LXX - Jugar a ser novios

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Capítulo setenta

Después de hablar unos minutos más, nos despedimos de Cintia y los demás y vamos a comer algo, como habíamos acordado con Juan. Yo pido unas papas y él una hamburguesa, en un carrito frente a la playa, cerca de mi casa.

—¿Celosa? —pregunta, no puedo comprender a qué se refiere hasta que Cintia viene a mi cabeza.

—Claro que no. Tú sabes lo que ella me hizo. Solo preferiría que Máximo saliera con otra clase de chica —comento mientras entierro mis pies en la arena y siento un tirón en la espalda.

—Siéntate —me pide y cuando lo hago mi cuerpo reacciona al dolor y me sostengo de él—. Te lo advertí.

—Me gusta igual —le aseguro y me besa. Es nuestro primer beso en público. Se siente extraño, pero a la vez muy placentero.

—Estuve investigando, deberíamos poner colores para que me digas cuál es tu tolerancia —me comenta y me siento muy feliz de que estemos conversando. Él acaricia mi rostro y mis pulmones parecen querer explotar. El dolor que siento dentro de mí me embriaga de placer.

—Prefiero seguir así —le respondo mientras me acurruco entre sus brazos. Su perfume, mezclado con el olor de su cuerpo, es delicioso.

—Si ponemos más palabras podremos probar otras cosas, eres tú la que quiere que la lleve al límite —me recuerda, y me vuelve a besar.

Él me explica que hasta ahora se ha contenido, lo que me sorprende bastante, ya que ha sido intenso en varias oportunidades. Si acepto poner más palabras de seguridad, él podrá probar otras cosas, incluso cuando yo diga que ya no puedo. Solo cuando use la palabra de seguridad más alta dejará de hacerlo. Eso me intriga, me gusta pensar en que veré a Juan tal y como es. Esa parte que no muestra a las otras chicas y que es solo para mí.

—Bien, acepto —digo y él sonríe levemente.

En ese momento nos avisan que nuestra comida está lista. Por lo que él se aparta de mí y va por ella. Empiezo a sentir frío pese a que la noche es cálida. Creo que Juan me proporciona un calor que me llena por dentro, cuando estoy con él ya no me siento vacía.

—Hola, linda —me dice un chico que se sienta a mi lado.

—Podrías apartarte, ese es el lugar de mi novio —le reclamo de mala gana.

—¿Tienes novio? Parece que con un abrazo podría partirte en dos, eres demasiado delgada —bromea.

Me siento más incómoda. Por lo que trato de ponerme de pie, pero mi espalda me avisa que aún no puedo hacer movimientos bruscos.

—Pese a eso, eres linda. ¿Por qué no vienes con mis amigos? —insiste.

—Te dije que tengo novio. Vete por favor —le pido mientras trato de recuperarme, Juan fue intenso en ese baño.

—Ni que fueras tan linda —me reclama a modo de insulto.

Cuando estoy por responder, Juan se acerca, se para frente a nosotros con una cara que da miedo.

—¿Quién es él? —pregunta y el chico se pone de pie después de verlo.

—Lo siento, no sabía que estaba contigo —dice y antes de que Juan responda ese chico se va.

—¿Te gusta? —me pregunta y lo quedo viendo.

¿Cómo me va a gustar ese desgraciado?

—Para nada, ni siquiera lo conozco —espeto, mientras tomo mis papas.

—Dijiste que tenías una lista. La necesito —me dice cuando se sienta a mi lado. Me acerco a él y me apoyo en su hombro.

—¿Te molesta como me veo? —le pregunto avergonzada.

Él deja la hamburguesa y después de mirarme unos segundos que se vuelven eternos, mira discretamente en todas direcciones para luego tomar mi mano y colocarla sobre su entrepierna. Siento su erección apenas marcada.

—Solo con verte se pone así —me susurra al oído y me sonrojo. Le gusto, pese a ser tan delgada. Saber eso me hace demasiado feliz.

Regresamos a mi casa y nos despedimos en la puerta, aunque deseo que se quedara más tiempo, sé que no es posible hoy. Lo extraño mucho, aunque hayan pasado solo unos segundos desde que se marchó. Voy a la cocina y veo las flores, Rosita las puso en uno de los jarrones que a mi madre le gustaba tanto. Supongo que no tanto como su amiga, ya que dejó el jarrón junto con su hija.

Pasan los días muy rápido y antes de que me pueda dar cuenta ya regresamos al colegio. Cintia sigue detrás de Máximo, pero él no le presta demasiada atención, por suerte. No quiero que esa loca lo engatuse, mi amigo se merece a alguien mejor.

—¿Tú y Juan vendrán a la fiesta de Ángela? —me pregunta Cristóbal.

—Sí, dicen que será épica —comento, ya que la ayudé a organizarla. Ángela preparó muchos juegos.

—Supongo... —comenta mi amigo y noto que está algo triste.

—¿Qué pasó? —le pregunto y me dice que le gusta Ángela. Lo que es un problema, porque a Jeremías también le gusta.

—No sé por qué siempre nos fijamos en las mismas chicas —comenta y suspira.

—¿Será eso? —le pregunto. Sé que ama a su hermano por sobre todas las cosas.

—¿Debería desistir con ella? —me pregunta.

—Es tu decisión. Si crees que es lo suficientemente importante para ti como para enfrentar a tu hermano, hazlo —le indico y sonríe.

—Solo tú eres así para mí —bromea y me abraza hasta que Juan llega y nos ve—. Mejor me voy a preparar, tengo que hacer una presentación para biología.

Una vez que Cristóbal se va, Juan me abraza y me besa en la frente, desde nuestro primer beso en público ambos somos más cariñosos. Me pide que le diga que día no habrá nadie en casa, ya que quiere que probemos un juego nuevo. Le cuento que el sábado estaré sola, pero es el día en el que se hace la fiesta de Ángela, por lo que será difícil coincidir en las dos cosas.

—No vayamos —me pide y me sorprendo.

—Es nuestra amiga, no podemos no ir —le recuerdo.

—No me importa —responde, entiendo que se ponga así, ya que hace más de dos semanas que no estamos solos. Aun así, quiero ir a la fiesta.

Por lo que después de discutir un poco termina aceptando que vayamos un rato. Él sabe que la fiesta de Ángela será distinta a las que hemos asistido hasta el momento. Aun así, no lo entusiasma estar con otras chicas como yo esperaba.

Autora: Osaku

Juegos peligrosos - El comienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora