IX - Juego y superación

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Capítulo nueve

Juego y superación

Máximo me abraza, tratando de calmarme, pero ninguno de los dos sabe realmente cómo lidiar con la situación. Los gritos y el llanto de mi madre crean un ambiente pesado y desgarrador en la casa, aunque no estamos frente a ellos, podemos sentir la enorme tensión.

—Vamos, tal vez sea mejor que salgamos por un rato —sugiere Máximo, intentando distraerme.

Juntos, nos dirigimos hacia el jardín trasero, alejándonos del caos y la tensión que se palpa en el interior de la casa. Siento un nudo en la garganta, preguntándome si mi enfermedad es el verdadero origen de la inminente separación a la que tendré que enfrentarme.

—Lamento que tengas que pasar por esto —le digo sintiéndome avergonzada, algo patética, pero él sonríe.

—¿Por qué te lamentas por mí? No seas tonta. Como si tú no hubieras visto a mi padrastro discutir con mi madre en el pasado —me recuerda y me abraza.

—Nunca dejes de ser mi amigo —le digo con algo de angustia.

—No lo haré. Pero... ¿Qué harás cuando tengas novio? ¿Dejará que me abraces así? —pregunta y sé que hará o dirá lo que sea para que no piense en mis padres.

—Ya te lo dije antes... No voy a tener novio. Así podré estar contigo siempre —bromeo y él me abraza con más fuerza—. Seguramente será tu novia la que se ponga celosa de mí. Ya me imagino que me mirará con odio.

—Tampoco quiero tener novia. Son muy problemáticas las mujeres. Prefiero divertirme con varias —dice y le pego.

—Trata bien a las chicas. Diviértete, pero sé sincero con ellas —le pido.

—Lo mismo digo yo de ti, varios te quedaron viendo en el colegio. Parece que no soy el único popular —asegura como si se pusiera celoso.

—¿De qué hablas? Soy un esqueleto con piel. Ni músculo tengo. Estoy segura de que saldrían corriendo si me vieran ... —espeto y él me toma del rostro.

—No vuelvas a decir tonterías. Eres hermosa sin importar cuanto peses. Además de que tienes la ventaja de que eres inteligente —me dice y lo aparto porque me hace sentir avergonzada.

—Está bien... Si tú dices que soy una conquistadora deberé hablar con mi entrenador personal. Necesito generar músculo, no quiero decepcionar a mis admiradores —respondo como si creyera las tonterías que dijo.

—A veces pienso que le gustas a Juan —suelta y lo miro sorprendida.

—¿Qué? No seas tonto, solo me tolera porque tú eres su amigo —aseguro, aunque por dentro me pongo un poco nerviosa.

—Si tuvieras que elegir entre Juan y yo... ¿Con quién te quedarías? —pregunta mi amigo como si lo dijera en serio.

—Es una pregunta tonta, porque nunca tendré que elegir entre ustedes —reclamo.

—Escucha esto... él, tú y yo quedamos atorados en el colegio y al salir el mundo ha sido destruido. Vienen unos extraterrestres y nos dan la oportunidad de sobrevivir, pero solo puedes llevar contigo a uno de nosotros...

Sé que está bromeando, y sonrío por lo tonto que me parece todo, incluso la cara que pone al decirlo, parece secreto nacional.

—¿Y si tú fueras en esa nave espacial a quien llevarías? —le pregunto yo y antes de que responda mi padre nos ve y nos pide que entremos a cenar. No me di cuenta lo rápido que pasó el tiempo mientras decíamos tonterías.

En la cena me entero de que mi madre se fue de viaje. Lo hizo sin saludarme y sinceramente no me importa. No quiero verla, ella es la responsable de que el matrimonio de mis padres termine y no quiero hablar con ella por el momento. Sé que se quedó durante mi internación para no sentir que era una mala madre, pero no me sirvió que lo hiciera. Sobre todo, porque seguí notando que esa mujer y ella aún estaban juntas.

—Lau, estuve pensando un poco sobre qué hacer... Tu madre no podía quedarse por su trabajo y a mí también se me está complicando estar todos los días en casa —dice mi padre y me doy cuenta de que era de lo que estaban discutiendo con mi madre estas últimas semanas—. Necesito empezar a viajar para resolver unos problemas en las oficinas externas. Sin embargo... No puedo dejarte sola en casa.

—Papá, no por favor. Apenas regresé al colegio... —digo con el corazón en la boca.

Si bien hacía un tiempo que me habían dado el alta, tuve que permanecer en casa hasta recuperar el peso suficiente como para estar fuera de peligro.

—Señor, sé que no debo meterme, pero incluso Laura quería hacer una fiesta e invitar a algunos amigos —explica Máximo y le agradezco que se quedara a cenar.

—Estuve lejos mucho tiempo. Quiero volver a ser una chica normal —le reclamo a papá y él suspira.

Después de eso se queda cayado un tiempo. Me desespero de pensar que tendré que regresar a la clínica.

—Contrataré a una nutricionista para que se encargue de tu dieta, si bajas un kilo en mi ausencia volverás a la clínica para recibir el tratamiento —me asegura con seriedad—. Todo lo que quieras hacer debe ser realizado en esta casa, sin excepción. Iras al colegio y regresarás, puedes invitar a tus amigos y hacer tus tareas, pero debe ser aquí. ¿Entendiste?

—Gracias —digo y me levanto para abrazarlo.

—Máximo, sabes que te haré responsable —espeta mi padre mientras lo abrazo.

—No se preocupe, si ella no está bien, yo mismo lo llamaré —responde mi amigo, cuando me pasa una servilleta de papel para que me seque las lágrimas.

—Solo serán dos semanas —asegura mi padre—. Trataré de regresar antes.

Y así es como mi vida empieza a volver a la normalidad. Sin embargo, tras los primeros tres días, pierdo casi un kilo y me aterro. El viernes por la tarde, cuando me pesan, para que no me envíen a la clínica, me coloco entre las bragas una pulsera de mi madre que pesa doscientos gramos; de lo contrario, tendría que volver ese mismo día.

—Laura, no vamos bien. ¿Estás comiendo? —me pregunta la nutricionista y me pongo a llorar.

—Le juro que hago todo lo que puedo. No quiero volver a la clínica, deme más comida. Haré lo que sea —suplico al ver que tengo novecientos gramos menos que cuando mi padre se fue de viaje.

—No sirve si la vomitas o tienes diarrea —me dice y mira sus papeles.

—Por favor, tiene que haber una manera —digo sintiendo que no solo se me cierra el estómago, sino que empiezo a marearme. Estoy muy nerviosa.

—Hablaré con tu entrenador —dice y escribe algo—. ¿Estás tomando tus pastillas para no vomitar?

—Sí, pero no las de la mañana, porque si no me duermo en el colegio —respondo con sinceridad.

—Debes tomarlas, entiende que el colegio está en segundo plano. Tu vida es más importante —me asegura y se marcha. 

Autora: Osaku

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