujeres y comenzamos a besarnos en el cubículo.

—Te extrañé demasiado —le aseguro cuando uno de sus dedos me roza con insistencia.

Nos seguimos besando, aunque sé que no tenemos mucho tiempo antes de que manden a alguien por nosotros. Por lo que me apresuro a levantarme la falda y bajarme las medias para que entre. Cuando al fin lo hace, tapa mi boca para que no haga ruido. Es rápido, pero placentero. Solo él llega y me siento feliz por eso, hace mucho que no pasa así.

—Huyamos —dice en mi oído mientras tratamos de recuperarnos.

—¿De qué estás hablando? —le pregunto sorprendida—. ¿De qué debemos huir?

—De todo —dice y me limpia con un pañuelo descartable para luego acomodarme la ropa.

—Debes decir algo más si quieres una respuesta de mi parte —le recuerdo.

Hace tiempo que decidimos que cuando necesitara que fuera más específico se lo diría. Él es muy listo, pero muchas veces cree que dos o tres palabras me bastan para saber lo que hay dentro de su cabeza. Cosa que puede pasar, pero no en un momento como este.

Es entonces que me explica que su padre y su hermana están mejor de salud y que debido a las complicaciones que tuvieron deben hacer reposo. Por lo que su madre decidió que se iría a vivir con ellos hasta que estén mejor, para también hacerse cargo de las otras hermanas de Juan. Las cuales, por insistencia de dolores, creían que su madre quería dejar a su padre porque tenía un amante y por eso las chicas se habían opuesto a quedarse con su madre después del divorcio. Dolores y Cintia eran tal para cual, inventando cosas y buscando molestar a los demás.

—¿Solo tu madre irá? —pregunto sabiendo que no será buena la respuesta.

Y es entonces que me dice que toda la familia se mudará a una nueva casa en una zona intermedia. Ni en la ciudad, ni en el campo, en una casa que van a alquilar para que todos estén cómodos. Sin embargo, quieren que Juan vaya con ellos. Ya que nadie quedará en la casa en la que viven ahora, esa la pondrán a la venta. Su padre se perforó un pulmón y tuvo un virus intrahospitalario, por lo que no puede vivir en la ciudad por los contaminantes.

—Tengo dinero, podremos vivir juntos hasta que cumplamos la mayoría de edad y después casarnos para que nadie nos separe. Ya solicité que me den mi patria potestad —dice con firmeza.

Está hablando en serio, Juan siempre lo hace. Él quiere que yo me vaya a vivir con él.

—Mírame —le pido, ya que noto que su voz tiembla.

—No te dejaré —asegura, y cuando levanta la vista noto que contiene sus lágrimas.

—Encontraremos una solución. Tampoco me apartarán de ti —le aseguro y lo abrazo con fuerza. Me parte el alma verlo así de vulnerable.

Estoy casi segura de que eso de mudarse a una casa nueva es solo una excusa para alejar a Juan de mí. Ya que su madre podría irse al campo con su padre y dejar a Juan con su hermana mayor aquí.

Por lo que voy a la enfermería del colegio y les digo que me siento mal. Llaman a casa y Edith me pasa a buscar. Cuando me ve me pregunta que me ocurre y le cuento la verdad. Ella me pide que me calme, ya que yo también empiezo a ponerme nerviosa.

—¿Por qué no hablamos con la hermana mayor de Juan? —me pregunta y acepto. Vamos a la empresa de la familia de Juan y nos informan que está en una reunión, por lo que esperamos a que se desocupe para conversar con ella.

—Laura, ¿Juan está bien? —me pregunta cuando me ve. Ella es la única de la familia de Juan con la que me llevo bien y la que mejor conoce a Juan después de su hermana que falleció.

Edith le cuenta lo que está ocurriendo y Teresa llama a su abogado, el cual le dice que estaba por comunicarse con ella, ya que Juan había pedido que se realizara una emancipación de sus padres con urgencia. El argumento de Juan era claro, explotación de menores. Había mostrado pruebas de todo el trabajo que había hecho para su padre cuando tenía diez años hasta la actualidad. A la empresa le convenía mantener en secreto la situación. El abogado quería que Teresa convenciera a sus padres de aceptar la solicitud de su hermano o el problema legal podría destruir a la empresa.

—Gracias por venir —dice Teresa mientras cierra un archivo que tenía abierto frente a nosotras.

—Tu madre cree que soy una mala influencia para Juan. Es normal que quiera alejarlo de mí —le indico y ella suspira.

—Tu padre pidió ser un socio silencioso. Sin embargo, creo que es momento de que la familia sepa que si la empresa se mantiene en pie es porque ustedes nos ayudaron. Si no fuera por ti, hoy mi familia estaría en la calle —dice la hermana de Juan.

—Debo contarle a Juan antes —le indico preocupada.

—Bien, de todas maneras, no considero que mi hermano cambie de opinión con eso de emanciparse. Hace tiempo que no tolera a ninguno de nuestros padres —comenta Teresa.

En ese momento el móvil de Edith suena. Es papá al que llamaron del colegio para preguntarle cómo me sentía. Edith le asegura que estoy bien y le pide que se calme. Me hace hablar con él para tranquilizarlo y después sale de la habitación donde nos encontramos para tratar de calmar a mi padre.

—¿Todo esto lo haces por mi hermano? —me pregunta Teresa que llegó a escuchar algo de lo que hablé con mi padre.

—Sé lo que parece —le indico mientras me pongo de pie—. Y sé lo que todos piensan. Pero quiero a Juan y voy a hacer hasta lo imposible para que él esté bien.

—¿Estará bien contigo? —me pregunta.

—Yo no decido por él, solo le doy lo que me pide. Si algún día no me quiere deberé aceptarlo —respondo sabiendo que ese día mi vida llegará a su fin. Porque lo que Juan y yo tenemos es tóxico y extrañamente nos permite aplacar a nuestros demonios internos. Aun así, soy feliz, cada día de vida junto a él, es un regalo para mí.

Autora: Osaku

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