LVIII - Juego y confesiones

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Capítulo cincuenta y ocho

—¿Puedo? —pregunta Juan de manera que Cristóbal sale de mi interior y se aparta de mí.

—Por supuesto —responde Cristóbal con una sonrisa nerviosa.

—¿Estás bien? —me pregunta Juan mientras me acaricia, donde nuestro amigo me pegó.

—Sí, es solo un juego —indico, justificando a Cristóbal.

—¿Deseas que ambos entren en ti? —me pregunta Juan y lo miro sorprendida—. Haré que eso pase si lo deseas.

Juan me indica que quiere ayudarme a concretar el trío que teníamos pendiente con Cristóbal y Jeremías. Por lo que tras decir eso, me besa, me toca, me acaricia y me da placer hasta que estoy a punto de llegar, pero luego se detiene y acaricia mi trasero. Jeremías le pasa algo y noto que es lubricante. ¿Ya hablaron sobre esto? Siento frío en esa zona y después de que hiciera círculos entra uno de sus dedos, tiemblo. Luego son dos y me estremezco con más fuerza, tres y creo que ya no lo resistiré. Es entonces que se coloca un preserv*tivo y entra en mí.

—Duele —suelto con un hilo de voz.

Me inclino para ver en dirección a mis amigos, me falta el aire después de sentir la presión del miembr* de Juan en la entrada a mi trasero, sin embargo, ninguno de los dos hermanos se nos acerca, ni dice nada.

—Quiero que me mires solo a mí —me exige Juan y lo hago—. Quiero que te duela y que lo disfrutes.

Después de decir eso, empieza a acariciar mi clítor*s y poco a poco el dolor es menos intenso.

Él ya me había hecho esta clase de cosas, por lo que tardo menos en acostumbrarme. Es así que después de unos minutos él se sumerge por completo en mi interior. Lo abrazo con fuerza, temo que me duela cuando se aparte de mí. Sin embargo, me besa en los labios y me susurra al oído: —soy tuyo, y ahora eres solo mía.

—Carajo, al fin —escucho decir a uno de los hermanos quién nos está observando y regreso a la realidad de que Juan y yo no estamos solos.

Juan se mueve en mi interior, me siento extraña, confundida, y muy excitada. ¿Por qué me dice cosas así? Hace que me ilusione pensando que le intereso para más que esto. Él me da vuelta y me pone en cuatro, mientras sigue en mi interior, no puedo explicar lo extraño que se sintió eso. Aun así, dejo que siga.

—¿Estás lista? —me pregunta Juan y tras un par de destocadas sale de mi interior. Cierro los ojos, por temor a que me duela cuando vuelva a entrar, y después de unos segundos lo hace. Sin embargo, ya no es él, sino Jeremías quien está detrás de mí. Su manera de hacerlo es distinta, me gusta, pero no se siente tan bien como cuando Juan lo hace.

—No puedo creerlo, Lau, tu interior me enloquece —reclama Jeremías cuando Cristóbal se acerca.

Me besa, y después de colocarme su amigo en la boca unos momentos para que me atragante con él, se detiene, me mira y sonríe. Tras besarme nuevamente en los labios, se escabulle debajo de mí. Es gracioso como lo hace para que yo no tenga que moverme.

—¿Puedo? —me pregunta Cristóbal.

Afirmo con la respiración entre cortada. Mi cabeza está en las nubes. No sé qué fue lo que Juan me hizo, pero siento que quiero más, Jeremías solo no me basta.

—Mierda, Lau. Esto es maravilloso —reclama Cristóbal cuando entra y puedo sentirlos a los dos en mi interior.

—Despacio, Jere —le pide Cristóbal al notar como él se mueve dentro mío.

Busco a Juan en la habitación y no lo veo, me preocupo. No es que no lo esté disfrutando, pero sin él me siento vacía, aunque mi interior esté lleno.

¿Por qué?

¿Por qué cuando Juan está me comporto así?

Jeremías llega y maldice por haberlo hecho tan rápido, Cristóbal le hace un chiste y me besa en los labios. Siento cómo de nuevo entra en mí y también llega.

—Será mejor que te deje descansar si no quiero que Juan me coma vivo —dice Cristóbal en mi oído.

Es recién en ese momento que me doy cuenta de que Juan está al otro lado del living mirándonos, está serio, casi molesto diría si no fuera que al bajar la vista noto lo grande que y erect* que se encuentra.

Los gemelos salen de la cocina y Juan regresa a donde yo estoy en el sofá. Me dice que no le gusta cómo me tratan, pero normalmente los chicos me cuidan mucho. Creo que es su presencia la que los perturba. Y puedo comprenderlos, él parece estar furioso.

—Voy a derramarme en tu interior —me advierte y después de acomodarse detrás de mí me pen*tra con fuerza, lo dejo, porque lo quiero. Necesito que lo haga. No sé cómo describirlo, ni entiendo por qué, pero quiero ser distinta con él y si quiere llenarme de él también lo deseo. Quiero que no se detenga, pero sus embestidas me sacuden con fuerza.

—Me vas a romper —le aseguro al sentir cómo lo hace.

—Quiero que no me olvides —me reclama y después de sentir que estoy por llegar, se deja ir de una manera intensa y compulsiva, para luego darme una advertencia—. Te va a doler unos días.

Después de decir eso sale de mi interior dejándome con ganas de más, aún no he llegado ni una vez. Me siento algo decepcionada, sin embargo, se pone de rodillas y comienza a morderme despacio la entre pierna y después de un par de tirones él pasa su lengua y lo logra...

Placer...

Placer...

Y mucho más placer...

Mientras estoy en las nubes siento que me levanta y me lleva al baño en sus brazos. Jeremías sale con una toalla en la cintura.

—¿Está bien? —le pregunta a Juan.

¿Por qué cuando estoy con Juan nadie se dirige directamente a mí?

—Necesita una ducha y descansar —comenta Juan y entramos al baño.

Una vez que me puedo poner de pie, me meto debajo del agua. Logro recuperar la compostura hasta que lo siento detrás de mí.

—¿Te duele mucho? —me pregunta preocupado.

—De hecho, me gusta —indico con una sonrisa.

—No lo dices en serio —me reclama.

—¿Por qué no? Me gusta la intensidad con la que lo hacemos. Y todo lo que tú me haces sentir —le aseguro avergonzada.

Él toca mi cuerpo, me acaricia y me dan ganas de volver a empezar. De hacerlo con él en la ducha. Sin embargo, se aparta y sale sin decir nada. ¿Por qué se comporta así? ¿Le gusto o no le gusto?

Termino de ducharme y al regresar Jeremías y Cristóbal no están. Le pregunto a Juan donde se fueron y me dice que su padre los mandó a llamar y le dejaron la llave. Me parece un poco extraño, sin embargo, me visto, tomo mi mochila y me dirijo hacia la puerta para que nos vayamos.

—¿Si ellos no están ya no quieres seguir? —me pregunta Juan enojado.

Autora: Osaku

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