Narra Kagome
La tarde se va desvaneciendo sobre las calles de Tokio, la ciudad que ha sido mi hogar durante los últimos 8 años. Como cada tarde, el sol empieza su descenso en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos y dorados. Las sombras se alargan y los edificios adquieren una nueva dimensión bajo la suave luz del aire fresco y revitalizante que acaricia mi piel mientras camino por las calles. Cada paso es como una conexión con la ciudad que ha sido mi compañera y confidente durante tantos años.
Finalmente, el parque se extiende ante mí, un oasis de verdor en medio del ajetreo urbano. La suave brisa lleva consigo el aroma de la naturaleza y los sonidos de risas lejanas. Los árboles, vestidos con sus hojas otoñales, parecen susurrar secretos mientras la luz dorada se filtra a través de sus ramas.
La rutina de ejercicio se convierte en un ritual sagrado; la música en mis auriculares me envuelve y motiva mientras corro por los senderos. Es imposible no encontrarse con muchas personas, desde corredores hasta familias que han llegado para disfrutar de la tarde, compartiendo meriendas y conversaciones animadas. Sin embargo, a veces, encontrarme con parejas me provoca una sensación agridulce, ya que me recuerdan una experiencia dolorosa que cambió mi perspectiva de manera profunda.
Hace cuatro años, conocí a alguien que destrozó mi corazón de la manera más dolorosa. Ese encuentro me dejó heridas profundas y cicatrices invisibles que, a pesar del tiempo, todavía perduran. A raíz de eso, tomé una decisión tajante: no volvería a confiar en los hombres y juré protegerme de volver a enamorarme. No estaba dispuesta a derramar más lágrimas ni a caer en la trampa de la tristeza por alguien que no merecía mi tiempo ni mi amor.
Estaba tan absorta en mis pensamientos, la música y el ritmo, que no me di cuenta de que frente a mí venía un chico corriendo. Nuestros pasos se entrelazaron de manera inesperada, y ambos tropezamos, perdiendo momentáneamente el equilibrio, por suerte logré apoyarme de un árbol para no caer.
-Discúlpame, - se excusó el chico, quien me miraba un poco preocupado por el incidente- No te vi, fue mi culpa. Debí estar más atento
-No te preocupes, yo también venía distraída, no pasa nada -dije sin darle tanta importancia-
-En verdad, lo siento, ¿Estás bien?
-Si, no te preocupes
Decidí ignorarlo y continué mi camino, restándole importancia a lo que había sucedido. Aunque, no pude evitar sentir una mirada profunda que me provocó un escalofrío, como si esa mirada hubiera tocado algo en lo más profundo de mi ser.
Mis pasos me llevaron más allá del punto de encuentro con el chico, y poco a poco la sensación de incomodidad se fue disipando. La música continuaba resonando en mis oídos, proporcionándome un refugio emocional mientras seguía corriendo. No obstante, la realidad volvió a mí de golpe al sentir que alguien tomaba mi brazo, lo que me asustó de sobremanera, aunque, encontré cierto alivio al darme cuenta de que era el mismo chico con el que había tropezado.
-D-disculpa, ¿estás bien? –preguntó con cierta timidez
-Sí, estoy bien, gracias -respondí con un poco de fastidió
-Bueno... Es que... -su voz llevaba un matiz de nerviosismo- Pensé que te habías lastimado, pero me alegra que estés bien.
Me quedé sin palabras como si fuera una completa tonta, observándolo detenidamente. Era alto, de tez clara, cabello largo de color azabache, con unos mechones que enmarcaban su rostro aperlado por el sudor, lo que le daba un aspecto rebelde. Sus ojos eran particularmente inusuales, de un color dorado que le daba un aire intrigante; su vestimenta consistía en unos shorts holgados que llegaban hasta la rodilla y una camiseta sin mangas que se ajustaba a su cuerpo debido al sudor. Pude notar que tenía un abdomen bien definido y tonificado.
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UN ENCUENTRO QUE CAMBIÓ MI DESTINO
FanficKagome, decidida a proteger su corazón tras una herida pasada, se encuentra con Inuyasha en Tokio. Inicialmente, su encuentro es tenso y cargado de resistencia, pero el humor y la perseverancia de Inuyasha despiertan la curiosidad de Kagome, lo que...